martes, 14 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 10

Pedro arqueó una ceja y se alegró de ser capaz de centrarse en el presente de nuevo.

-¿Clientes?

-Trabajaba en un bar en una zona humilde de la ciudad. Era algo temporal.

Una vez más Pedro sintió que una furia imparable crecía en su interior. Podía imaginarse fácilmente a todos esos hombres que habrían querido domar esa rebeldía desafiante que ella desprendía. De repente, un impulso fiero y arrollador se apoderó de él. Deseó someterla, verla dócil y obediente, a sus pies. Quería ser él el que la domara. Antes de perder la compostura, dió un paso adelante y se detuvo frente a ella, como si quisiera demostrarse a sí mismo que podía tenerla cara a cara sin abalanzarse sobre ella como un cavernícola. Las extrañas circunstancias en las que se habían conocido y su conexión con Gonzalo Schulz estaban causando esa respuesta tan singular en él. Eso era todo.

-No vas a salir de este departamento hasta que tu hermano. -se detuvo y masculló un juramento-. Si es que es tu hermano. No vas a salir hasta que aparezca y responda ante la justicia. Ahora dame el recibo de tus maletas y yo mandaré a alguien a recogerlas.

Unos minutos más tarde Paula estaba en una habitación de huéspedes decorada a todo lujo. Todavía no sabía muy bien cómo se había dejado someter de esa manera, pero en el fondo se sentía tan casada, que no había podido hacer más que tirar la toalla.

-Hay un cuarto de baño por ahí. Cuando lleguen tus maletas te las traeré - Pedro dió media vuelta y se dirigió hacia la puerta.

Paula miró a su alrededor. Tenía los ojos cansados. Suspiró. Ya era demasiado tarde para arrepentirse. Al llegar a la puerta Pedro se volvió.

-Ya hablaremos por la mañana.

-Me dejarás marchar. Porque si no lo haces. -le dijo, volviendo a ser la luchadora de siempre.

-¿Qué? ¿Vas a llamar a la policía? -sacudió la cabeza y sonrió con frialdad-. No. No lo creo. Estoy seguro de que no quieres tener a la policía husmeando y preguntando por tu hermano.

Se hizo el silencio, pesado y profundo. ¿Qué podía decirle para refutar sus palabras? Nada. Él tenía razón.

-Hasta mañana, señorita Chaves.

La puerta se cerró suavemente. Paula casi esperó oír el ruido de una llave al girar en la cerradura. Fue hacia la puerta, la abrió con cuidado. Casi dió un salto al ver a Pedro, apoyado contra la pared opuesta.

-No me hagas cerrar con llave, porque lo haré si es preciso.

Paula cerró la puerta de nuevo rápidamente. Fue hacia la ventana. Unas vistas espectaculares se extendían ante ella, pero sus ojos no vieron nada. La batalla que libraba en su interior la absorbía por completo. Siempre habían sido Gonzalo y ella, incluso cuando su madre estaba con ellos. Y después, en el centro de acogida. Los lazos de hermanos nunca habían dejado de fortalecerse. Una noche, cuando su madre la había mandado a la cama sin cenar por alguna travesura sin importancia, Gonzalo se había metido en su cama a escondidas y le había dado algo de comer. Tenían cuatro años de edad. Siempre había sido el juguete favorito de los abusones del colegio. Era tan delgado, con esas gafas de cristales gruesos. Se había tenido que acostumbrar a apretar bien los puños para sacarle de los líos en los que se metía. Era muy listo, y seguramente hubiera podido estudiar en un colegio para superdotados si sus circunstancias hubieran sido otras. Siempre iba por delante de la clase y la ayudaba con paciencia con las matemáticas y las ciencias. Gracias a él había conseguido entrar en la Facultad de Bellas Artes. Incluso enganchado a las drogas, tras dejar los estudios, su hermano había sido capaz de echarle una mano con sus exámenes. El estómago se le agarrotaba cada vez que pensaba en lo mucho que la había protegido, de cosas mucho peores que las matemáticas. Apoyó la frente contra el frío cristal de la ventana. Aunque la preocupación por su hermano no la dejara pensar con claridad, había otro rostro que no podía sacarse de la cabeza.

Pedro miró las dos bolsas destartaladas que le habían entregado un momento antes. Una de ellas era una mochila y la otra era una maleta vieja, la clase de maleta que se veía en una vieja película sobre inmigrantes que cruzaban el Atlántico en busca del sueño americano. Sacudió la cabeza y recogió los bultos. Hacía mucho tiempo que había abandonado la idea de dormir un poco esa noche. Abrió la puerta de la habitación de huéspedes silenciosamente. Casi esperaba ver a Paula al otro lado, tan obstinada y desafiante como al principio, pero no estaba allí. En la penumbra pudo distinguir una silueta sobre la cama. Se quedó quieto un momento. Ella estaba profundamente dormida. Dejó las maletas y se acercó un poco. Paula estaba tumbaba encima de las mantas, con un albornoz blanco puesto. Estaba hecha un ovillo, con las piernas dobladas y las manos bajo la barbilla. El cabello le flotaba alrededor de la cara como si acabara de salir de un cuadro de los Prerrafaelistas. Sus rizos eran largos y rebeldes. Él se quedó totalmente inmóvil al verla mover la cabeza.

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