martes, 6 de octubre de 2020

El Millonario: Capítulo 31

 Pedro siguió a Laura fuera de la cocina, con dos tazas de café en la mano, una para él y otra para Paula. Pero ella no estaba sentada en el sofá, donde la había dejado. Estaba en la puerta, al lado de un hombre. Un hombre cuyo rostro le resultaba familiar. Un hombre de pelo cano y elegante traje de chaqueta. Paula miró al grupo un momento y luego le hizo una seña al hombre para que la siguiera. Y luego la puerta se cerró de golpe. Pedro iba a decir algo cuando se dio cuenta de que había visto a ese hombre antes. Era el tipo de pelo cano con el que ella aparecía en las fotografías de Internet. Con un caro traje de chaqueta, en la galería de arte... Era su marido. El canalla que había robado el brillo de felicidad de sus ojos.


-¿Es Fernando? -preguntó.


Brenda asintió con la cabeza.


-¿Ha venido Fernando? -preguntó Florencia desde el porche.


-Pues sí, ha venido -contestó Laura, levantándose-. El cerdo ese ha venido. Si le pongo las manos encima...


Pero Pedro no estaba escuchando. Estaba aguzando el oído para ver si podía oír lo que estaban diciendo al otro lado de la puerta.


-¿Cómo está Karina? -fue lo primero que Paula preguntó. Aunque no sabía cuál sería su reacción si le dijera que, a pesar de estar embarazada, seguía teniendo la talla treinta y seis y ni una sola vena varicosa.


-Está en el hospital, Pau. Ha dado a luz prematuramente. El niño está en la UCI.


-Ah, vaya, lo siento.


El niño. Después de tantas recriminaciones, de tantos intentos por formar una familia, había un niño agarrándose a la vida en alguna parte.


-¿Karina está bien? 


-Sí, ella está bien. Se pasa el día en el hospital -contestó Fernando. 


Paula creyó percibir un minúsculo encogimiento de hombros y eso le recordó con quién estaba hablando. Con el cosmopolita, imperturbable y sofisticado Fernando. Tan frío y tan intocable como lo había sido su padre. Se preguntó entonces cómo era posible que no hubiera visto eso antes. Pero, claro, quizá antes no tenía a nadie con quien compararlo. Ahora sí.


-Es tan pequeño. Como Karina. Curioso, siempre pensé que mi hijo sería grande y fuerte, como tú.


-¿Yo fuerte? Una persona fuerte no habría salido huyendo.


-Tú no saliste huyendo, Pau. Yo te eché. Y fue una crueldad por mi parte. Y algo infantil. Pero quería que sintieras lo que yo había sentido durante años.


-¿Qué significa eso?


-Durante los últimos años de nuestro matrimonio me sentí como si estuviera de sobra. Tú sabías lo que querías e ibas a por ello. Y a partir de tu éxito no me necesitabas para nada. Ya no necesitabas mis contactos, ni mi dinero...


-Fernando, yo nunca he buscado tu dinero...


-Lo sé, lo sé. Todo esto no es culpa tuya, sino mía. Yo quería cuidar de alguien y tú creías estar buscando un hombre que cuidase de tí. Pero nunca te hizo falta.


-¿Y por eso me engañaste? ¿Porque no era suficientemente blanda para tí? ¿Por qué no te necesitaba para respirar?


Fernando hizo una mueca de dolor. Y Paula se alegró. Porque ella no era blanda. Había creído serlo, pero no lo era en realidad. Y, por primera vez en muchos años, se sintió libre. Ya no necesitaba una figura paterna, pero Fernando no había superado su necesidad de ser el jefe, el protagonista, el tutor, el que ganaba dinero, el que tenía éxito.


-¿Quién es el tipo que he visto en el estudio?


-Un amigo -contestó Paula-. Fernando, haz lo que tienes que hacer y firma los papeles del divorcio. Eso es todo lo que te pido. Y vete a casa con tu hijo y tu novia.


-Sí, tienes razón.

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