martes, 20 de octubre de 2020

Promesa: Capítulo 6

 -Tengo que cambiarme –dijo Paula, mirándose los pantalones arrugados del pijama. Y la camiseta gris… ¿por qué no se había puesto otra cosa?


Por la sorpresa, se dijo. La sorpresa de ver a Pedro de nuevo. Por eso había dicho que sí. Por eso iría a ver aquella casa… cuando no tenía ningún sentido hacerlo. Pedro Alfonso estaba ejerciendo el efecto más extraño en ella. Con su estatura hacía que la cocina pareciese aún más pequeña de lo que era. El aroma de su colonia la mareaba… la hacía sentir un extraño cosquilleo en el bajo vientre. Pedro y ella se conocían desde hacía veinte años y nunca antes había reaccionado así… Por supuesto, ella nunca antes había estado soltera y disponible. ¿Disponible? ¿Por qué se le había ocurrido eso? ¿Y cómo podía saber si él también lo estaba? No había vuelto a casarse, pero eso no significaba que no tuviera pareja. No había vuelto a tener trato con él, pero su hija sí. Pedro era su padrino, su tío honorífico. ¿De tener pareja se lo habría contado Valentina o eso le parecerían cosas de viejos a una chica tan joven? De repente, lamentó no haber devuelto ninguna de las llamadas de los empleados de la agencia.


–Pedro, ¿Estás…?


Se le atragantó la frase cuando él la miró. Al fin y al cabo, no era asunto suyo.


–¿Si estoy qué?


«¡No preguntes!».


–Si estás… en fin, saliendo con alguien.


¡Lo había preguntado! Por eso se había vuelto una reclusa, porque no podía confiar en sí misma. Sabía que su interés sólo podía ser interpretado de una manera…


–No.


Paula salió prácticamente corriendo de la cocina para entrar en su cuarto. Enfadada consigo misma, cerró la puerta y se apoyó en ella, suspirando. Valentina había insinuado que estaba perdiendo la cabeza. ¿Sería verdad? ¿Sería por eso por lo que se comportaba como una tonta delante de Pedro?


–No sales lo suficiente –dijo en voz alta.


De modo que iría con él a ver la casa. Sin duda, después de una hora, los latidos de su corazón volverían al ritmo normal. Por supuesto, se negaría a dirigir el proyecto de reformas de la casa eduardiana, por maravillosa que fuera. Luego llamaría a su hija y más tarde se apuntaría al club de observadores de pájaros. Y quizá había llegado el momento de empezar a buscar trabajo, aunque el dinero no era un problema para ella. Media hora antes estaba contenta con su nueva casa y su proyecto de vida y ahora… ahora se daba cuenta de que necesitaba algo que la hiciera menos susceptible ante la presencia de un hombre guapo. Mientras tanto, debía borrar la impresión que debía haber dado con aquel pijama. No quería que Pedro pensara que era una excéntrica, una loca que se había dejado ir tras la muerte de su marido. Pero cuando iba a abrir el armario recordó que la mayoría de su ropa seguía estando en cajas. Durante los últimos meses se había preocupado más bien poco de su vestuario. Especialmente porque ya no había nadie que arrugase la nariz. Su hija no podía regañarla diciendo: «¿Mamá, de verdad te vas a poner eso?». Y ya no tenía un marido al que, durante años, estuvo intentando conquistar, sin conseguirlo. De modo que sólo usaba vaqueros y camisetas. Y se sentía más cómoda que nunca. Ahora, de repente, tenía que volver a preocuparse por la ropa. ¿El pantalón beige con la blusa azul de seda? ¿Qué había en su armario? Prácticamente nada. ¿Debía ponerse pendientes, pintarse un poco? ¿Qué podía hacer con su pelo, que se negaba a dejarse domar por el peine? De repente, Paula tomó una decisión.


–¿Pedro? –lo llamó.


–¿Sí? –contestó él desde la cocina.


–No puedo ir. Pero gracias por pasar por aquí. 

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