jueves, 9 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 8

Pedro apretó la mandíbula y guardó silencio un momento.

-¿Esperas que me lo crea? ¿Después de todo lo que he visto? ¿Después de haberte visto en la fiesta la semana pasada? Los dos tramaron esto juntos.

-No -dijo Paula, sacudiendo la cabeza-. No fueron así las cosas. Se lo juro. Fui con Gonzalo porque. -se detuvo.

No podía hablar de la inseguridad de su hermano. De repente había comprendido por qué parecía tan nervioso en las últimas semanas.

-Porque tenían un plan maestro para llevaros un millón de euros -soltó una risita sarcástica-. Por Dios, ¡Pero si ni siquiera pudiste resistirte a robar comida del bufé!

Paula se sonrojó hasta la médula.

-Tomé esa comida para mi vecina. Es muy mayor, polaca. Siempre me habla de cuando era rica y asistía a bailes en Polonia. Solo quería llevarle algo que le hiciera ilusión. Eso es todo.

Esa vez Pedro sí que se echó a reír abiertamente. Paula sintió una profunda vergüenza. Cuando por fin dejó de reír, la atravesó con una mirada de acero. Ella hizo todo lo posible por no dejarse intimidar. Después de toda una infancia de orfandad, muy poca gente lo conseguía, pero él sabía dónde clavar el cuchillo. Desesperada, levantó una mano.

-Terminé el bachillerato por los pelos. Y las matemáticas nunca se me dieron bien. No sé ni qué es la Bolsa, ni las acciones. Gonzalo fue el que salió inteligente.

-Y sin embargo. -Pedro siguió adelante, tan incisivo como siempre-. Estabas con él la semana pasada, exhibiéndote ante mí. Sabías muy bien quién era yo.

-No me estaba exhibiendo delante de usted. Fue usted quien se acercó.

Pedro Alfonso se sonrojó. Por primera vez Paula sintió que se había anotado un tanto. Sin embargo, la sensación de victoria no le duró mucho. Él  no tardó en ponerse serio y su rostro volvió a convertirse en una máscara impenetrable.

-Fui con Gonzalo para acompañarle. No quería ir solo.

-Ni siquiera me creo todavía que seas la hermana de Gonzalo Schulz-dijo Pedro, esbozando una media sonrisa-. ¿Por qué tiene otro apellido?

Paula bajó la vista. Sin duda debía de parecer muy culpable.

-Porque. Porque se peleó con nuestro padre y se puso el apellido de soltera de nuestra madre -aquello no era del todo falso.

-Además, no te pareces en nada a él.

Paula levantó la vista y se encontró con el intenso escrutinio de Pedro. La miraba de arriba abajo, sin disimular en lo más mínimo.

-No -le dijo con contundencia-. Ya lo sé. Pero no todos. -se detuvo abruptamente. Había estado a punto de mencionar la palabra «mellizos». Lo arregló como pudo-. No todos los miembros de una familia se parecen. Él se parece mucho a mi madre y yo me parezco a mi padre.

Cruzó los brazos. De repente se sentía a la defensiva. A lo mejor su madre la habría querido tanto como a su hermano si se hubiera parecido más a ella. ¿Se hubiera quedado de haber sido así? Empezó a sentirse algo mareada. La vista se le estaba nublando. Justo cuando empezaba a castigarse por su propia debilidad, Pedro masculló algo ininteligible, fue hacia ella y le puso una mano sobre el brazo. Ella se puso rígida al sentir el tacto de su mano. Odiaba ese efecto incendiario que ejercía sobre ella. Trató de apartarse, pero no pudo.

-¿Cuándo has comido por última vez, mujer tonta?

Esa vez Paula sí que logró soltarse y le fulminó con la mirada de nuevo.

-No soy una mujer tonta. Solo estaba  preocupada. No tenía tiempo de pensar en comer.

-Parece que no sueles pensar en ello muy a menudo -Pedro la miró de arriba abajo y esbozó una media sonrisa.

Echó a andar. Paula le siguió con la mirada.

-Hay comida preparada en la nevera -le dijo por encima del hombro-. Ven conmigo.

Paula empezó a sentirse verdaderamente mal en ese momento. ¿Pedro Alfonso acababa de ofrecerle. comida? Miró hacia la puerta del apartamento. Más allá estaba la puerta del ascensor privado. De repente le pareció que la libertad estaba muy cerca. Casi como si pudiera leerle la mente, él  apareció a unos metros de distancia, las manos en las caderas.

-Ni se te ocurra. No llegarías ni al piso de abajo y te traerían de vuelta enseguida.

-Pero. No he visto a nadie.

Pedro le guiñó un ojo.

-¿Es que no has visto las películas italianas? Mis hombres están en todas partes.

Paula quiso pensar que estaba de broma, pero algo le decía que debía andarse con cuidado. Conocía bien las calles; sabía cuando alguien hablaba en serio. Y Pedro Alfonso hablaba en serio. Era su prisionera, como si la hubiera atado a una silla. Él dió media vuelta y siguió adelante. Ella, temerosa y expectante, no tuvo más remedio que ir tras él.

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