Sin saber muy bien lo que hacía, soltó el periódico y fue directamente hacia el ascensor. Paula estaba junto a Jorge en el ascensor, intentando averiguar si le afectaba tanto saber que Pedro estaba comprometido. Apenas lo conocía, así que no tenía por qué sentirse. traicionada. Frunció el ceño. Estaba muy confundida. El ascensor se detuvo. Miró a Jorge, pero este se limitó a encogerse de hombros. Todavía no estaban en el ático. Las puertas se abrieron y Pedro apareció ante ellos, con las manos apoyadas en las caderas. Sin chaqueta, con la corbata floja, un botón desabrochado. Paula contuvo el aliento de inmediato y su corazón empezó a latir con más fuerza.
-Solo fuimos a comprar algo para la cena -le dijo.
¿Por qué se sentía tan culpable cuando él debía de saber muy bien dónde habían estado? Pedro miró a Jorge y le quitó las bolsas de las manos a Paula.
-Paula subirá enseguida -le dijo, dándole la compra-. Tengo que hablar con ella.
Echó a andar y Paula no tuvo más remedio que ir tras él. La condujo a través de un laberinto de despachos acristalados hasta llegar al suyo propio. Le sujetó la puerta un momento, dejándola pasar primero. De alguna manera, ese gesto tan caballeroso la hizo sentir más vulnerable que nunca. En cuanto entró en el despacho recurrió al modo de ataque para esconder sus sentimientos. Se volvió hacia él justo cuando él estaba cerrando la puerta.
-Si vas a echarme la bronca porque fuimos a comprar.
Pedro levantó una mano.
-¿He dicho algo?
Paula cerró la boca y sacudió la cabeza. Se sentía como una pordiosera al lado de Pedro. Se había cambiado y se había puesto un traje. Le observó con ojos recelosos. Él rodeó el escritorio y se sentó. De pronto ella reparó en las magníficas vistas.
-¿Siempre tienes las mejores vistas? -le preguntó, yendo hacia la ventana.
-Claro que sí -le dijo Pedro con cinismo-. ¿No sabes que se juzga a la gente por lo altos que están y por lo lejos que llegan a ver?
-Me pregunto si hay algún límite para eso.
El peso del silencio se hizo casi insoportable. Paula apartó la vista, avergonzada. ¿De dónde había salido esa observación tan filosófica? Para evitar la oscura mirada de Pedro, se fijó en los muebles modernos y en las obras de arte contemporáneo que colgaban de cables de acero sobre los paneles de cristal. Se veía a muchos empleados a través de las paredes de cristal de sus cubículos, pero nadie levantaba la vista. Todos estaban muy ocupados, ganando millones para él y para sus clientes. Su hermano había sido uno de esos empleados. Y había terminado robándoles su dinero. Volvió a mirar a Pedro rápidamente. No quería que él adivinara en qué dirección iban sus pensamientos. Buscó algo que decir.
-¿No te importa?
-¿El qué?
Paula gesticuló con la mano.
-¿No te preocupa que todo el mundo te vea? ¿Es que nunca tienes privacidad?
-El despacho está insonorizado, así que nadie puede oír mis conversaciones privadas. Y así puedo ver a todo el mundo.
Paula lo miró fijamente. Su rostro era una máscara impenetrable. No había expresión alguna.
-Querrás decir que así lo puedes controlar todo.
-No pude controlar a tu hermano -Pedro se encogió de hombros.
Paula bajó la vista y entrelazó las manos. Él acababa de dar voz a sus propios pensamientos. Le oyó moverse y levantó la vista hacia él. Estaba parado junto a la ventana, de espaldas a ella, con las manos metidas en los bolsillos. Por un momento, su imponente físico pareció fuera de lugar frente a aquel paisaje urbano, como si tuviera que estar fuera, luchando contra las fuerzas de la Naturaleza o algo parecido.
Pobre Pau... esta pagando.las culpas de su hermano...
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