–Yo no he hecho nada –sonrió Paula.
–Claro que sí. De no ser por tí mi hija no habría nacido. Y también tenías razón sobre mi padre… me va a ayudar, como tú me dijiste.
–Le debo una disculpa, señorita Chaves –dijo el reverendo entonces–. Melisa me ha contado que usted le pidió que hablase conmigo… Mi comportamiento en la feria ha sido inexcusable. Estaba tan asustado, tan sorprendido. Por favor, espero que sea capaz de perdonarme algún día. Lo siento muchísimo.
–Está perdonado –sonrió Paula–. Lo importante es que ahora hay una niña en la familia… y que todo ha salido bien.
–El doctor Wilcox ha dicho que, de haber dado a luz en la feria, Melisa seguramente habría perdido a su hija.
–Lo que he dicho es que, de haber dado a luz en la feria, seguramente habríamos perdido a la niña y a Melisa –le corrigió el doctor Wilcox, entrando en la habitación–. Eres una chica muy afortunada. Y usted, señorita Chaves, tiene un don para estas cosas.
–Gracias por escucharme. No todo el mundo lo hace.
–En fin… ahora lo importante es ponerle un nombre a esta niña, ¿No?
Melisa sonrió.
–Me gustaría ponerle de nombre Pandora.
–Sí, bueno… supongo que querrás ponerle un nombre de tu familia… – empezó a decir Paula.
–No, por favor. Tú la salvaste, así que tiene que llevar tu nombre.
–Muy bien, de acuerdo, pero Pandora es mi nombre profesional. Mi verdadero nombre es Blossom Paula Chaves.
–¿Blossom? ¿De verdad?
–De verdad. Mi madre murió aquí, por eso me pusieron ese nombre.
–Me gustaría ponerle Paula. Mi pequeña Pauli… Pauli –poco a poco Melisa se quedó dormida.
–Paula Tolliver. Se lo diré a las enfermeras –el doctor Wilcox se dió la vuelta–. Bien hecho, señorita Chaves. Venga a verme si necesita trabajo.
Cherry dejó al reverendo Tolliver al cuidado de su hija y su nieta y salió de la habitación para llamar a Carlos, que quedó en ir a buscarla a la puerta del hospital. De modo que se dirigió hacia allí… no sin antes recibir las felicitaciones de todas las enfermeras. Qué curioso haberse convertido en una heroína y que le hubieran ofrecido un trabajo el mismo día que Pedro Alfonso le había dejado claro que no habría nada entre ellos. Pero en fin, había conseguido que una niña llegase al mundo sin problemas y que un padre y una hija se reconciliaran. «Algo es algo», pensó. Era una pena que ya no le apeteciese quedarse en Blossom. Lo último que deseaba era encontrarse con Pedro. Sin embargo, allí estaba. En la puerta del hospital.
–Paula… estaba esperándote.
–Pues no deberías.
–Sé que estás dolida conmigo…
–Sí, lo estoy.
Intentó apartarse de su camino, pero él la sujetó del brazo.
–Espera, no te vayas. El reverendo Tolliver es su padre y Melisa es menor de edad. Tenía que ponerme de su lado, Paula.
–Sí, claro, es lo más fácil.
–Eso no es verdad –Pedro se pasó una mano por el pelo–. Lo siento, no quería hacerte daño.
–Pero lo has hecho. Lo has hecho porque así creías que controlabas la situación, que quedabas bien delante de los buenos vecinos de Blossom.
–Estaba pensando en tí… ¿Tú sabes lo que los buenos vecinos de Blossom te habrían hecho si le hubiera pasado algo a Melisa?
Paula parpadeó.
–Para entonces ya había llegado el doctor Wilcox.
–Eso les habría dado igual. Tú habrías sido la cabeza de turco si algo hubiera ido mal.
–Esa gente no puede hacerme nada. Da igual lo que hagan o lo que digan de mí porque no me conocen. Están juzgando al personaje que interpreto, no lo que soy.
–Paula, no es tan sencillo.
–Sé que piensas que si consigues contenerlos puedes mantener el control, pero eso es una ilusión, Pedro. No hacer nada no evita que estés haciendo algo malo. Sólo evita que sigas adelante. Pensé que eras diferente, pensé que me conocías… pero parece que me he equivocado –murmuró ella, intentando contener las lágrimas–. Por favor, no vuelvas a acercarte a mí.
Después de eso, salió del hospital… y Pedro no se atrevió a seguirla.
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