-¿Para quién es la ropa? -preguntó Paula cuando salió del cuarto de baño por segunda vez, envuelta en una toalla.
El sol estaba en lo más alto y se veía tierra debajo. Sintió un cosquilleo de emoción. Pedro debía de haberse duchado en otro cuarto de baño, ya que estaba abrochándose una camisa limpia, con el pelo mojado. De pronto la miró.
-Son para tí.
Paula se puso tensa.
-Pero yo tengo ropa.
-Necesitas ropa apropiada para ese clima. No tienes ni idea del calor que va a hacer. Además, tengo que asistir a unos cuantos eventos en Bangkok y en Nueva York, así que vas a necesitar ropa apropiada.
Paula se mordió el labio y miró las bolsas con ojos serios.
-Me parece raro. No quiero que me vistas.
-No es para tanto -le dijo él con impaciencia-. Por suerte me dí cuenta a tiempo.
Paula sintió un latigazo de fuego que le corría por la espalda. Se puso las manos en las caderas.
-¿Oh?¿Tienes miedo de que te ponga en ridículo en público? A lo mejor no deberías haberte dado tanta prisa echando a tu novia la otra noche. A ella no tendrías que vestirla.
Paula sabía que se había puesto pedante, pero no podía parar. La diferencia con las mujeres que solían rodear a Pedro era tan grande en ese momento. Claramente no estaba a la altura.
-¿Necesitas que te recuerde que el uniforme que me hiciste poner el otro día me quedaba pequeño? Pero si no te importa que me pasee por ahí con...
-¡Basta!
Paula cerró la boca. Pedro se acercó. Ella tragó en seco.
-Te lo digo una vez más, ella no era mi novia. Y la empresa que me envió el uniforme se equivocó de talla. Creo que estos vestidos te quedarán muy bien, y si no te los pones, te los pondré yo mismo.
Paula levantó la barbilla.
-No me das miedo, ¿Sabes?
Pedro tardó un poco en reaccionar, pero cuando lo hizo, se echó a reír a carcajadas. Volvió a mirarla. Sus ojos resplandecían, le cortaban la respiración.
-Lo sé. Créeme. Eres la única.
Un rato más tarde, vestida con las prendas exquisitas que Pedro le había comprado, Paula estaba sentada de vuelta en su asiento, con el cinturón abrochado. El avión había iniciado el descenso a través de unos negros nubarrones, rumbo al aeropuerto de Bangkok. De repente el aparato cayó un poco y se aferró al asiento, mirando a él con cara de pánico.
-¿Qué ha sido eso?
-Turbulencias. Aquí están en la época de lluvias, así que va a haber tormentas. Pero la lluvia es cálida.
-¿Cálida?
Pedro extendió la mano.
-Ven aquí.
Ella se levantó de su asiento, más nerviosa de lo que quería admitir. Él se cambió de asiento para que ella se pudiera sentar a su lado, junto a la ventana.
-Pero no vas a ver nada -le dijo Paula.
-Ya lo he visto antes -le dijo él, mirándola con ojos risueños-. Es tu primera vez.
Paula miró por la ventana por fin. Acababan de atravesar las nubes y el paisaje más hermoso se extendía ante ellos.
-Es tan verde. ¡Nunca pensé que pudiera ser tan verde!
Pedro la rodeaba con los brazos.
-Es una mezcla de jungla y de arrozales. Es un país exuberante, sobre todo en la estación de lluvias.
Paula sacudió la cabeza, maravillada, disfrutando de las vistas. Podía ver un templo en medio de un campo, y personas diminutas que caminaban a su alrededor.
-Es precioso.
-Pero todavía no has visto nada. No lo has visto bien.
-¿Habrá tiempo para...? Quiero decir. ¿Podremos ver algo?
Pedro sintió esa presión en el pecho que lo atenazaba cada vez que miraba esos ojos con reflejos dorados. Asintió.
-Claro. Podemos ir al Grand Palace, y ver muchas otras cosas más.
Sin saber muy bien lo que hacía, Paula le dió un beso en la boca y entonces se apartó rápidamente antes de que él pudiera ver el golpe de emoción reflejado en su rostro. Cuando llegaron al hotel salió del coche sin esperar a que el conductor le abriera la puerta. Se volvió hacia Pedro con una sonrisa en los labios.
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