-Dame el teléfono.
-¿Por qué? -preguntó, cada vez más testaruda.
-Porque no te creo. Porque creo que harás todo lo que esté en tu mano para ponerte en contacto con tu hermano y advertirle que no aparezca por aquí. Y porque si trata de contactar, lo atraparemos.
Paula cruzó los brazos. Se fulminaron con la mirada durante unos segundos.
-No me hagas volver a cachearte -le dijo con un disgusto evidente.
Al oír esas palabras Paula sintió una punzada de vergüenza al recordar cómo la había tocado el día anterior, lo mucho que le había repugnado. Intentando esconder sus emociones, se levantó de la silla, sabiendo que él encontraría el teléfono al final. Salió de la cocina, buscó el teléfono en el bolso y se lo entregó a Pedro.
-No va a volver a llamarme. Sabe que está en un buen lío.
-Tengo una propuesta que hacerte -Pedro se guardó el teléfono-. No tengo ama de llaves ahora mismo. Necesito una -la miró de arriba abajo con desprecio-. Creo que no se te puede dar mal un trabajo tan sencillo. Ni siquiera tendrías que cocinar. Tengo un chef que prepara comida cuando la necesito. Solo tendrías que limpiar y ocuparte del departamento. Entregas, correspondencia.
-¿Me estás ofreciendo un trabajo?
-Bueno, no es tanto un trabajo como algo para mantenerte ocupada mientras estés aquí. Porque no vas a irte de mi lado hasta que tengamos a tu hermano.
El corazón de Paula empezó a latir con más fuerza. Cruzó los brazos.
-No puedes hacer esto. Es una vergüenza. No puedes tenerme prisionera.
-No tienes adónde ir, ni tampoco trabajo -dijo Pedro, arqueando una ceja-. Tienes un capital de nada menos que cincuenta libras. No estás en posición de reafirmar tu independencia y tu libertad. Al final te darás cuenta de que te estoy haciendo un favor, que no te mereces.
-Has estado registrando mis cosas.
-Claro que sí -dijo él, encogiéndose de hombros.
Paula sintió vergüenza de verse tan expuesta y ridiculizada. Desde que había terminado la carrera no había hecho más que sobrevivir. No había tenido tiempo para sueños e ilusiones, pero Pedro Alfonso no sabía lo que era ganarse el pan de cada día.
-¿Entonces me estás ofreciendo este trabajo por pura bondad? -le preguntó en un tono corrosivo.
Él sonrió, pero su sonrisa estaba desprovista de humor.
-Algo así, sí. No estás en posición de discutir, Paula. Tu hermano y tú se han metido solos en esta situación. Míralo de esta manera. Eres mi aval, por valor de un millón de euros, hasta que tu hermano aparezca.
Paula trató de buscar una salida. No podía dejar a su hermano a merced de aquel hombre. Se puso erguida y se incorporó, decidida a recuperar algo de control en una situación tan desesperada.
-Si voy a ocuparme de tu casa, entonces quiero que me pagues lo mismo que cobraba en el bar. Tengo que pagar el préstamo de estudiante.
Pedro se sorprendió al ver que se rendía tan fácilmente, pero no se dejó llevar por los golpes de la consciencia. Se traía algo entre manos y seguramente se comportaba así para hacerle dudar de su culpabilidad. Sintiendo una gran curiosidad, le preguntó cuánto le pagaban, esperando que triplicara la suma. Paula, sin embargo, mencionó una cifra totalmente inesperada. Él tuvo que hacer un esfuerzo para no dejar ver el asombro que sentía. La expresión de ella era tan diáfana, inocente y desafiante, que casi sin darse cuenta accedió a pagarle esa suma patética. ¿Sería el salario mínimo por lo menos?
Paula observó a Pedro mientras sacaba un bolígrafo y un papel de un cajón. Garabateó un par de números y nombres y entonces se lo entregó en la mano.
-Es el número de mi asistente personal, por si necesitas contactar conmigo. Estaré todo el día reunido al otro lado de la ciudad. Puedes usar los teléfonos de la casa -sus ojos brillaron-. Sobra decir que todas las llamadas que le hagas a tu hermano serán grabadas. También te he apuntado el número de la antigua ama de llaves. Puedes llamarla y consultarle cualquier duda.
Paula miró el papel y entonces oyó su voz burlona.
-Mi jefe de seguridad está justo en la puerta del departamento y controla cada entrada y salida de la casa. Si intentas marcharte, te traerán de vuelta.
Ella miró atrás y levantó el papel en la mano.
-¿Quieres decir que no tengo línea directa con Dios?
Pedro esbozó una sonrisa maliciosa.
-Me reservo mi número privado para la gente con la que realmente quiero hablar. No para escoria y ladrones.
Paula sintió que una ola caliente le subía por la cara.
-No sabes nada de mí. Nada.
-Sé todo lo que tengo que saber -le dijo él con una mirada fría- . No te metas en líos hasta que nos volvamos a ver -dió media vuelta y se marchó.
Paula se lo quedó mirando, pensando en qué clase de persona sería digna de tener su número privado para hablar de cosas íntimas.
-No creas que te vas a salir con la tuya -le gritó de repente, presa de un arrebato de soberbia-. No eres más que un autócrata megalómano.
Pedro se volvió lentamente y el corazón de Paula se detuvo un instante al ver la furia que había en su mirada. Una ola de miedo se apoderó de ella.
-Si estás tan preocupada, entonces llama a la policía. Y ya de paso los pones al día sobre las actividades más recientes de tu hermano, ¿No? Estoy seguro de que estarán encantados de conocer sus progresos en el mundo real desde su salida de la cárcel.
Paula tragó con dificultad. De repente sentía náuseas.
-Ya sabes que no puedo hacer eso.
En ese momento Paula podía ver esa larga lista de antepasados aristocráticos retratados en los rasgos arrogantes de Pedro.
-Bueno, será mejor que te acostumbres al departamento, porque va a ser tu hogar durante una temporada.
Cuando se marchó, Paula trató de sacar toda la rabia y el odio que sabía tenía dentro, pero para su sorpresa, lo único que le vino a la mente fue la forma en que él había insistido en darle de comer.
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