jueves, 16 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 13

Pedro iba sentado en la parte de atrás de su coche. El tráfico de Londres estaba detenido. Podía sentir la tensión del conductor.

-Tranquilo, Emilio. No tengo prisa.

Se echó atrás y subió la persiana de privacidad, sorprendido por lo que acababa de decir. Normalmente nunca se molestaba en tranquilizar a los demás. La gente nunca estaba del todo cómoda a su lado. Excepto Paula Chaves. Ella tampoco se sentía cómoda a su lado, pero se le enfrentaba como nadie lo había hecho antes. Sus contactos de seguridad tenían acceso a información confidencial. Sí que figuraba como la hermana de Gonzalo y no tenía antecedentes, a diferencia de su hermano. No había más hermanos, ni se mencionaba a los padres por ningún lado. Al parecer, una abuela se había hecho cargo de ellos temporalmente y al final los servicios sociales se los habían llevado. Provenían de una de las zonas más conflictivas de Londres y, aunque no conociera todos los detalles, podía cerrar los ojos e imaginarse la escena. Mientras registraba sus objetos personales, se había topado con una carpeta llena de dibujos y textos. Parecía un boceto de un libro de niños y era inesperadamente bueno. También se había encontrado con una foto de ella con su hermano de niños. Ella tenía muchas pecas y una sonrisa en la que faltaba algún diente, el pelo rojo recogido en coletas. Abrazaba a su hermano, más pequeño que ella en estatura, delgaducho y nervioso, escondiéndose detrás de unas gafas con cristales muy gruesos. Sintió una repentina presión en el pecho. Apretó los puños. No iba a dejarse engatusar por esos ojos azules. Ella era tan dura como el hierro y estaba dispuesta a proteger a su hermano a cualquier precio, fuera cual fuera su implicación. De repente levantó la vista y miró por la ventanilla. Ante él pasaban los frondosos barrios residenciales. Llevaba horas sin acordarse de Micaela Winthrop. Sacó el teléfono y la llamó.

Paula se despertó de un sueño agitado a las cinco de la mañana siguiente. Al principio estaba muy desorientada, pero en cuanto se dió cuenta de dónde estaba, un nudo empezó a formarse en su estómago. Los primeros rayos de sol vestían de plata a la ciudad de Londres. Repasó los acontecimientos del día anterior. Por suerte ya estaba en la cama cuando Pedro había llegado, y solo había oído algún ruido que otro. La había llamado a última hora de la tarde para decirle que iba a cenar fuera y no había podido evitar preguntarse con quién iba a cenar. Al marcharse Pedro esa mañana, había abierto la puerta de salida. Fuera se había encontrado con un atrio enorme y un armario empotrado de hombre sentado frente a una mesa que parecía tener una docena de monitores. Nada más verla, el hombre se había levantado.

-¿Tiene que ir a alguna parte, señorita Chaves?

Paula había sacudido la cabeza.

-Solo quería echar un vistazo.

-Soy Jorge -le había dicho el guardia, deshaciéndose en amabilidad-. Y estoy aquí para llevarla adonde necesite ir, así que si necesita algo, llámeme.

Paula había murmurado algo casi incoherente. Evidentemente, Jorge también estaba allí para asegurarse de que no salía huyendo, tal y como Pedro le había advertido. Había vuelto al departamento y había llamado a la anterior ama de llaves. La señora, muy agradable, le había dado la lista de tareas que el señor Alfonso esperaba que hiciera. Se había parado en el dormitorio de él y había mirado las sábanas revueltas. Su aroma inconfundible estaba en todas partes, almizclado y masculino. Pensando en esa cama y en esas sábanas, ella se dió cuenta de que tenía mucha sed. Se levantó de la cama y salió de la habitación. Todavía estaba medio adormilada. Al entrar en la cocina se dio cuenta de que la luz estaba encendida. Tuvo que cerrar los ojos. Al ver que una sombra enorme se movía de repente, dejó escapar un grito.

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