jueves, 15 de octubre de 2020

Promesa: Prólogo Segunda parte

 –Tienes que decirle que debe volver a trabajar. Se está convirtiendo en una reclusa… en una persona rara.


Pedro notó cierto reproche en su voz. Pero sabía que tenía razón.


–He intentado hablar con tu madre, Valu. Pero ella no quiere hablar conmigo.


Y mucho menos trabajar con él. Además, habían pasado quince años desde que Paula formaba parte activa en la empresa.


–¡Por favor! ¿Tú, que podrías venderle una nevera a un esquimal, no puedes convencer a mi madre para que vuelva a ser una persona normal?


–¿Una nevera a un esquimal? –intentó bromear Pedro.


Pero Valentina estaba decidida.


–La abandonaste cuando murió mi padre. Todo el mundo lo hizo.


Pedro habría querido decir: «ella quería ser abandonada» para defenderse pero, de repente, su posición le parecía indefendible.


–Y ella se portó muy bien contigo cuando te divorciaste de Carla… fue hace siete años, ¿Verdad?


–Sí.


Otro recuerdo, tan tierno como el de Valentina en su triciclo, el de Paula tomando sus manos y diciéndole: «Se te pasará, Pedro. Quizá ni hoy ni mañana, pero sí algún día». Y había tenido razón. Cuando pasaron el dolor y la humillación del fracaso, se dió cuenta de que el divorcio había sido una liberación y que, por fin, podía hacer todas las cosas que le gustaban. De modo que se compró una moto y luego, con su apetito por las aventuras, se dedicó a viajar por todo el país. No alojándose en los hoteles de lujo que tanto gustaban a su ex mujer, sino explorando un mundo tan rico y con una cultura tan diversa, que a veces se preguntaba si tendría tiempo de experimentarlo todo. Pero ese estilo de vida y la desconfianza que había creado en él el divorcio lo habían convertido en un alma solitaria. Quizá en esos siete años se había convertido en un egoísta, en un hombre centrado exclusivamente en sí mismo. ¿Qué otra excusa tenía para no haber estado al lado de una amiga? Aunque con Paula la relación era algo más complicada que eso.


–Lo siento –le dijo a su ahijada.


–Yo lo era todo en su vida ahora que mi padre ha muerto, y como me he venido a la universidad… Tío Pedro, mi madre necesita un propósito en la ida. Prométeme que encontrarás algo para ella en Chaves Alfonso.


Menuda forma de lanzar el guante. Pero sería una tontería recogerlo. ¿Cómo podía él ayudar a una mujer con el corazón roto y la dignidad hecha trizas? Él lo sabía todo sobre las promesas. Sobre todo, las de amor eterno. Pero no quería volver a ser responsable por la felicidad de otra persona.


–Tiene que salir con gente –siguió su ahijada, con la autoridad de una persona joven que, naturalmente, cree saberlo todo–. Tiene que hacer algo. Le encantan las casas viejas, tío Pedro.


–Sí, pero…


–Aún sigue teniendo las fotografías de las que mi padre, ella y tú restauraron en los primeros años. Ese interés podría ser canalizado constructivamente antes de que venda algo más.


–Yo no puedo obligar a tu madre a hacer algo que no quiere hacer, Valu.


–Pero prométeme que lo intentarás.


Quizá era la hora o quizá el suplicante tono de voz…


–Muy bien, te lo prometo.


–¡Gracias, tío Pedro! –exclamó Valentina, esperanzada, como si de verdad creyera que él podía arreglar algo tan complicado, tan frágil.


Pedro sabía que no debería involucrarse. Ayudar a alguien que sentía tanta desconfianza del mundo era pisar terreno sagrado. Le ofrecería un trabajo a Paula, ella diría que no y así habría cumplido con su obligación. Pero la promesa que acababa de hacer implicaba algo más que eso. Ése era el problema con las promesas, que exigían de un hombre mucho más de lo que estaba dispuesto a dar. Una tontería involucrarse, pensó, mirando el teléfono después de colgar. Pero ¿Y si Paula le necesitaba pero no se atrevía a pedirle ayuda? Ella era demasiado orgullosa y, seguramente, estaría demasiado furiosa con él como para hacerlo. Y él se merecía esa furia, se recordó a sí mismo, pasándose una mano por los ojos. Se la merecía porque él siempre había sabido los secretos de su difunto marido. Y aún conservaba uno. ¿En qué lío se había metido? Saltó de la cama y fue a la cocina para tomar un vaso de leche. Una cosa era segura: no iba a hablar con Paula sin tener un plan.

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