jueves, 8 de octubre de 2020

El Millonario: Capítulo 33

 -Paula, ese hombre debería saber que puedes vivir sola, que te gusta la vida que has creado para tí aquí. Debería saber sobre El gran azul y lo que te ha costado empezar otra vez... debería saber que has tenido la valentía de empezar de nuevo sin herir a nadie, Yo creo que eres una persona muy valiente.


-¿De verdad? 


-Pues claro que sí.


-¿Crees que le he perdonado demasiado rápido, Pedro?


-Pues sí, creo que sí.


-¿Crees que debería quemarse en el infierno por lo que me hizo?


-Desde luego que sí.


-¿Porque es así como deberían castigarte a tí por no haber estado al lado de Melina cuando murió?


-¿Perdona... qué?


-Pedro, Melbourne está a una hora de aquí, pero tú vivías al otro lado del país. Sidney es un sitio lleno de emoción, de actividades, de cosas que hacer. Cambiaste esa ciudad por un pueblo diminuto. ¿Crees que a Melina le haría feliz saber que estás escondido aquí?

-Esta conversación no era sobre mí -protestó él. 



-Venga ya, Pedro. Piénsalo. Piensa por qué estás aquí. Piensa en lo que haces por mí. Tú no pudiste hacer nada por Melina, por eso dejaste tu trabajo. Para poder arreglar la vida de los demás.


Pedro se preguntó si habría estado hablando con Ariel.


-No es por eso. Me gusta trabajar con las manos y...


-Tonterías. 


-¿Perdona?


-Que son tonterías. Tú no puedes arreglar mi vida y luego seguir adelante como si fueras... no sé, un ángel de la guarda. Yo no necesito una figura paterna, Pedro. Ya no. Y tampoco necesito un ángel de la guarda. Necesito amigos y necesito relaciones de igual a igual. No estoy preparada para recibir más que para dar y viceversa.


Pedro se quedó sin palabras. Lo último que había deseado siempre era encontrarse en la posición de tener que hacer feliz a otra persona. Pero había cambiado. ¿Cómo lo sabía Paula? ¿Cómo sabía que, por primera vez en su vida, deseaba ayudar, consolar, hacer que las cosas fueran mejores para los demás? Pero, aunque lo supiera, estaba dejando bien claro que ella no quería eso. Se levantó, confundido.


-Muy bien. Ahora que lo hemos aclarado, lo mejor será que vuelva a trabajar.


-Sí, he oído que tu jefa es una negrera. Será mejor que te pongas a ello.


-Eso voy a hacer.


Luego se alejó, más confuso, enfadado y frustrado que nunca en toda su vida.



Esa noche, Pedro estaba en el bar del Sorrento Sea Captain tomando su tercera cerveza cuando Ariel apareció, el pelo despeinado y una mancha de puré en la camisa.


-A ver, aquí llega la caballería. Ya estoy aquí. ¿Qué ha pasado?


-Necesito consejo.


-¿De mí? -Ariel parpadeó, incrédulo.


-Tú eres el único hombre que conozco con una relación que ha sobrevivido más de un año. Así que lo siento, amigo, pero eres lo único que tengo.


-Muy bien, dime. 


-Es sobre Paula. 


-Pedro...


-Escúchame. Y no me juzgues.


-Muy bien, te escucho.


-Esta tarde me ha dicho que me dedico a cambiar el detector de humos de las hermanas Barclay como castigo por no haber estado al lado de Melina cuando murió.


-¿Y?


-¿Y? -repitió Pedro, atónito-. ¿Tú estás de acuerdo?


-Pues sí. No hay que ser un ingeniero espacial para saber que eso es verdad. Melina y tú eran como uña y carne. Los mejores amigos, además de hermanos. Su muerte fue un golpe terrible. Eras arquitecto, un arquitecto importante que había ganado mucho dinero y respeto por tu trabajo. Ahora eres un manitas que conduce una vieja camioneta y trabaja por casi nada. No hay que ser muy listo, hombre.


-Ya.


-¿Es lo que ella ha dicho lo que te tiene tan cabreado o cómo lo ha dicho?


-No lo sé. Pero, desde luego, Paula no es una damisela en apuros.


-Vaya, qué te parece.


-Lo creas o no, cambiar bombillas ha sido suficiente para mí durante estos últimos años. Eso y pescar, cocinar, el sol, la pasta, las cervecitas. Tú sabes mejor que nadie lo bien que se vive aquí.


-Sí, pero...


-Pero desde que conocí a Paula es como si viera todo lo que falta a esa fotografía perfecta, como si hubiera descubierto un agujero. Y no sé cómo llenarlo.


-Aparte de que sea una mujer casada... ¿Qué quieres de ella, Pedro?


-No lo sé.


No quería un revolcón, eso seguro. Porque, por primera vez en muchos años, sentía que algo dentro de él empezaba a abrirse.


-¿Quieres que te dé un consejo? -preguntó Ariel.


-Sí, por favor. 

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