jueves, 9 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 6

Paula se había aferrado al teléfono con las manos sudorosas.

-Gonza, espera. ¿Qué pasa? A lo mejor puedo ayudarte.

-No. No voy a seguir haciéndote esto una y otra vez. Ya has hecho bastante. No es tu problema. Es el mío.

-¿Es...? ¿Son las drogas de nuevo? -le había preguntado, aterrorizada.

Gonzalo se había echado a reír y su risa había sonado un tanto frenética.

-No. No son drogas, Pau. Si te soy sincero, quizá sería mejor si lo fuera. Se trata del trabajo, algo que tiene que ver con el trabajo.

Antes de que pudiera preguntarle nada más, se había despedido de ella rápidamente y la había dejado con la palabra en la boca. Había intentando llamarlo varias veces, pero el móvil había sido desconectado. Después había ido al pequeño estudio donde vivía y del que estaba tan orgulloso, pero se lo había encontrado patas arriba. Sus cosas estaban revueltas, por todas partes.

Las puertas del ascensor se abrieron. Pedro Alfonso la condujo hacia una especie de ático. Las extraordinarias vistas de Londres al atardecer daban un toque aún más surrealista a la situación. Una enorme luna brillaba en el cielo color violáceo. Pedro la soltó por fin y encendió varias luces. Paula se estremeció y se frotó los brazos. La descarga de adrenalina y la sensación de sorpresa se habían desvanecido. Se sentía vacía. Miró a su alrededor. El apartamento estaba decorado exquisitamente. La artista que había en ella admiraba esa opulencia discreta, pero contundente. Sus ojos fueron a parar a él de nuevo. Sintió un vuelco en el estómago. ¿A quién quería engañar? Su interés en ese hombre era mucho más que una inquietud estética.

Pedro contempló a esa mujer menuda que estaba en su departamento. La mirada desesperada con la que había echado a correr hacia la puerta de emergencia estaba grabada con fuego en su memoria. Le había llegado muy adentro, había revivido un recuerdo del pasado. No era como esas bellezas sublimes en las que solía fijarse; mujeres de alta cuna, hermosas, inteligentes, discretas. Mujeres que jamás le hubieran dejado ponerles una mano encima de haber sabido en qué mundo había nacido.

-Me lo vas a contar todo ahora mismo. Aquí y ahora -le dijo, furioso consigo mismo por la reacción impulsiva que había tenido.

Ella se encogió, como si acabara de golpearla. Pero Pedro no se ablandó. Reprimió ese latigazo de remordimiento que acababa de sentir. De repente ella estaba muy pálida, vulnerable. Pero no podía dejarse engañar. Había una fuerza en ella inconfundible, la fuerza de las calles. Él la reconocía bien, y no le gustaba que se la recordaran. Sacó una silla cercana y la obligó a sentarse. Ella lo miró con esos enormes ojos marrones, esos labios carnosos y pálidos. Había una inocencia calculada en ella que resultaba terriblemente tentadora. Se produjo un silencio tenso y Rocco trató de averiguar qué estaba pasando detrás de aquellos ojos tan grandes y expresivos. Y entonces pareció que ella se preparaba para recibir un duro golpe.

-¿Qué quería decir con eso de que Gonzalo robó un millón de euros?

Pedro abrió la boca para decir algo y entonces se detuvo.

-¿Pero te atreves a seguir fingiendo? -le preguntó él en un tono de incredulidad.

Ella apretó los puños sobre el regazo. Él recordaba muy bien lo nerviosa que estaba aquel día en la fiesta; recordaba la intriga que había despertado en él. Recordaba haberle dado un beso en el dorso de la mano, el tacto áspero de las palmas de sus manos pequeñas, nada que ver con la piel aterciopelada de esas mujeres con las que solía salir. Ella tenía que saber exactamente quién era él. Seguramente su hermano y ella llevaban toda la semana riéndose de él. Pedro sintió que ardía por dentro. No se había sentido tan humillado en muchos años. Ella le había visto en un momento de debilidad, y eso no era nada bueno. Nada bueno. No recordaba haber sentido debilidad alguna desde su salida de Italia, muchos años antes. Atrás habían quedado esos barrios marginales y apestosos. Pensar en aquella época le hizo recuperar el control.

-¿Quién eres y de qué conoces a Gonzalo? -le preguntó con una claridad diáfana.

Paula fulminó con la mirada a Pedro. Él tenía la extraordinaria habilidad de hacerla sentir como si no tuviera opción alguna excepto obedecerle. Era tan incisivo y preciso como un láser.

-¿Y bien?

La palabra estaba llena de frustración y rabia.

-Soy Paula. Paula Chaves-dijo ella casi sin pensar.

-¿Y? -dijo él, haciendo un gesto a medio camino entre una mueca y una sonrisa-. ¿Qué tienes que ver con Gonzalo Schulz?

-Es. es un viejo amigo.

-Mentirosa -dijo Pedro en un tono burlón.

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