jueves, 2 de abril de 2020

La Adivina: Capítulo 43

–¡No la quiero al lado de mi hija!

–Me da lo mismo lo que usted quiera –le espetó el médico, airado–. Su hija está esperando un hijo, reverendo Tolliver. Ya no es una niña y toma sus propias decisiones. De modo que apártese de una vez.

–¡No puede hablarme de esa forma!

–Alguien tiene que hacerlo. Si su hija no se calma enseguida, si no nos vamos al hospital ahora mismo, en este mismo instante, su hija podría morir. ¿Lo entiende o no?

–¿Morir? Pero… pero si va a tener un niño.

–Está teniendo graves dificultades –insistió el médico–. Tenemos que irnos ahora mismo. Alcalde, por favor, lleve al reverendo Tolliver al hospital. Nos veremos allí.

Sin mirar a Pedro, Paula intentó olvidar su corazón roto y acompañó aldoctor Wilcox hasta la ambulancia.

-No te preocupes, Melisa. Ya estoy aquí


En el hospital, el doctor Wilcox pidió que llevaran a Melisa al quirófano para una cesárea de urgencia. Después de la escena en la feria, Paula decidió no compartir la sala de espera con el reverendo Tolliver o con Pedro. Le preguntó a una enfermera si había algún otro sitio y la mujer la llevó a otra sala. Ojalá la hubieran dejado entrar en el quirófano, pensaba. Quizá así dejaría de pensar en Jason y en el futuro que nunca podría haber para ellos. Y ella soñando con una familia… Evidentemente, Pedro Alfonso no estaba preparado para rehacer su vida. Entendía que no quisiera enfadar a nadie, entendía que comprendiese las razones del reverendo Tolliver… Sí, ésa era ella: una chica comprensiva. Qué irónico que también entendiese que ella no podía vivir así. Que no lo aceptaría nunca. Por él, había estado dispuesta a enfrentarse a su mayor miedo. Y pensaba hacerlo de todas formas. No permitiría que aquella gente tan mezquina dictase su futuro. Pero le dolía, cómo le dolía que Pedro no se hubiera puesto de su lado.

–¿Señorita Chaves?

–Sí, soy yo. ¿Cómo está Melisa Tolliver? ¿Y el niño?

–Es una niña y las dos están bien, pero ha tenido mucha suerte. La niña tenía el cordón umbilical enredado en el cuello y estaba casi sin aire.  Si no le importa venir conmigo… Melisa quiere verla.

–Ah, estupendo.

Pero cuando iba a entrar en la habitación, comprobó que el reverendo Tolliver estaba al lado de la cama.

–Señorita Chaves, entre, por favor.

Ella lo hizo, sin mirarlo. Melisa parecía agotada, pero miraba a su hija con una expresión llena de amor.

–¿Cómo estás?

–Bien. ¿Has visto qué guapa es?

–Es preciosa.

–Gracias a tí.

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