jueves, 9 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 7

-Eso es todo lo que es. Un viejo amigo. Nos conocemos. desde hace mucho tiempo.

-Ya. Seguramente os conocéis desde aquel día en la fiesta. - Pedro esbozó una sonrisa sarcástica.

-No. No. De verdad, no son así las cosas -casi se había levantado de la silla y había estirado el brazo, como si así pudiera darle más énfasis a sus palabras.

Volvió a sentarse inmediatamente. Pedro cruzó los brazos sobre el pecho. Paula no pudo evitar fijarse en la fuerza descomunal que debían de tener esos músculos. De repente se sintió mareada y lo achacó todo al hecho de que no había comido nada en todo el día.

-Yo te cuento cómo fue, ¿de acuerdo? -Pedro no le dió tiempo a contestar-. Eres cómplice de Gonzalo Schulz, y los dos fueron lo bastante estúpidos como para creer que podían volver a la escena del crimen así como así, para recuperar algo importante.

¿Qué era? ¿Una memoria USB? Es la única cosa lo bastante pequeña y difícil de encontrar.

Antes de que Paula supiera lo que estaba ocurriendo, Pedro estaba a su lado, agarrándola y levantándola de la silla. En medio de aquella confusión, ella se dió cuenta de que el tacto de sus manos era sutil, ligero, casi una caricia. La situación era muy confusa. De pronto, él se agachó delante de ella y empezó a tocarle las piernas. Tardó unos segundos en darse cuenta de que la estaba cacheando. La estaba tocando por la cara interna de las piernas, y subiendo. Reaccionó con brusquedad. Se apartó y empezó a darle manotazos, en la cabeza. Él masculló un juramento y la agarró de los brazos de nuevo. Esa vez sus manos no le hicieron una caricia.

-Pero si tenemos una pequeña gata salvaje por aquí. Quieta.

Sujetándole ambos brazos con una mano, le metió la otra mano en los bolsillos y los vació. Se movía tan rápido que Paula sintió mareos. En cuestión de unos segundos, se encontró con los bolsillos vacíos, el forro por fuera. Se soltó de un tirón. Él la dejó escapar.

-Usted. -dió un traspié-. Prefiero que me lleve la policía antes que verme manoseada -le espetó-. ¿Ha llamado a la policía? - añadió al darse cuenta.

Pedro retrocedió un poco. Tenía la cara roja, de pura rabia. Sacudió la cabeza lentamente.

-No he llamado a la policía -admitió, no sin reticencia-. Porque no quiero que los medios aparezcan por aquí. Eso nunca es bueno para el negocio.

Paula sintió un gran alivio, pero la sonrisa cruel de Pedro la hizo volver a la realidad.

-Pero no te vayas a creer que tu novio se va a ir de rositas. ¿Crees que la policía se va a molestar en buscar a un granuja de poca monta? -sacudió la cabeza y cruzó los brazos-. Ya tengo a gente que le está buscando, gente que tiene medios mucho más sofisticados que los de la policía. Solo es cuestión de tiempo.

-¿Y qué le va a pasar? -le preguntó Paula, aterrorizada.

-¿Una vez haya devuelto hasta el último céntimo? Bueno, pasará a formar parte de mi lista negra y no podrá volver a trabajar en ninguna financiera del mundo. Le entregaré a la policía y lo acusaré de fraude. Podrían caerle diez años. He tenido que cubrir el fraude yo mismo, con mi propio dinero. Ahora es una deuda personal.

Paula sintió que le temblaban las rodillas. Intentó encontrar la silla que tenía detrás y se dejó caer en ella. Su hermano no sobreviviría ni un día más en la cárcel. Al salir le había dicho que prefería morir antes que tener que volver allí.

Pedro frunció el ceño. Por primera vez en toda la tarde, estaba seguro de que la mujer que tenía delante no estaba fingiendo. Parecía completamente desconsolada; tanto así, que casi sintió ganas de ofrecerle algo de beber. Tenía la vista fija en el suelo y guardaba silencio. Quería ir hacia ella y levantarle la barbilla con un dedo. No le gustaba sentirse tan desconcertado, tan nervioso. Apenas podía mirarla a los ojos. Pero entonces ella levantó la vista, y sus ojos resultaron ser como dos lagunas negras, todavía más acentuados por la extrema palidez de su piel. Ella abrió la boca. Pedro podía ver cómo se movía su garganta.

-No puedo. -dijo por fin, sacudiendo la cabeza-. No puedo mentirte. Esto es demasiado serio. No le he dicho la verdad sobre Gonzalo.

Pedro se puso tenso, furioso.

-Pues ya empiezo a aburrirme de tanto esperar. Tienes un minuto para hablar o te entrego a la policía.

-¡Paula!

La joven levantó la vista hacia Pedro Alfonso. Oírle decir su propio nombre era extraño. Respirando profundamente, se puso en pie. Las piernas le temblaban.

-Gonzalo no es mi novio y no soy su cómplice. Es mi hermano.

-Sigue.

-Eso es todo -Paula se encogió de hombros-. Es mi hermano y estoy preocupada por él. Le estoy buscando.

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