martes, 28 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 25

Volvió a la cama y se sentó. Sonrió al ver que ella fruncía el ceño, en sueños. Su boca seguía hinchada. Se inclinó y le dió un beso. Ella abrió los ojos. Él se apartó un instante, para contemplarla.

-Hola -le dijo ella con voz ronca y adormilada.

Todo era tan sencillo, tan natural. Pedro sintió una punzada en su interior, pero decidió ignorarla. Se inclinó sobre ella y la besó con fiereza.

Cuando Paula se despertó parpadeó varias veces y trató de protegerse del sol que entraba a chorros por las ventanas del dormitorio. Era el dormitorio de Pedro. Miró a su alrededor, tratando de ignorar las agujetas que le agarrotaban los músculos de las piernas. No había nadie más en la habitación. Todo estaba en silencio. Miró el reloj y vio que era la una de la tarde. Reprimiendo un grito, se puso en pie de un salto, pero tuvo que volver a sentarse de inmediato para no caerse. Un aluvión de imágenes desfiló por su memoria. Esa noche interminable en brazos de Pedro, su cuerpo poderoso empujando una y otra vez. Y esa misma mañana, justo al amanecer, se lo había encontrado sentado en la cama, junto a ella, observándola con esos ojos oscuros e intensos. Entonces la había besado, y todo había empezado de nuevo. Trató de mover una pierna e hizo una mueca de dolor. Se incorporó como pudo y fue hacia el cuarto de baño, sujetando la sábana a su alrededor. Las toallas de Pedro estaban por el suelo, y sobre el lavamanos. Su inconfundible aroma impregnaba la estancia, reanudando el ataque de los recuerdos...

Finalmente no fue capaz de ducharse en ese cuarto de baño, así que regresó al dormitorio y fue hacia la puerta. La abrió con sumo cuidado, temiendo encontrárselo al otro lado. No había nadie. Salió corriendo y se dirigió hacia su propia habitación. Entró y bloqueó la puerta. Se metió en la ducha y se restregó hasta borrar todo rastro de la noche. Cuando salió se puso unos pantalones sueltos y una camisa, procurando estar lo más tapada posible. Se recogió el cabello en una coleta. Al abrir la puerta, oyó un ruido proveniente de la cocina. De repente recordó el desorden que habían dejado allí y la cara le ardió de vergüenza. Se imaginó al grandullón de Jorge en medio de todo aquello, mirando a su alrededor, perplejo. Roja como un tomate, corrió hacia la cocina. Pero lo que se encontró allí fue tan inesperado, que no tuvo más remedio que pararse en seco. Había una mujer fregando el suelo, y todo estaba en su sitio. No quedaba ni rastro del frenesí de la noche anterior. Habían puesto flores frescas sobre la mesa donde Pedro y ella.

-Tú debes de ser Paula.

Confundida, Paula miró a la mujer que se dirigía hacia ella con la mano extendida. Se la estrechó y asintió con la cabeza.

-Sí. Soy Paula. Lo siento, pero. ¿Quién eres tú?

-Soy la señora Jones -dijo la mujer, sonriendo-. Soy la nueva ama de llaves, todavía en periodo de prueba -se apoyó contra la fregona-. Acabo de reincorporarme al trabajo a tiempo completo ahora que los chicos están en la universidad -añadió en un tono conspiratorio-. Así que no sé cómo van a salir las cosas, pero él parece muy agradable.

Paula no entendía nada. La mujer hablaba como si todo estuviera en orden. Pero si ella era el ama de llaves, entonces. ¿En qué lugar la dejaba eso?

-¿Te encuentras bien, cariño?

Paula volvió a mirar a la mujer. Asintió vagamente.

-¿Jorge está fuera?

-¿El grandullón?

Paula volvió a asentir, le dio las gracias a la señora Jones y salió fuera del apartamento. Jorge leía el periódico tranquilamente. Al sentirla levantó la vista y sonrió. Lo miró con ojos de sospecha. Parecía igual que cualquier otro día. No debía de haber visto el desorden de la cocina.

-¿Sabes dónde está el señor Alfonso?

-Debería estar en su despacho -dijo Jorge, frunciendo el ceño-. Se fue para allá hace un par de horas, justo después de llegar el ama de llaves.

Asintió y se dirigió hacia los ascensores. Al oír la voz de Jorge se detuvo en seco y dió media vuelta. Él le miraba los pies. Porque estaba descalza. Sonrió vagamente y regresó al departamento para ponerse unos zapatos.

Pedro estaba parado frente a la ventana. Se pasó una mano por la nuca. No podía ignorar el cosquilleo de placer que le recorría el cuerpo, como si acabara de disfrutar de un festín. Hizo una mueca. Sí había sido un festín. De repente sintió algo. Se dió la vuelta. Ella estaba allí. Se dirigía hacia su despacho a toda prisa. Por primera vez se arrepintió de tener ese despacho diáfano, de cristal. Ya casi había llegado a la puerta. Sus ojos oscuros estaban fijos en él, su gesto era serio. Aquella situación era tan diferente a todas las demás que casi resultaba divertido. Pero él no se reía cuando ella entró por fin.

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