-¿Puedo pasar por tu casa esta noche?
Pedro había parado el Cadillac delante de su casa y estaba mirando el reloj. Ese gesto, aunque quizá poco importante, recordó a Paula que ella no era una persona ocupada, con muchas cosas que hacer. Su hija había sido la razón por la que se levantaba cada mañana y ahora estaba a cuatro mil kilómetros de casa… y su vida, a veces, le parecía insoportablemente vacía, sin propósito alguno. Y, sin embargo, aquella mañana la garza real le había parecido insuficiente. Su casa le había parecido insuficiente. Qué curioso que fuera precisamente un hombre quien había despertado esa repentina insatisfacción… No quería que Pedro se fuera. Le gustaba estar con él. Ver garzas reales al amanecer no iba a ser suficiente para curarla de su soledad, pensó. Incluso antes de la muerte de su marido, Valentina lo era todo en su vida… ¿Habría usado a Valentina como excusa para no relacionarse con los demás? ¿Se habría convertido en una reclusa, sin dejar que otras personas se acercaran a ella? ¿Se habría convertido en una mujer solitaria y patética? Bueno, pues si era así, estaba decidida a no seguir siéndolo.
–¿Esta noche? Lo siento, Pedro, pero tengo planes.
Él levantó una ceja. Pero Paula no pensaba contarle nada. Que pensara que tenía una cita, por ejemplo. Aunque sus verdaderos planes no eran muy emocionantes: limpiar la bañera para intentar quitarle las manchas de óxido y abrir cajas. Pero él no tenía por qué saberlo.
–Muy bien. ¿Qué tal mañana? Traeré el presupuesto y una lista de mis contratistas favoritos. ¿Quieres un salario o ir a porcentaje?
–A porcentaje –contestó Paula, sin dudar.
De repente, se dio cuenta de que tenía otro objetivo en la vida. No quería jugar a nada con Pedro. Eso sería como su matrimonio, un juego de ajedrez que nunca produjo nada que se pareciera a una intimidad real. La nueva y mejorada Paula Chaves no iba a jugar ni a manipular la impresión que otros tuvieran de ella.
–Bueno… ¿Por qué no te pasas por aquí esta noche? En realidad, lo que tenía planeado no es tan urgente. Iba a limpiar la bañera.
–Ah, genial. Cuanto antes empecemos con esto, mejor. ¿Te parece bien a las ocho y media?
–Sí, está bien.
Pedro desapareció, diciéndole adiós con la mano, y ella se quedó en la puerta, pensativa.
–Paula… estás jugando con fuego.
Luego dejó escapar un suspiro. Tenía muchas cosas que hacer… ¡Y ni siquiera había empezado a abrir cajas! Estaba empezando una nueva vida. Una vida en la que podría haber tiempo para observar a las garzas reales y renovar una casa preciosa… Una vida mucho más interesante que el mundo pequeño y seguro en el que había querido esconderse cuando compró aquella propiedad.
–Esto va a ser bueno para tí –se dijo a sí misma, con determinación.
Luego, aunque sabía que sacar las cosas de la cocina era una de las prioridades, fue al dormitorio y empezó a buscar en las cajas. Encontró sus perfumes y sus cosméticos, un suave jersey blanco de angora, unos pantalones negros y unos pendientes con un diamante diminuto y pulsera a juego. Luego, como si no tuviera miles de cosas urgentes que hacer, se probó el atuendo. La imagen que vio frente al espejo era perfecta: suave, seductora… pero discreta al mismo tiempo.
–¿No decías que no querías manipular la impresión que dabas a los demás?
¡Pero ella no estaba intentando manipular nada! Sólo quería estar atractiva para que Pedro olvidase la triste imagen del pijama rosa. No había nada malo en intentar mostrarse atractiva. Aunque hubiera pasado más de un año desde la última vez que hizo el menor esfuerzo. Después de elegir el conjunto, Paula pasó el resto de la tarde sacando cosas de las cajas. Incluso encontró tiempo para limpiar la bañera. Más tarde se dió una ducha, se vistió y consiguió darle a su pelo cierta semblanza de orden. Como toque final, un poquito de perfume y un poquito de maquillaje.
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