-Pedro. -la voz le temblaba-. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás aquí?
Le estaba presionando el pecho con ambas manos, como si aún quisiera soltarse, zafarse de él. Él ya no la agarraba con tanta fuerza, pero ella seguía sin poder escapar. Un letargo fatal se había apoderado de sus músculos. Él la atrajo hacia sí. No habló durante unos segundos y entonces fue como si le estuvieran sacando las palabras.
-Te deseo. Estoy aquí porque te deseo. Esta noche, la semana pasada, desde que te conocí. Siempre te he deseado. A ella no. Y creo que se dio cuenta. Por eso fue tan cruel contigo.
Paula sacudió la cabeza. Jamás hubiera pensado que él llegaría a notar su obsesión secreta.
-No. Te aburres. O tratas de darle celos o algo así. Yo solo te vengo bien en este momento.
-No es que me vengas bien. Y no me aburro. Me da igual si ella siente celos, porque se acabó y no voy a volver a verla.
Paula sintió que la cabeza le daba vueltas.
-Pero tenías una relación con ella, ¿No? Ibas a casarte.
Pedro guardó silencio durante unos segundos. El peso de esas palabras cayó sobre él. Acababa de terminar su relación con Micaela Winthrop, y al hacerlo había puesto fin a sus planes de boda. Lo había hecho porque deseaba acostarse con Paula desesperadamente. Lo deseaba más de lo que había deseado nada en toda su vida. La única parte de su mente que aún era gobernada por la razón le decía que aún no era tarde. Si alcanzaba a Micaela justo al llegar a su casa, no todo estaba perdido. Pero no tenía ganas de ir detrás de ella. Esa horrible sensación de claustrofobia en la que había estado sumido durante semanas se había disipado por fin.
-No teníamos una relación -Pedro sacudió la cabeza-. En realidad, no. Lo que teníamos era un arreglo de conveniencia.
-Pero eso suena muy frío.
Pedro se encogió de hombros.
-Así es la vida. Todavía no le había pedido que se casara conmigo. Y tampoco me he acostado con ella.
Paula estaba intentando asimilarlo todo. Pedro la atrajo hacia sí. Se sentía como si estuviera en un tren de un único destino, y ya no tenía forma de bajarse. Sin darse cuenta se había puesto de puntillas. En ese momento él bajó la cabeza hacia ella. Esos labios hermosos se acercaron más y más. Ella cerró los ojos y una ola de calor impregnó sus labios, marcándola con fuego. Al principio el beso fue como caer en un remolino. De forma instintiva, se aferró a la camisa de él, porque ya apenas sentía las piernas. Y entonces una extraña urgencia se apoderó de los dos, como si el primer contacto no fuera suficiente. Pedro le tocó la cara, la acorraló contra la pared. Paula se recostó contra la superficie y apoyó todo el peso en ella. La boca de él se movía sobre la suya con frenesí, pero sus labios eran suaves, seductores. Sintió la caricia de su lengua contra sus propios labios, todavía sellados. Lentamente apretó los puños y fue abriendo la boca, dejándole entrar. El beso se hizo más intenso. Él apretó el pecho contra ella, aplastándole las manos en el proceso, pero a ella no le importaba. Era maravilloso sentir sus manos aterciopeladas, sujetándole las mejillas mientras la besaba. Ella se estaba cayendo, deslizándose, escurriéndose, adentrándose en otra dimensión. El aroma de Pedro la embriagaba. Su lengua la acariciaba con ternura y habilidad. Sus dientes le mordían el labio inferior. Era tan dulce y pícaro al mismo tiempo. De repente la besó en la comisura del labio. Paula abrió los ojos. Sentía la boca hinchada, magullada. Era como si hubieran dado un salto en el tiempo. Levantó la mirada. Al estar tan cerca, podía ver llamaradas de oro en aquellos ojos tan negros. Él también estaba sonrojado.
-¿Qué es esto?
Pedro le quitó las manos del rostro y le agarró un mechón de pelo, enroscándolo alrededor de un dedo.
-Esto. -le dijo, mirándola a los ojos-. Se llama química. Pero nunca antes la había sentido así.
Paula sacudió la cabeza.
-Yo tampoco he sentido nada así antes.
Pedro deslizó una mano sobre su cadera hasta llegar a la cintura, y después siguió subiendo hasta tocarle un lado del pecho. Con una sonrisa perezosa, movió la mano hacia dentro hasta abarcar todo su pecho y entonces empezó a acariciarle el pezón arriba y abajo, endureciéndolo más y más. Paula contuvo la respiración.
-Esto. es lo que empezó la noche en que nos conocimos.
Paula buscó sinceridad en sus palabras. Él también lo había sentido. Esa conexión extraordinaria. Era como un cable de alta tensión que se cargaba de corriente cada vez que lo miraba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario