jueves, 23 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 23

-No. Para. Es demasiado.

Finalmente pareció que Pedro la oía. Se puso sobre ella. Su cuerpo era enorme y esbelto. Tan poderoso que cortaba el aliento y la hacía olvidar todo lo demás. De repente le pareció ver que él se protegía. Y entonces, metiendo una mano entre sus cuerpos pegados, dirigió su poderoso miembro. Paula sintió cómo pugnaba por entrar dentro de ella. La intrusión la hizo contener el aliento unos segundos. Miró sus cuerpos pegados un instante. La piel pálida de sus propios muslos estaba tensa contra las caderas de Pedro. Él estaba entrando en ella, con fuerza y decisión, empujando y dilatando su cuerpo de mujer. La sensación era arrolladora. Estiró un brazo e hizo ademán de pararle, pero su mano se topó con su tenso abdomen, sus músculos fuertes, húmedos de sudor. Una ola de calor la inundó por dentro, abriéndose camino dentro de ella.  Y después de una fracción de segundo que pareció eterna, él estaba totalmente dentro. Podía sentirle en su interior, en toda su plenitud, llenándola por completo, lanzando dardos de placer que se dirigían a todos los rincones de su cuerpo. Él empezó a moverse de nuevo y esos temblores de placer se incrementaron. La hicieron arquear la espalda.

Él inclinó la cabeza y empezó a mordisquearle un pezón, succionando con frenesí mientras empujaba con todas sus fuerzas. Esa vez la facilidad de movimiento fue diferente. Los músculos de Paula se tensaron alrededor de él, como si no soportara dejarle ir. Enroscó las piernas alrededor de las caderas de él, obligándole a acercarse más. Los empujones de él se hicieron cada vez más frenéticos, profundos. Ella podía sentir cómo llegaba la descarga de placer. Justo en el momento en que empezaba a abandonarse a los delirios del clímax, pudo ver la expresión de Pedro. Él estaba aguantando, esperando por ella. Y cuando la felicidad más eufórica y poderosa se cernió sobre ella, sintió también una profunda ternura. Pedro siguió empujando. Los músculos de ella se contrajeron una vez más alrededor de su grueso miembro. Y entonces él se rindió por fin y dejó que su propio cuerpo sucumbiera a las delicias del orgasmo.

Finalmente, una calma fugaz cayó sobre ellos. Y el único sonido que se podía oír era el de sus respiraciones entrecortadas. Paula fue consciente en ese momento de tener las piernas alrededor de la cintura de Pedro. Su pecho, húmedo, la aplastaba contra la fría superficie de la mesa. Estaba desnuda, tumbada boca arriba, con las piernas alrededor de un hombre, bajo la luz de la cocina. De repente fue como si le acabaran de dar una ducha fría. Pedro Alfonso estaba entre sus piernas. Su propio cuerpo todavía le acogía en el más íntimo de los abrazos. Antes de que esa realidad pudiera imponerse por sí sola, él se retiró y bajó la vista. El pelo le caía de forma sexy sobre la frente. Paula todavía podía sentirle dentro. y todavía estaba excitado. Como si pudiera leerle el pensamiento, él sonrió.

-Si no nos movemos, creo que repetiremos dentro de poco.

Se separó del todo y salió de su cuerpo. Paula se sintió vacía de inmediato, y muy desnuda. Pedro la tomó en brazos y salió de la cocina, evitando los obstáculos que habían tirado al suelo. La llevó al dormitorio, la puso sobre la cama con toda la dulzura del mundo, como si estuviera hecha de porcelana y entonces entró en el cuarto de baño. Un segundo después, ella oyó el sonido de la ducha.

Pedro regresó unos minutos más tarde, volvió a tomarla en brazos, como si no pesara más que una pluma, y la llevó a la ducha. Se enjabonó las manos y empezó a frotarla por todo el cuerpo, lavándola. Paula decidió dejar de intentar sacarle sentido a todo aquello y guardó silencio mientras él la enjabonaba. Cuando deslizó las manos por su entrepierna, abrió los ojos y contuvo la respiración. Era tan viril y hermoso. El agua corría por su rostro perfecto, por su pectoral duro, y esas manos poderosas la frotaban en la entrepierna, haciéndola gemir suavemente. Se le acercó por detrás entonces, pegándose a ella hasta hacerla sentir el poder de su erección. Metió las manos por debajo de sus axilas y le agarró los pechos jabonosos, atrapando sus pezones entre las yemas de los dedos.

-Estabas tan tensa a mi alrededor. Me gustó.

Ese sentimiento de vulnerabilidad se desvaneció cuando recordó lo que había sentido en ese primer momento, al tenerle dentro de ella.

-A mí también me gustó -le dijo, volviéndose y mirándolo a los ojos con timidez.

Él se limitó a mirarla durante unos segundos, mientras el agua caía a su alrededor, y entonces la metió bajó el chorro para quitarle el champú y el jabón. El tacto de sus manos ya no era seductor, era rápido e impaciente.

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