-¿Bien? No sabía qué sería apropiado.
-Es perfecto.
Fue hacia ella. Sacó las manos de los bolsillos. Paula casi tropezó al verle acercarse. Estaba parada junto a una mesa. Él agarró una cajita en la que no se había fijado. La abrió y se la ofreció. Ella bajó la vista y se encontró con un magnífico collar de diamantes con unos pendientes a juego en forma de lágrima.
-¿Qué es esto?
-Joyas, para que las lleves -le dijo él, frunciendo el ceño.
Ella sacudió la cabeza y se apartó un poco.
-Es demasiado, Pedro. No puedo ponerme eso. Tienen que costar una fortuna.
Una sombra oscura pareció pasar por el rostro de Pedro.
-Son de la tienda del hotel. Hay que devolverlas por la mañana.
Ella le miró con ojos de sospecha.
-¿Solo son para esta noche?
Él asintió. Sus ojos eran un enigma.
-Si quieres.
Paula volvió a mirar las joyas.
-Muy bien. Me las pondré.
Pedro sacó el collar y se lo puso con manos expertas. Después le dió los pendientes. Paula se los puso con manos temblorosas. El collar era frío y pesado.
-¿Vamos? -le dijo Pedro, dándole el brazo.
Ella asintió y se agarró de él. Fueron al lugar del evento en la misma limusina que los había recogido en el aeropuerto. Cuando bajaron del coche, Paula agradeció el manto de aire caliente. Pedro la llevaba hacia un edificio de madera maravillosamente decorado. Todo era tan glorioso y exótico. Nunca había visto nada parecido. Se dejó seducir por los olores y las vistas. Los peculiares fonemas del idioma tailandés. El edificio era un espacio abierto por todos los lados, rodeado de exuberantes jardines. Los árboles estaban iluminados con pequeñas bombillas que les daban un aire mágico. La lluvia había cesado, y las estrellas iluminaban el firmamento. Las hermosas tailandesas se movían entre la multitud con sus faldas largas, sirviendo bebidas y comida. Paula rechazó una copa de champán. Pedro le dió un vaso de agua.
-¿No bebes?
Paula hizo una mueca y evitó su mirada.
-Mi madre era alcohólica, y mi abuela. Nunca he probado el alcohol.
Él se la quedó mirando durante unos segundos. Ella lo miró un instante y entonces apartó la vista. No podía creer lo que acababa de decirle.
-Las mujeres son tan pequeñas. Me siento como un elefante a su lado -le dijo, tratando de cambiar de tema.
Pedro le agarró la mano que tenía libre y se la llevó a la boca. Paula levantó la vista y contuvo la respiración al sentir sus labios sobre la palma de la mano.
-No pareces un elefante. Estás radiante.
-Gr... Gracias -dijo Paula, tartamudeando.
No podía creerse dónde estaba, con ese vestido, con Pedro Alfonso. Era como si la fantasía con la que llevaba tiempo deleitándose se hubiera hecho realidad de la noche a la mañana. Era demasiado. Pedro la condujo hacia la multitud, adentrándose en ella. En los jardines había mesas elegantes con velas que parpadeaban con la brisa. De repente un hombre se les acercó. Le dió una palmada en la espalda a Pedro. Y ese fue el comienzo de una larga velada durante la que mucha gente se acercó a él y le habló de cosas que Paula nunca había oído, cosas que no podía entender, cosas como las fuerzas de mercado, tendencias. Pero tampoco le importaba. Siempre le había gustado escuchar a la gente.
-¿Te aburres?
Paula levantó la vista, sorprendida. Otro hombre acababa de marcharse de su lado.
-¡No! ¿Por qué? ¿Pensaste que sí?
-No -dijo él-. Pero estás muy callada, y eso me puso nervioso.
Ella se encogió de hombros.
-No tengo ni idea de qué estás hablando la mayor parte del tiempo - sonrió-. Pensaba que eso sería un alivio para tí.
Pedro reprimió una sonrisa.
-Aunque pueda parecer extraño, no estoy tan aliviado como esperaba -la miró de frente por fin-. Esa carpeta que llevas en la maleta, con los dibujos, y el texto. ¿Qué es?
Paula se sonrojó. El corazón se le encogió.
-Debería haber sabido que habías mirado eso también. ¿Esperabas encontrar un plan de ataque para robar un banco, o algo así? -apartó la vista, pero Pedro le agarró la barbilla con las yemas de los dedos. Parecía incómodo.
-Puede que haya sospechado algo antes, pero ahora ya no lo sé.
Algo se agitó en el interior de Paula. Respiró hondo y aprovechó esta pequeña brecha de confianza que se había abierto momentáneamente.
-Estudié arte. Algún día quiero escribir libros para niños. Solo son unos dibujos y algunas ideas. Nada especial.
-A mí me parecieron muy buenos.
-¿En serio? -le preguntó Paula, mirándole con curiosidad.
Él asintió. El corazón de Paula dió un salto.
-¿Y qué te hizo querer escribir libros para niños?
Paula jugueteaba con su bolso de fiesta. Nunca se lo había dicho a nadie y se sentía expuesta, descubierta.
-Nunca fui buena alumna en el colegio. No como... -se detuvo antes de decir el nombre de su hermano-. No como la mayoría de los chicos. Siempre me gustó la lectura; verme transportada a otro mundo -se encogió de hombros, sintiéndose estúpida. Evitó la mirada aguda de Pedro-. Bueno, pensé que quizá yo podría hacer eso algún día, escribir libros -bajó la vista.
Pedro la miró unos segundos, en silencio. Su cabello resplandecía como una bola de fuego.
Ojalá Pedro confíe por fin en ella!
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