jueves, 30 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 29

Él se puso en pie en ese momento. La tomó en brazos. Ella volvió a gritar.

-¿Adónde vamos? -le preguntó ella, de camino al dormitorio.

-A tener sexo en el aire -le dijo él con chulería.

-Pedro . No podemos.

La puerta se cerró. Pedro la puso sobre la cama, le sujetó las mejillas con ambas manos y la besó hasta hacerla perder el sentido común.

Una hora más tarde, Paula estaba acostada sobre Pedro, las piernas a ambos lados de su cadera. Su respiración todavía era errática. Sus corazones latían desbocados. Tenía la mano sobre su hombro. Al bajarla sintió una arruga en la piel. Levantó la cabeza para mirar y se encontró con una especie de cicatriz. La tocó con la yema del dedo.

-¿Qué es?

-Me caí de la bici cuando era niño.

Paula le miró con ojos de sospecha.  Él todavía tenía los ojos cerrados, pero ella sabía que le estaba mintiendo. ¿Por qué?

-Cuando me desperté estábamos sobrevolando las montañas nevadas. ¿Dónde era?

-Probablemente fuera el Himalaya.

-Vaya -dijo Paula, respirando profundamente. No puedo creer que haya pasado por encima del Everest.

-A lo mejor -Pedro se encogió de hombros. Abrió sus ojos adormilados.

Paula se tumbó a su lado y lo miró.

-No tienes ni idea de lo afortunado que eres, ¿Verdad? ¿Es tan fácil darlo todo por sentado?

Se levantó de la cama, consciente de su desnudez. Buscó su ropa con la mirada. De repente él la agarró de la muñeca y la hizo tumbarse de nuevo. Su mirada era hermética.

-No lo doy por sentado. Nunca.

De pronto Paula recordó aquella noche de locura en la cocina, cuando él le había dicho que sabía lo que era ser un don nadie.

-Es que. No me parece que sea así. Tienes lo mejor. Esperas lo mejor y solo lo mejor.

-Porque puedo. Porque me lo he ganado. ¿Y a tí qué más te da?

Paula lo miró fijamente y trató de descifrar la expresión de su rostro. Era tan hermético. Pero ella sabía que había algo más debajo de esa gruesa capa de superficialidad, debajo de ese deseo voraz de éxito. Se hizo un silencio largo, enigmático. Contuvo el aliento. Durante unos segundos estuvo segura de que Pedro iba a decir algo, pero entonces él deslizó una mano por detrás de su cuello y la atrajo hacia sí. Le dio un beso en la boca. Después de unos segundos embriagadores, sintió que volvía a caer en un frenesí extático. Era como estar al borde de un enorme abismo, sin nada a lo que aferrarse. Tenía miedo de que Pedro pudiera ver cuánto poder tenía sobre ella. Retrocedió y él sonrió. Con la mano dibujaba círculos sobre su espalda. Estaba obrando su magia, y ella le odiaba porque funcionaba. Claramente él estaba evitando cualquier pregunta comprometedora. Se apartó con decisión.

-Voy a darme una ducha.

Se puso en pie y fue hacia el cuarto de baño, consciente en todo momento de los ojos de Pedro sobre su espalda, quemándole la piel.

En cuanto Paula desapareció, la sonrisa se borró del rostro de Pedro. Volvió a acostarse en la cama. Todo su cuerpo estaba tenso, sus puños estaban cerrados. Se maldijo una y otra vez. Sabía cómo poner el dedo en la llaga, y él no podía evitar arremeter contra ella. Había estado a punto de quitarle la mano cuando le había tocado ese viejo tatuaje. Era como si ella pudiera ver dentro de él, como si pudiera ver a través de su falsedad. Masculló un juramento. Él no se encaprichaba así de una mujer. La primera lección la había aprendido de su madre, que siempre había puesto por delante de su propio hijo al benefactor o al chulo de turno. Después, durante la adolescencia, había aprendido que las chicas siempre se iban con los chicos que tenían las pistolas más grandes, lo más malos de todos. Y por último, sus dos hermanas habían pasado por delante en la calle sin siquiera dedicarle una mirada al joven que llamaba a su padre. Este, por su parte, le había escupido y le había tirado al suelo de un empujón. Todo eso había quedado atrás tras su salida de Italia, pero Paula, con sus ojos serios e inocentes, y el instinto protector hacia su hermano, estaba abriendo grietas en ese muro de contención que le separaba de su pasado. Estaba desenterrando una parte de su historia a la que no quería volver. Sabía que no podía confiar en las lágrimas de una mujer, ni en una historia cualquiera sobre un sueño de la infancia. Y sin embargo, por primera vez en su vida, quería creer. Aunque solo fuera por un momento.

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