-¿Y qué pasa con Pedro? -preguntó Laura.
-¿De verdad quieren saberlo?
-Queremos saberlo todo -contestó su amiga.
-Con Pedro siempre... no sé, es como si estuviera a punto de pasar algo maravilloso. Me pongo nerviosa, me dan escalofríos cuando me toca. Y cuando se acerca a mí, me dan ganas de echarme en sus brazos.
Florencia hizo una mueca. Laura suspiró. Brenda la miró con una expresión de ternura que la emocionó.
-Él también ha sufrido en la vida, pero lo oculta siendo encantador. No es un crío, es un hombre. Y tendrán que admitir que es guapísimo.
Brenda sonrió. Laura asintió con la cabeza. Incluso Florencia tuvo que levantar una ceja en señal de asentimiento.
-Miren, el hecho es que cada vez que empiezo una relación espero que me hagan daño y eso es lo que pasa. Pero con Pedro, no sé... no espero nada y, sin embargo, me siento feliz.
Paula les contó lo que había pasado en el muelle el sábado, después de cenar. Cómo la había abrazado por detrás mientras veían la puesta de sol... Eran recuerdos hermosos. Quizá no significaban mucho, quizá sólo eran cosas de cría, pero había sentido algo especial, una conexión que no había sentido con ningún otro hombre.
-Además, él sabe lo que significa El gran azul. Es un retrato. Soy yo.
Florencia se levantó de un salto y Laura lo hizo también.
-Es verdad... ¿Cómo es posible que no lo hayamos visto antes?
Paula se encogió de hombros.
-No lo sé. Pero él sí lo vio hace días. Es un hombre muy intuitivo. Casi da miedo.
-Los más sensibles son los que más daño hacen, te lo aseguro -replicó Florencia.
-No, los sensibles se limitan a llorar cuando les dices adiós -rió Laura.
-Paula, he estado preguntando por ahí -dijo Florencia entonces-. Por lo visto, tu amigo Pedro ha salido con todas las mujeres del pueblo. Es un rompecorazones. Está forrado y por eso cree que puede usar a la gente...
-Pedro no usa a nadie -la interrumpió Paula-. Mira, déjalo, estoy harta de hablar del asunto. Tú no sabes nada sobre él.
Florencia respiró profundamente.
-Muy bien, lo que tú digas. Necesito un poco de aire.
-Espera...
Florencia salió al porche y Paula se volvió hacia las demás, sin saber qué hacer.
-No te preocupes, es una pelirroja, no lo puede evitar -sonrió Laura-. Pero se le pasará enseguida.
-Yo estuve enamorada una vez -dijo Brenda entonces.
-¿Tú? -exclamaron Paula y Laura a la vez.
-Sí, claro. Tenía treinta años entonces. Se llamaba Sebastián. Era alto, rubio, muy guapo. Me enamoré de él nada más verlo y nos acostamos esa misma noche. Fueron seis meses de absoluta felicidad... hasta que descubrí que estaba casado.
-Oh, no.
Aparentemente, el amor no era fácil para nadie, pensó Paula, mirando hacia Florencia, que estaba apoyada en la barandilla del porche. Ella, a pesar de sus dos hijas, no había tenido la suerte de conservar al amor de su vida. Eso era algo que todas sabían pero de lo que no hablaban nunca. Quizá por eso le resultaba tan imposible entender que le gustase Pedro.
-Pero no renunciaría a esos seis meses por nada del mundo -siguióBrenda.
Pedro entró entonces en el estudio.
-Perdonen que las interrumpa. Iba a hacerme un café. ¿Alguien quiere?
-Sí, por favor -contestó Paula.
Smiley lanzó entonces algo parecido a un ladrido y ella miró hacia la entrada. Smiley no ladraba nunca. Era el peor perro guardián de la historia. Las demás no lo habían oído, de modo que Paula se levantó y se acercó a la puerta.
-¿Qué pasa, cielo? ¿Por qué has...? -no tuvo que seguir preguntando porque la razón para el ladrido estaba a su lado-. ¿Fernando?
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