jueves, 16 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 14

Pedro Alfonso estaba de pie en medio de la cocina, con una toalla alrededor de las caderas que apenas le tapaba los muslos. Paula sintió el golpe de cien sensaciones a la vez, además de la descarga de adrenalina. Debía de acabar de ducharse, porque tenía el pelo húmedo. Su piel bronceada resplandecía bajo la luz. Su pecho era ancho, musculoso. Una fina línea de vello descendía hasta perderse por dentro de esa toalla que parecía estar a punto de caerse. De repente ella se dió cuenta de que le estaba mirando como si nunca antes hubiera visto a un hombre. Apartó la vista.

-Se suponía que tenías que estar dormido.

-Bueno -dijo él con sequedad-. En realidad, no. Siempre me levanto pronto.

Paula no quiso mirarlo. El corazón se le salía del pecho, de la sorpresa.

-¿No deberías... ponerte algo de ropa?

-Tú tampoco estás vestida. Podría preguntarte lo mismo, pero no sé si quiero.

Al oír esas palabras, Paula sí que lo miró. Sintió una ola de calor que le subía por el pecho hasta la cara. La mirada de Pedro era oscura, perezosa. Se tomó su tiempo para mirarle las piernas, la camiseta que le llegaba hasta los muslos. Y finalmente la miró a la cara. Sabía que no debía de tener muy buen aspecto, con todo el pelo revuelto. De pronto se acordó de ese momento cuando la había cacheado. Su cara de desprecio y de disgusto hablaba por sí sola. Tenía la garganta muy seca, pero hizo todo lo posible para no tragar. Por ello su voz sonó ronca, ahogada.

-Solo quería un poco de agua.

-Claro -Pedro gesticuló con la mano-. Que no se diga que mato de sed a mis prisioneros.

Aquel comentario sarcástico la hizo recuperar un poco la compostura. Fue hacia las estanterías, consciente en todo momento de sus pies descalzos y de la mirada de Pedro. Ignorándolo, se puso de puntillas y quiso tomar un vaso de la estantería. Estaba demasiado cerca de él. No llegaba. La camiseta se le subía en el trasero, dejando ver las braguitas de algodón blanco que llevaba, gastadas y viejas. De repente sintió una ola de calor a sus espaldas, una fragancia familiar. Él estaba justo detrás de ella. Extendió el brazo y agarró el vaso de la estantería. Casi le estaba tocando la espalda con el pecho. Paula sabía que si se echaba atrás, se tropezaría con él. ¿Cómo sería sentir sus brazos fuertes alrededor? No pudo evitar preguntárselo. Él puso el vaso a su lado sobre la encimera con un golpe seco y se apartó de inmediato. Asió el vaso lentamente y se dió la vuelta. Él ya estaba al otro lado de la cocina, bebiendo de una taza, mirándola con la frialdad de siempre. Ella se dirigió hacia el fregadero para echarse agua del grifo.

-Hay botellas de agua en el frigorífico.

-El agua del grifo está bien. El agua embotellada en una pérdida de dinero -se volvió, asiendo el vaso con ambas manos.

Pedro arqueó una ceja.

-Bueno, ¿Ahora eres ecologista?

Paula se puso tensa.

-Sí que me importa el medio ambiente.

Él dejó la taza sobre la mesa.

-Si me disculpas, hoy tengo un día muy ajetreado.

Fue hacia la puerta con una magnificencia digna de un rey. Antes de salir se volvió. Había un brillo peligroso en su mirada.

-Recuérdame que te enseñe a hacer la cama como en los hospitales. Así es como me gusta que me la hagan.

Paula se quedó mirando el umbral vacío durante unos segundos, tantos como le llevó darse cuenta de lo que acababa de decir. Cuando por fin lo entendió, sintió ganas de tirar el vaso por la puerta. Pura arrogancia. Apretó los labios con fuerza. No podía dejar que sus palabras le hicieran mella. Se lo repitió una y otra vez de camino al dormitorio. Consiguió evitar a Pedro durante un par de días levantándose más tarde por las mañanas y acostándose antes de que él llegara al departamento. Por suerte, parecía que estaba muy ocupado. El tercer día, no obstante, no pudo salirse con la suya. Él emergió repentinamente de su despacho, mascullando toda clase de improperios. Estaba furioso y absolutamente guapísimo con unos vaqueros desgastados y una camiseta.

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