martes, 21 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 19

Paula se quedó clavada en el sitio durante unos segundos. No podía creerse que aquella mujer la estuviera menospreciando de esa manera, como si no estuviera presente. Pedro la miró fugazmente, pero no pudo devolverle la mirada. Dió media vuelta y huyó hacia la cocina, oyéndole hablar en bajo a sus espaldas. No podía distinguir lo que decía. Temblorosa, apoyó las manos en la encimera y trató de calmarse, pero las lágrimas no tardaron en salir. Oyó una risotada proveniente del salón. Era la risa irritante de esa mujer. Poco después se oyó un portazo. Ella dió un salto. Seguramente él y su invitada habían salido, rumbo a un exclusivo local nocturno. Se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas y se puso a limpiar, llorando sin parar. No oyó la puerta que se abría.

-Paula. -dijo alguien de repente a sus espaldas.

Paula se dió tal susto que soltó la cacerola que tenía en las manos. La cazuela metálica golpeó el suelo con gran estruendo. Dió media vuelta, demasiado sorprendida como para reparar en el aspecto que tenía. Los ojos se le habían aclarado, pero las mejillas todavía le escocían. Pedro estaba allí. Se había quitado la chaqueta y llevaba la corbata floja, como si hubiera tirado de ella con impaciencia. El último botón de su camisa estaba desabrochado. Tenía el pelo alborotado. Reparó en todos esos detalles en un abrir y cerrar de ojos.

-He oído la puerta de salida -dijo, confusa,  preguntándose si era un espejismo-.  Pensaba que te habías ido.

Pedro sacudió la cabeza. Tenía las manos metidas en los bolsillos. Paula tuvo que aguantar las ganas de bajar la mirada.

-La señorita Winthrop se ha ido a casa y no va a volver. Te pido disculpas por su grosería. No quiso entrar a disculparse ella misma.

Paula abrió la boca y la cerró de inmediato.

-¿Le pediste que entrara? ¿Y que se disculpara?

Pedro asintió.

-Ni siquiera debería haber tenido que pedírselo. No tenía derecho a hablarte así. Y estaba equivocada. La comida estaba exquisita -sacudió la cabeza suavemente-. No tenía ni idea de que sabías cocinar así.

-Una de mis madres adoptivas trabajó en París como jefe de cocina en los años sesenta -dijo ella, abrumada ante tanto halago-. Terminó trabajando de cocinera en el comedor de un colegio cuando regresó a Inglaterra, porque siendo mujer nadie quería contratarla como jefe de cocina -Paula se encogió de hombros-. En realidad no se me da tan bien. Aprendí lo básico y me gusta cocinar.

Pedro se adentró un poco más en la cocina. Paula tragó en seco y retrocedió. Tropezó con la cacerola. Bajó la vista y se dió cuenta de que la salsa se había derramado. De forma automática se agachó para limpiar. Un segundo después, él estaba a su lado, agarrándola del brazo y ayudándola a incorporarse, quitándole la cacerola de las manos.

-No. Ya lo limpiará otra persona.

Paula levantó la vista. De repente estaba demasiado cerca. Su presencia física era arrolladora y ella tenía los ojos rojos. Lo que más temía de todo era que él notara que había estado a punto de llorar.

-No tienes por qué disculparte. Fue ella quien me trató mal.

-Pero fui yo quien te puso en esa situación. Lo siento -dijo él.

La confusión y el pánico libraban una batalla en el interior de Paula. No sabía qué estaba pasando. Él la miraba tan fijamente.

-Deja de decir eso. No lo sientes en absoluto.

Las lágrimas le emborronaban la visión de nuevo. Paula intentó contenerlas, parpadeando deprisa. La había convertido en una criatura llorona y furiosa. ¿Por qué no se iba y la dejaba en paz? Trató de soltarse de él con brusquedad.

-¿Sabes lo que se siente cuando te humillan así? ¿Como si no existieras? ¿Tienes idea de lo que se siente? Soy una persona, Pedro. Soy una persona con esperanzas, sueños, sentimientos. No soy una mala persona, independientemente de lo que puedas pensar tú. Cuando alguien te humilla con una mirada como esa, como si fueras invisible.

-Paula.

Pedro la tenía agarrada de los dos brazos. Estaba justo delante de ella, sujetándola con fuerza. Ella respiró profundamente.

-Sí sé. Sí sé cómo es.

-¿Pero cómo vas a saberlo? -exclamó Paula con desprecio-. No tienes idea de lo que estoy diciendo.

Él la agarró con más fuerza.

-Sí que lo sé.

En ese momento aflojó la presión de sus manos y Paula levantó la vista, más confundida que nunca. Él la agarró de la barbilla para que no pudiera rehuirle la mirada.

-Yo sí te veo.

Paula sintió un torbellino de emociones. Sentía calor por todas partes.

-Tú no. -sacudió la cabeza-. No puedes. No soy nadie.

Él sacudió la cabeza con fuerza.

-No.

De repente Paula se dió cuenta de que durante el forcejeo se habían movido hasta un rincón de la cocina que apenas estaba iluminado, junto a la ventana.

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