Pedro Alfonso siguió a Linda hasta el interior de la casa, pensando que Valentina no tenía ni idea de lo que le había pedido. Estaba claro, por la expresión guerrera de su madre, que iba a decirle que no a todo. Muy bien, pues entonces iría al grano, pensó. Lo único que podía hacer era intentarlo, ni siquiera Valentina podía esperar nada más. Paula lo había pillado completamente por sorpresa. Estaba preciosa en el jardín, con su pijama rosa. Parecía diferente. Su pelo, corto ahora, de un tono castaño y terriblemente despeinado, rodeando unas facciones desafiantes… La última vez que la vió iba vestida de negro, el pelo recogido en un moño. Tenía un aspecto elegante, frío y duro.
–¿Tú lo sabías? –le había preguntado, vulnerable por un segundo, esperando que le dijera que no.
Pedro no había contestado, y Paula supo entonces la verdad. Su propia vergüenza por haber guardado los secretos de Antonio, algunos que Paula aún no conocía, fue lo que hizo que no pudiera estar a su lado. Aunque la llamó mil veces y le dejó mensajes. Cuando se dió cuenta de que ella no iba a contestar sintió cierto alivio. Pero aquélla ya no era la Paula que él conocía. Y las diferencias no eran sólo físicas. Antes siempre le había parecido una mujer frágil, ahora parecía fuerte. Antes era ligeramente remota, distante, ahora parecía una persona comprometida. Antes parecía controlada, ahora… ¿Apasionada sería una palabra demasiado fuerte? No. ¿Quién era aquella nueva Paula? Recordaba las últimas palabras de Valentina cuando lo llamó de madrugada: «No debería haberme ido a la universidad este año. Debería volver a casa. ¿Tú crees que debo volver a casa?». ¡Pues claro que sí! No quería ser él quien tuviera que rescatar a Paula Chaves. Especialmente sabiendo lo furiosa que se pondría si insinuaba que lo necesitaba para algo. «Aunque ya no tengo una casa a la que volver», había dicho Valentina. «¡Mis cosas están en cajas!».
La noche anterior Pedro había pensado que ésa era una prueba de que, quizá, Paula no estaba en sus cabales. Pero ahora, a la luz de la mañana, se dió cuenta de que no conocía a ninguna mujer con menos pinta de necesitar ayuda. ¿Lo habría convencido Valentina para que hiciera de buen samaritano porque se sentía culpable? Paula, calculó, debía de tener treinta y ocho años. Durante el funeral de su marido parecía diez años mayor. Ahora parecía diez años más joven. Tenía un aspecto desafiante, firme, furioso, porque la había encontrado en una posición tan absurda. Y estaba tan guapa, que amenazaba con romper el muro que había construido alrededor de su corazón. Su trabajo allí había concluido, se dijo. Le haría una oferta a Paula, ella la rechazaría y él se iría a la oficina para llamar a Valentina. Le diría que su madre estaba bien. Más que bien. Que parecía llena de vida, como no la había visto nunca. ¿Podía irse ahora, sin hacerle ninguna oferta? Si lo hacía, se marcharía con la sensación de haber hecho la tarea a medias. Además, tenía que comprobar si Paula estaba bien de verdad.
Cuando entró en la cocina, Pedro miró alrededor. ¿Era ésa la cocina de una mujer que estaba bien? ¿O era la cocina de una mujer cuya vida se estaba haciendo pedazos? Desde fuera, la casa había sido una sorpresa. Aunque algunas de las casas de Bow Water empezaban a ser restauradas gracias a su proximidad al centro, la de Paula no era una de ellas. Evaluar casas era la especialidad de Pedro, y aquélla no resultaba interesante en absoluto. Parte del tejado había desaparecido y estaba medio perdida entre una maraña de maleza. Nada parecido a la mansión en la curva del río Elbow que acababa de vender. Aunque el interior tenía cierto encanto. Un encanto que parecía armonizar con la nueva Paula de pelo corto y pijama de franela rosa. Después de poner una taza de café sobre la mesa, ella salió de la cocina, dejándolo solo para inspeccionar. ¿Por Valentina? No, eso no era verdad. Resultaba evidente que acababa de mudarse porque había cajas por todas partes. El suelo era de un linóleo horrible y los armarios, el fregadero y los electrodomésticos tendrían que ser renovados de inmediato. Y, seguramente, el resto de la casa estaría en las mismas condiciones. Aunque tenía potencial, pensó. Techos altos, molduras de madera, ventanas construidas con asiento… y quizá habría suelos de madera bajo el linóleo.
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