-Me encanta este calor. Es como seguir en una ducha caliente después de cerrar el grifo. Y los olores son tan exóticos.
Pedro trató de no fijarse en cómo la seda de la camisa, húmeda, se le pegaba a los pechos, definiendo su firme silueta, los pezones duros. Apretando la mandíbula, la agarró del brazo y la condujo al hotel más exclusivo de Bangkok, uno perteneciente a la prestigiosa cadena de hoteles Wolfe. Además, él conocía al dueño, Sebastián Wolfe, personalmente. Al entrar en la habitación, Paula miró a su alrededor, extasiada, sin palabras. Tocó los respaldos de las sillas, deslizó las yemas de los dedos sobre la superficie reluciente de las mesas. Abrió las puertas correderas y salió a la enorme terraza, que daba al río Chao Praya. Puso en el suelo el maletín del portátil y fue hacia ella. El mánager del hotel se había marchado ya, después de decirle que no dudara en llamarlo en cualquier momento del día en caso de necesitar algo. Sonrió. Sin duda, Sebastián debía de haberle dicho que le cuidara muy bien. El dueño de los hoteles Wolfe se había casado recientemente con una india preciosa, y acababan de tener a su primer hijo. Sebastián le había mandado una foto de los tres juntos. Una imagen de familia feliz que él no podía soportar. Ahuyentó esos pensamientos y frunció el ceño. ¿Dónde estaba Paula? De repente ella apareció por una esquina, donde un enorme bambú se mecía al viento.
-¡Hay piscina! Nuestra piscina privada.
Él sonrió y metió las manos en los bolsillos. No creía que fuera a ser capaz de tener las manos quietas, sin tocarla.
-Lo sé.
-Oh, claro. Habrás estado aquí muchas veces.
Pedro se dejó llevar y fue hacia ella. La rodeó con el brazo, la atrajo hacia sí y la hizo levantar la barbilla.
-No muchas. Pero sí unas cuantas. ¿Te gusta?
Paula sonrió. Parecía avergonzada.
-¿Que si me gusta? ¿Estás de broma? Este lugar es como un paraíso. Nunca he visto nada parecido. La ciudad es extraordinaria, impresionante. Y este hotel es otro mundo.
Pedro la atrajo hacia sí y habló sin pensar.
-Tú sí que eres extraordinaria.
Paula se sonrojó. Escondió el rostro contra su pecho.
-No. No lo soy -levantó la vista-. Soy de lo más corriente, pero creo que eso es una novedad para tí.
El corazón de Pedro se encogió. Si ella hubiera sabido. Tomó una de sus manos y le dió un beso. Las palmas de sus manos habían empezado a suavizarse.
-Tengo que ver a unos clientes. ¿Por qué no te echas una siesta y te pones cómoda? No creo que vayas a tener mucho jet lag porque dormimos en el avión. Esta noche vamos a un evento, y mañana voy a tener reuniones todo el día.
Paula asintió con la cabeza. Sabía que aquello le quedaba demasiado grande en muchos sentidos. Las palabras de Rocco retumbaron en su cabeza, especialmente una. Evento. Se mordió el labio.
-Lo de esta noche. ¿Es algo muy importante?
Pedro asintió, con un gesto serio en el rostro.
-Mucho. Y habrá un enorme bufé, así que será mejor que traigas una maleta para alimentar a tus vecinos necesitados.
Paula tardó un segundo en darse cuenta de que se estaba riendo de ella.
-Bueno, ahora en serio, solo he estado en ese evento en Londres, así que. ¿Qué hago si la gente me habla?
-Pues les contestas -Pedro esbozó una sonrisa seca-. Aquella noche no tuviste ningún problema en hablar conmigo. Simplemente no des por sentado que todo el mundo es de seguridad -le dijo y se alejó.
De repente Paula se sintió tremendamente ridícula.
-Te veo dentro de unas horas -añadió él, volviendo la cabeza justo antes de salir.
Esa noche Paula se miró por última vez. Pedro la esperaba fuera, en uno de los salones de la suite. Cada uno tenía su propio cuarto de baño y vestidor. Todavía no daba crédito ante tanta opulencia. Todo era de maderas nobles. La iluminación sutil y exquisita. Sábanas de seda. En la suite el aire acondicionado estaba bastante alto y al salir fuera la sensación era como entrar en un horno caliente. Respiró hondo. El vestido que llevaba resplandecía en diversos tonos de rojo y naranja. Se miró las sandalias, también rojas, dió media vuelta y agarró su bolsito de fiesta, de color dorado. Caminando despacio, salió al pasillo. Él la esperaba junto a las puertas correderas. Tenía las manos en los bolsillos y su espalda parecía más ancha que nunca con aquel traje negro. Durante una fracción de segundo, sintió ganas de salir corriendo. Pero en ese preciso momento, él se dió la vuelta. Debía de haberla oído. La miró de arriba abajo.
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