jueves, 1 de octubre de 2020

El Millonario: Capítulo 26

 -Tus piernas. No sabía que tuvieras piernas.


-¿Tenías tus dudas?


-Pues sí. Y me alegra mucho saber que tienes dos piernas perfectas.


-No sé si te habrás dado cuenta, pero hace un calor terrible. Si tú puedes trabajar ahí fuera sin camiseta, yo puedo trabajar en pantalones cortos.


Pedro levantó las manos en señal de rendición.


-Oye, que yo no me he quejado. ¿Me has visto trabajar?


-Bueno, tengo que comprobar que no estás ahí perdiendo el tiempo y malgastando mi dinero.


-Ah, ya.


-¿Alguna cosa más? ¿O podemos comer?


-Vamos a comer. Fuera.


-¿Por qué? Hace mucho calor.


-Tú pagaste la cena el sábado y eso hirió mi sensibilidad masculina, así que he decidido compensarte. He traído algo especial.


-¿En serio?


-Pero antes tengo que taparte los ojos. Es una sorpresa.


-No...


-Sí -insistió Pedro, quitándole la bandana roja del pelo para taparle los ojos-. Venga, muévete.


Un minuto después, en el porche, le quitó la bandana y Paula se quedó boquiabierta. Frente a la casa podía ver no la maleza sino el horizonte. El acantilado que caía suavemente hacia... su playa. Sobre la hierba había una manta de cuadros y, encima de ella, una nevera con gambas, una botella de vino y un montón de quesos exóticos.


-Pero bueno... ¿Has hecho todo esto esta mañana?


-Sí. He limpiado esta salida para que puedas bajar a la playa. ¿Qué te parece?


La vista era maravillosa. El acantilado estaba a la izquierda y la playa de Mornington a la derecha. El océano, de un azul verdoso, delante de ellos, misterioso y tranquilo. Aunque Pedro no era responsable por toda esa belleza, se colocó a su lado para ver su expresión.  Y fue como un golpe en el plexo solar. Paula Chaves irritada era intrigante, Paula Chaves riendo era encantadora y Paula Chaves relajada y feliz era... increíblemente preciosa.


-¿Ha merecido la pena?


-Lo dirás de broma... es increíble.


Entonces, de repente, sin pensarlo siquiera, le echó los brazos al cuello. Pedro se quedó cortado al principio, pero enseguida le devolvió el abrazo. El alivio de tenerla entre sus brazos fue algo explosivo. Para cuando se dió cuenta de que lo que experimentaba era el deseo de no soltarla nunca era demasiado tarde. Paula se aclaró la garganta para controlar la emoción y dió un pasoatrás.


-Ven, vamos -dijo Pedro entonces-. Aunque esta vista sea maravillosa, no he trabajado más en toda mi vida y estoy hambriento.


-Ah, sí, perdona. Todo esto es genial, de verdad. No sé cómo darte las gracias.


-Esto era lo que esperabas cuando me llamaste, ¿No?


-La verdad es que no sabía qué esperar. Una señal, quizá. Algo que me dijera si había hecho bien comprando esta casa y qué podría hacer después.


-¿Después?


-No sabía si venderla y volver a Melbourne, pero... La casa me ha enganchado, desde luego. Mis amigas decían que sería así. Y yo creo que también te ha enganchado un poco a tí.


-Entonces, ¿No vas a venderla?


-No lo sé. Es demasiado... importante para mí -contestó Paula, tragando saliva.


Entonces sonó el teléfono.


-¿Sabes quién puede ser? -preguntó Pedro.


-Ni idea -contestó ella, levantándose a toda prisa-. Seguramente se habrán equivocado de número, pero será mejor que vaya a comprobarlo de todas formas. Oye, gracias por todo, Pedro. Esto es maravilloso, de verdad. Es lo más bonito que nadie ha hecho por mí... nunca.


-Ha sido un placer. 


Paula se alejó, dejando atrás su perfume y a Pedro solo en su manta de merienda. Quizá se habían equivocado de número. O sería de la tienda de pinturas para decirle que habían encontrado una que buscaba. O quizá ella había salido corriendo porque pensaba que podría ser Fernando. Pedro miró las gambas que con tanta ilusión había colocado en la nevera. De repente, ya no tenía hambre.


Paula corrió al estudio y levantó el auricular.


-¿Sí?


-Señora Chaves, soy Mariela, de la tienda de muebles. Llamo para decirle que los sofás de color café que estuvo mirando el otro día están disponibles. Así que, si los quiere, son suyos.


Puala sonrió, apoyándose en la pared para mirar a Tom por la ventana.


-Claro que los quiero, Mariela. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario