jueves, 29 de octubre de 2020

Promesa: Capítulo 19

 Pedro Alfonso no solía encontrarse incómodo en ninguna situación. Pero así era exactamente como se sentía cuando empujó la puerta del almacén. ¿De verdad había sentido celos de Marcos? ¡No, claro que no! Sencillamente, sentía cierto deseo de proteger a Paula. Había cosas que ella no sabía, cosas que no podía saber después de haber estado fuera de circulación tanto tiempo. Era un mundo completamente diferente. ¿Sabía que los chicos tomaban pastillas de éxtasis en las discotecas, que las relaciones sexuales habían dejado de tener algo que ver con el amor? ¿Sabía algo sobre los peligros de conocer a alguien a través de Internet? Aunque tampoco él sabía nada de eso hasta que vió un documental en televisión. Pero no le apetecía explicarle las realidades del mundo a ella. Ese no era parte de su acuerdo con Valentina. Había conseguido que volviera a trabajar, pero no había pensado lo que conllevaría eso. Y si no tenía cuidado, acabaría siendo tan controlador como lo había sido su ex mujer. Querer a alguien no significaba poseerlo o controlarlo, sino protegerlo y pensar en su interés. Pero ¿dónde se trazaba la línea de separación? Mirar bañeras juntos no parecía la mejor manera de empezar. Serenidad era una tienda estupenda. A Pedro le gustaba la calidad de sus productos y el cuidado que ponían en el diseño, pero aquel día sólo podía pensar que todo parecía diseñado para despertar los sentidos. Desde las luces a los aromas, aquélla no era una tienda para gente que pensaba que darse un baño sólo era una cuestión de limpieza.


–Dios mío –murmuró Paula–. Esto es muy romántico. Es exactamente el ambiente que queríamos para el baño principal, ¿Verdad?


«Queríamos. Romántico. Ambiente». Pedro empezó a sentir cómo una gota de sudor caía por su cuello.


–Mira qué bañera tan bonita –dijo ella entonces. No era la bañera con patas de león que había imaginado, pero tenía más o menos la misma línea. En lugar de garras de león, estaba subida en un pedestal de madera oscura. Los grifos eran antiguos, con un botón de porcelana en medio.


–Va muy bien con el carácter de la casa, ¿Verdad?


–Sí, la verdad es que sí –asintió él, tragando saliva.


–Aquí dice que es una bañera para dos personas –murmuró Paula.


A Pedro se le quedó la boca seca. ¡Por favor! Él no quería pensar en dos personas dentro de esa bañera. Ni en ambiente, ni en romances, ni en velas.


–¿Hay aire acondicionado aquí? –preguntó, pasándose un dedo por el cuello de la camisa.


–No creo que dos personas quepan aquí –siguió Paula, sin percatarse de lo incómodo que se sentía. 


Y luego se quitó los zapatos y se metió en la bañera tranquilamente. Primero se sentó y luego, agarrándose a los bordes, se tumbó para ver si cabía. Al hacerlo, la falda se levantó un poco, dejando al descubierto sus muslos… y haciendo que Pedro estuviera a punto de arder por combustión espontánea.


–Ven, métete –le dijo.


–¿Perdona?


–Creo que es suficientemente larga para alguien de tu estatura. Pero no sé si de ancho… tú eres un tipo más o menos normal. Métete, a ver si cabemos los dos.


–Pero… tú estás en la bañera.


–¿No me digas? Estoy intentando comprobar si caben dos personas.


Pedro miró alrededor furtivamente. No pensaba meterse en una bañera con Paula Chaves.


–Vamos, métete de una vez. 

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