jueves, 2 de abril de 2020

La Adivina: Capítulo 41

Contenta, buscó en la radio de su Harley hasta que encontró una emisora en la que Garth Brooks, el famoso cantante country, cantaba sobre el amor y la vida. Llegó a Blossom justo a tiempo para cambiarse de ropa y abrir la caseta.

–¡Lady Pandora, Lady Pandora! –la llamaron la señora Davis y la señora White–. Hemos venido para que nos lea el futuro.

–Ah, me parece muy bien –sonrió Paula–. Veremos lo que puedo hacer por ustedes.

Estuvo ocupada toda la tarde y parte de la noche. El sol ya se había puesto cuando se tomó veinte minutos para comer un perrito caliente y tomar un refresco.

–¿Comida basura? –oyó la voz de Pedro a su espalda–. No esperaba eso de tí.

–Por favor… La comida de las ferias es un clásico culinario.

–Recuérdame que nunca te deje dar de comer a Camila.

–Cobarde –sonrió ella–. ¿Qué te trae por aquí?

–Formo parte del jurado en el concurso de tartas de manzana.

–¿En serio?

–Oye, que ése es un deber muy serio en este pueblo –sonrió Pedro–. Y hacen tartas muy ricas, además.

–¿Quién ha ganado? La señora White y la señora Davis han pasado por mi caseta esta tarde. Querían saber quién iba a ganar el concurso.

–Entonces, tú deberías saberlo.

–Mis sesiones son confidenciales, amigo –se rió Paula–. Dime quién ha ganado, venga.

–La señora White. La señora Davis no había puesto suficiente canela.

–Bueno, por lo menos no ha ganado la viuda Harrison. Por lo visto, es una engreída.

–¿Qué tienes tú contra Lidia Harrison?

–Nada –se rió Paula–. Según la señora White, cree que es la mejor del mundo haciendo tartas, pero no es verdad. Oye, por cierto, he estado en Lubbock y me he apuntado a unas clases de enfermería.

–¿En serio? Me alegro mucho por tí. Estoy seguro de que serás la número uno –dijo Pedro, abrazándola.

–Gracias por el voto de confianza. Además, es culpa tuya. Cuando anoche me dijiste que podía hacer cualquier cosa que me propusiera te creí. Esta mañana me he despertado convencida.

–Me alegro.

No era exactamente una declaración de amor, pero Paula no dejó que eso la desanimara.

–¿Ha pasado algo raro hoy en el pueblo?

–¿A qué te refieres?

–No sé, es que he tenido una premonición. Como si fuera a pasar algo inesperado.

Por primera vez se dió cuenta de que había olvidado esa sensación en cuanto él llegó a su lado. Pedro la calmaba, la tranquilizaba como no podía hacerlo nadie más. Ni siquiera su abuela.

–No me han dicho nada. Pero puedo llamar a Marcos.

–No te molestes. Era sólo una… intuición.

Mientras volvían a la caseta, Paula vió una sombra cerca de la puerta y la premonición apareció de nuevo.

–Pedro, hay alguien intentando entrar en mi caseta.

–Yo también lo veo. Pero parece más como si estuviera esperando.

–Sí, es verdad –asintió ella–. Pero… ¿por qué está inclinado así…? Ay, Dios mío, es Melisa. ¡Y está de parto!

–¿De parto? No sabía que estuviera embarazada.

Paula corrió hacia ella a toda velocidad.

–Melisa…

–Pandora, me duele mucho.

–No pasa nada, tranquila. Todo va a salir bien, ya lo verás –murmuró Paula, tomándola por los hombros–. Pedro, llama a una ambulancia –dijo entonces. Acababa de sentir algo: dolor, confusión… pero no sólo por parte de Melisa, sino del niño. Le estaba pasando algo–. Por favor, Pedro, date prisa.

–Estoy llamando al doctor Wilcox…

–¿Estás bien, Melisa?

–Me duele mucho –contestó la chica.

–Espera, siéntate…

–El doctor Wilcox viene para acá –dijo Pedro.

–No puedo esperar –musitó Melisa entonces. Sentía tal dolor que se le doblaron las piernas y cayó al suelo, arrastrando a Paula con ella.

–Tranquila, tranquila –murmuró ella, disimulando un gesto de dolor. Al caer se había torcido el tobillo.

–¿Puedo hacer algo? –preguntó Pedro, nervioso.

–Creo que no deberíamos moverla. ¿Puedes levantarle un poco los hombros para que apoye la cabeza en mis piernas?

–Sí, claro.

Poco a poco, un grupo de gente fue reuniéndose frente a la caseta, pero Paula estaba concentrada en la pobre chica.

–Melisa, respira profundamente. Hazlo conmigo… así… inspira, contén el aire, expira…

–Me duele…

–¿Cada cuánto te vienen los dolores?

–No lo sé, muy rápido. Rompí aguas esta tarde y no sabía qué hacer… por eso vine a buscarte.

–Melisa, tengo que llamar a tu padre –dijo Pero entonces–. ¿Cuál es su número de teléfono?

–No, él no lo entendería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario