martes, 20 de octubre de 2020

Promesa: Capítulo 8

 Lo encontró fuera, esperándola, diez minutos después. Se había puesto los pantalones de color crema, la blusa azul de seda… y nada de maquillaje. Aunque no por decisión propia. Sencillamente, no había sido capaz de encontrar la bolsa de los cosméticos. Y llevaba el pelo tan despeinado como antes. Un pelo de punta que habría provocado un desmayo de Valentina. Pedro estaba inspeccionando su coche.


–Muy mono –dijo, sonriendo.


Paula se tocó el pelo. «Mono» no era lo que esperaba. Más bien «atractivo». Entonces  se dió  cuenta de que se refería al coche. Era un Smart, otro de los cambios en su vida, en lugar del Mercedes. Aunque lo fabricaba la misma casa.


–Valentina lo llama la «lata de judías». No puede creer que cambiase un Mercedes SL-500 por esto.


Pero Paula no pensaba lo mismo. Para ella era un paso adelante. O hacia atrás, hacia la joven que había sido una vez. Estaba harta de desperdiciar. El filete Wellington y el salmón tirados a la basura eran un buen ejemplo. Ahora los excesos le parecían intolerables. Ella ya había tenido el sueño: la casa frente al río, el cochazo, las joyas, los criados… y le habían chupado la energía como si se tratara de un vampiro. Ella quería simplicidad, quería volver a ser quien había sido.


–¿Te gusta? –preguntó Pedro, abriendo la puerta de su Cadillac.


–Me encanta.


–Pues me alegro por tí.


–¿Y a tí te gusta éste?


–Es una necesidad, parte del negocio. Llevo a los clientes a ver casas y quiero que el viaje sea tan cómodo y tan seguro para ellos como sea posible.


Paula asintió con la cabeza. Era tan diferente de Antonio, que sólo estaba interesado en el aspecto de las cosas, en manipular la impresión que causaba en los demás. Un coche como aquél, para Antonio, jamás habría tenido nada que ver con la comodidad de los clientes. ¿Y no era peligroso que comparase a Pedro con su difunto marido?


–Ya me conoces, Paula…


¿Lo conocía? Quizá no. Recordaba aquellos días, tras la muerte de Antonio, cuando empezó a averiguar la verdad… esa sensación de no conocer a nadie. Especialmente a sí misma. 


–Si no estuviera en este negocio seguramente seguiría llevando la moto. Sigo teniendo una y la uso durante los fines de semana.


¿Solo?, le habría gustado preguntar. Pero ya le había preguntado si tenía una relación y eso era mucho preguntar.


Durante el viaje, Pedro le habló de las personas a las que ella había dado la espalda. La vida, aparentemente, había seguido adelante para todos. Habían nacido niños, varias parejas se habían casado y divorciado, los padres de algunos amigos habían muerto… Le gustaba cómo conducía, sin mostrarse agresivo, sin mostrar impaciencia por el tráfico.


–Esa pobre chica tiene un serio problema –dijo al ver a una joven a un lado de la carretera, con el capó del coche levantado–. Voy a ver si puedo hacer algo.


Unos minutos después estaba de vuelta en el coche con las manos manchadas de grasa. Pero en lugar de protestar se las limpió con un pañuelo blanco como si no pasara nada. Evidentemente, no lamentaba su decisión de parar, aunque se hubiera ensuciado las manos.


–Ha sido un detalle que te parases a ayudarla –dijo Paula.


–No he podido hacer mucho. Sólo echar un vistazo y llamar a la grúa.


Aun así, era un detalle humano a tener en cuenta. Una antigua virtud que casi se había perdido.


–Me recordaba a Valentina –le explicó Pedro después–. Quiero pensar que alguien se pararía para ayudarla… o a tí, si hiciera falta.


Paula consideraba su peor defecto tener un corazón tierno. Guardaba esa parte de sí misma ahora sólo para una persona: su hija. Y, sin embargo, en aquel momento, se sintió invadida por una sensación de ternura. Pero Rick podía haberla ayudado. Podía haberle contado la verdad sobre su marido. Y había elegido no hacerlo. Eso era lo que debía recordar cuando se sentía perdida en el verde de sus ojos, en el aroma de su colonia, en sus manos, tan masculinas, sujetando el volante. Irritada consigo misma, se cruzó de brazos y miró por la ventanilla. Pedro no pudo dejar de notar el cambio de actitud. ¿Por qué? ¿Qué había hecho? ¿Ofrecerse a ayudarla con las cajas, ofrecerse a hacer galletas? Estaba negociando para conseguir lo que quería. Eso era lo que hacía todos los días para ganarse la vida. Eso era lo que se le daba bien. 

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