jueves, 29 de octubre de 2020

Promesa: Capítulo 17

 –Se me había olvidado darte estos papeles.


La razón por la que lo había olvidado estaba en sus ojos. De verdad, debería ser ilegal que un hombre tuviera los ojos de un verde tan precioso… tan calmado y tan tentador como las aguas de un lago en un día de verano. Cuando tomó los papeles que le ofrecía, sus manos se rozaron. ¿Cómo podía ponerla eso tan nerviosa? Era Pedro. Pedro, que lo había cambiado todo cuando la besó la noche anterior.


–Gracias –dijo, después de carraspear–. Me gusta mucho esta habitación. Tiene potencial.


–A mí también me gusta, pero es muy pequeña.


–Por eso había pensado tirar ese muro –sugirió Paula, mirando sus notas.


–Sí, creo que tienes razón. Mira, sólo había pasado por aquí porque anoche me llevé toda la información sobre los contratistas.


Claro. Eso era todo. El negocio. El beso no lo había afectado como a ella. Sin embargo, seguía mirando sus labios…


–Bonita vista –dijo Pedro entonces, mirando por el balcón.


–Sí, desde luego. Da al jardín… algo extraordinario estando casi en el centro de una ciudad. Yo había pensado que esta habitación sería un baño estupendo. Una ventana grande, una bañera antigua… puertas francesas para entrar en el dormitorio principal.


Porras. No debería pensar en dormitorios cuando estaba con Pedro. Ni en lo que pasaba en los dormitorios. Pero lo pensaba. Podía ver la habitación: un sitio grande, con las paredes forradas de madera, una alfombra, una cama con dosel. Una bañera con agua perfumada y velas flotando… ¡Pero no había camas con dosel en su lista de restauración! ¡Ni velas, ni burbujas!


–Los cuartos de baño son importantes en casas como ésta –asintió Pedro, quitándole la carpeta–. Hay una fotografía en uno de los presupuestos que yo creo que captura el espíritu de la casa O’Brian… Mira, ésta.


–Ah, sí, es eso exactamente –murmuró Paula.


El baño de la foto era casi como el de un hotel de cinco estrellas. La sensualidad de su dormitorio imaginario no era nada en comparación con aquello: suelos de mármol travertino, luces encastradas, grifos dorados, dos lavabos, incluso un calentador de toallas. Pero fue la exquisita bañera lo que más llamó su atención. Una bañera antigua con patas de león… evidentemente para dos personas. Paula tragó saliva. ¿Qué estaba pasando? ¿Pedro se inclinaba hacia ella? ¿Iba a besarla otra vez?


–¿Pedro? ¿Estás ahí?


Debían de estar inclinándose el uno hacia el otro porque de repente se apartaron.


–Es Marcos. Quería que lo conocieras –explicó él–. A mí me parece el mejor contratista de Calgary y… en fin, cuanto antes empecemos, mejor.


–De acuerdo.


Marcos entró en la habitación. Era un hombre alto, de pelo rubio rizado, todo músculos y juventud.


–Hola, Marcos. Te presento a Paula Chaves, la nueva directora del proyecto.


–Encantado, Paula. Oye, no me dijiste que fuera una chica tan guapa.


Marcos era un chico encantador y extrovertido, con gran sentido del humor. Y Paula se rió mucho con él mientras miraban la casa. Pero después se encontró haciendo eso que las hijas tanto odian: preguntarse si le gustaría a Valentina. Por si acaso, le hizo algunas preguntas que podían considerarse preguntas profesionales y él pareció encantado de contestar. Y cuando, como dejándolo caer, le preguntó qué idea tenía para el futuro, Marcos respondió que esperaba tener una mujer, una familia y un cachorro. Paula sonrió. Un cachorro. El contratista aparentemente seguro de sí mismo no era más que un niño. Pedro, sin embargo, la estaba fulminando con la mirada. ¿Estaría interpretando su interés por Marcos como un coqueteo? Por favor… Pedro y ella habían intercambiado un beso, no habían hecho promesas de amor eterno ante el altar. Además, debería darse cuenta de que sólo estaban bromeando. El chico debía de tener al menos doce años menos que ella. 

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