martes, 20 de octubre de 2020

Promesa: Capítulo 7

 Ya estaba. Qué alivio. Paula se sentó en la cama, esperando oír el chirrido de la puerta principal, cuyos goznes necesitaban un poco de aceite. Pero lo que oyó fue un golpecito en la puerta de su cuarto. Y se quedó helada, inmóvil. Entonces la puerta empezó a abrirse y Pedro apareció en el umbral. Tan alto, tan guapo. Deseó que entrase y la tumbase en la cama para buscar su boca y… Y era por eso precisamente por lo que no pensaba ir a ningún sitio con él.


–¿Por qué no?


–¿Por qué no qué?


–¿Por qué no vas a venir conmigo?


–¿A ver la casa?


Tenía que concentrarse. Tenía que dejar de pensar en el aroma de su colonia y concentrarse.


–Eso es –dijo él, un poco sorprendido.


–No he sacado mis cosas de las cajas, tengo que ponerle aceite a los goznes de la puerta, tengo que hacer galletas… Una casa no es una casa hasta que has hecho unas galletas.


Hablaba como una idiota, sin pensar. Pero era culpa de Pedro. No tenía ningún derecho a entrar allí, ni a hacerla pensar en cosas que no debería pensar mientras sacaba… o más bien volvía a guardar sus prendas íntimas en una de las cajas.


–Vete, estoy ocupada.


–Si vienes conmigo a ver la casa, yo te ayudaré con las cajas.


Absurdo. Ella no necesitaba ayuda. La estaba confundiendo, poniendo su vida patas arriba cuando había creído que lo tenía todo solucionado.


–Pero quizá no con esa caja en particular –dijo él entonces, con una sonrisa en los labios.


Muy bien, sería muy agradable que alguien la ayudase a sacar sus cosas de las cajas, a mover los muebles más pesados… ¡Pero podía contratar a una empresa de mudanzas para eso! Y si tanto le gustaba ver hombres guapos, podía contratar a un chico de veinte años lleno de músculos. Para mirarlo, nada más. ¡Su hija se pondría enferma si supiera lo que estaba pensando! ¿Por qué, de repente, se sentía más patética que el día que descubrió que su marido la engañaba?


–No, yo…


–Y a hacer galletas. Te ayudaré a hacer galletas. 


Paula se volvió, con las manos en las caderas.


–¡Pedro Alfonso, tú no sabes hacer galletas!


–¿Y tú cómo sabes lo que sé o no sé hacer?


Ahora, sus ojos estaban clavados en los labios de Paula. Con deseo. Y algo más: anhelo. Bueno, eso no era tan sorprendente. Seguramente llevaba solo más tiempo que ella. Pero Pedro podría salir con cualquier mujer que le gustase. Estaba segura de eso.


Paula suspiró. Habría deseado echarse en sus brazos, aceptar su ayuda,aceptar su compañía, pero no podía ser débil. No podía mostrarse débil. Y se mostraría así si no iba con él a ver aquella casa.


–Si no recuerdo mal, tú eras una cocinera malísima. Seguro que le echarías disolvente a las galletas.


Estaba recordando algo que pasó mucho tiempo atrás. Sus primeros esfuerzos en la cocina, de recién casada, habían sido desastrosos. Pero Paula se había aplicado mucho y un día incluso logró hacer un pavo para una tropa de compañeras de Valentina. Aunque Pedro no sabía eso. Sólo sabía que Antonio había contratado a una cocinera en cuanto pudo permitírselo. Y el pavo se había convertido en «perdices con salsa de arándanos». Solía cenar sola. Salmón, ostras, suflé, filete Wellington… pero sola, siempre sola. Se le encogió el corazón como solía pasarle cada vez que recordaba su vida con Antonio. Se recordó a sí misma que sus comidas ahora consistían en un sándwich de manteca de cacahuete o una ensalada de tomate… Y así era como le gustaba vivir. Pero se dió cuenta también de que Pedro le estaba ofreciendo un respiro. Le estaba ofreciendo hacer algo para olvidar todos esos recuerdos y quiso agarrarse a él con todas sus fuerzas.


–Muy bien. Estaré lista en cinco minutos.


Él hizo un saludo con la mano y cerró la puerta. Paula volvió a dejarse caer sobre la cama. Ésa era la verdad: se sentía aliviada porque hubiera ocurrido algo inesperado… incluso por tener compañía. Estaba asombrada por tener sentimientos que no había esperado experimentar nunca más. Disgustada, desde luego, pero viva. Tan viva como se había sentido por la mañana mientras miraba la garza real.


–Paula –se dijo a sí misma–. Recuerda lo del reto a los dioses. Cuidado con la felicidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario