martes, 7 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 2

Antes de abandonarles, su madre siempre le había recordado muy bien que su querido hijo había estado a punto de morir, mientras que ella, Paula, había tenido la osadía de crecer más sana y fuerte que un roble. «Me lo llevaría conmigo si pudiera. Él ha sido el único al que siempre quise. Pero está demasiado apegado a tí y no puedo hacerme cargo de un chiquillo malcriado». Paula reprimió la ola de emoción que la embargó de repente, la que siempre la invadía cuando recordaba aquel día.

 Suspiró al ver a su hermano a lo lejos. Su corazón se llenó de amor por él. Habían pasado muchas cosas desde aquel día, pero siempre habían velado el uno por el otro. La debilidad de Gonzalo había sido tan grande que ni siquiera ella había logrado salvarle durante unos años, pero las cosas habían cambiado. Él había vuelto a la carga. «Por favor, Paula, de verdad quiero que me acompañes. Todos van a traer a sus esposas. No puedo desentonar. ¿Sabes lo importante que es haber conseguido un trabajo en Alfonso International?.». Y después había vuelto a ofrecerle el discurso de siempre acerca del magnífico Pedro Alfonso; tanto así, que no había tenido más remedio que escucharle alabar a esa persona que no podía ser humana porque era demasiado perfecta. Y también le había escuchado porque había visto lo ansioso que estaba, y porque sabía lo mucho que había trabajado para lograr una oportunidad. Largas horas en la cárcel, estudiando, para sacarse el graduado y poder acceder a la universidad en cuanto saliera. El miedo constante de que pudiera recaer en las drogas. Pero eso no había ocurrido. Por fin, su talento extraordinario y su inteligencia estaban sirviendo para algo. Estaba hablando con otro hombre. Mirándolo, nadie hubiera dicho que era su hermano.

Gonzalo era alto y delgado. Paula medía poco más de metro y medio y su figura infantil siempre la había avergonzado. Era pelirroja, con pecas, ojos marrones; había salido a su padre irlandés. Otra razón por la que su madre la odiaba. Hizo una mueca al ver que el vestido se le bajaba un poco más por el pecho, dejando al descubierto un centímetro más de piel en el escote. Nada del otro mundo. Se había comprado aquel vestido esa misma tarde en una tienda de segunda mano y ni siquiera se había molestado en probárselo. Un gran error. El vestido era por lo menos dos tallas más grande y le sobraba por todas partes. Se cansó de esperar a su hermano. Debía de estar demasiado ocupado. Le dió la espalda a la multitud y se subió el vestido. Se fijó en una mesa repleta de deliciosos platos llenos de canapés. De repente tuvo una idea. Fue hacia aquellos exquisitos manjares. Y entonces sintió una voz a su lado.

-La comida no se va a acabar, ¿Sabes? La mayoría de la gente que hay por aquí no ha comido en años.

Aquella cínica observación flotó en el aire por encima de Paula. La joven se sonrojó violentamente y asió con fuerza el canapé que acababa de envolver en una servilleta para guardar en el bolso. Ya era el cuarto. Miró a su izquierda, de donde provenía la voz. Se topó con una inmaculada camisa blanca, una pajarita. Y entonces vió al hombre más apuesto que jamás había visto en su vida. El canapé se le cayó de la mano y fue a parar directamente al bolso. Se quedó embelesada, hipnotizada. Unos ojos oscuros brillaban en aquel rostro salvajemente hermoso. Paula casi tuvo ganas de hacer una reverencia. Aquel desconocido desprendía un carisma escandalosamente sexual.

-Yo. -no podía hablar.

Se hizo el silencio.

-¿Tú.? -él arqueó una ceja, esbozó una media sonrisa.

La mirada de Paula fue a parar a esos labios perfectos. Había algo tan provocadoramente sensual en aquella boca, como si estuviera hecha para besar, y solo para besar. Cualquier otra cosa hubiera sido un desperdicio. Con la cara ardiendo de vergüenza,  levantó la vista de nuevo hacia esos ojos negros. Era consciente de que aquel hombre era altísimo, el ancho de su espalda casi intimidaba. Tenía el pelo grueso y negro, con un mechón rizado que le caía sobre la frente. Le daba un aire travieso que no hacía más que mejorar aquellos rasgos duros y altivos. Aquel desconocido tenía un porte soberbio, regio. Llevaba las manos metidas en los bolsillos con desparpajo. Logró bajar los ojos por fin.

-La comida no es para mí. Es para...

Buscó una excusa desesperadamente y entonces pensó en qué diría Gonzalo si la echaban de allí por ello. A lo mejor se había confundido del todo con aquel hombre. Volvió a mirarlo.

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