martes, 14 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 11

-No, Gonzalo. No puedes. Por favor.

Volvió a la Tierra de golpe. Una vez más era como si ella hubiera ejercido su influjo mágico, haciéndole olvidar quién era y por qué estaba allí. Ella no era nadie. No era más que una ladrona, cómplice de su hermano, que había sido tan temerario como para creer que podía abusar de la confianza de Pedro Alfonso. Dió un paso atrás, se alejó de ella y reprimió cualquier indicio de preocupación o deseo. Juró que no la dejaría marchar hasta llevarla ante la justicia junto con su hermano. Cuando Paula se despertó al día siguiente tuvo la extraña sensación de no saber dónde estaba, o qué día era. El entorno le era totalmente desconocido y suntuoso. Estaba tumbada encima de una cama enorme, con un albornoz. Poco a poco, lo recordó todo. Se incorporó y vio que las cortinas seguían abiertas. Podía disfrutar de las vistas más espectaculares de Londres desde su ventana. El Támesis zigzagueaba como una serpiente entre los edificios grises de acero. Se apartó un momento de la ventana. Algo llamó su atención. Sus maletas viejas estaban junto a la puerta. Se sonrojó violentamente. Pedro había entrado en la habitación mientras dormía.  Sintiéndose en clara desventaja, ella se levantó de la cama y acercó las maletas. Sacó unos vaqueros, una camiseta y unas zapatillas. Después de lavarse la cara, se recogió el pelo en un moño y salió.

El departamento estaba en silencio. Paula miró la hora. Todavía era pronto. A lo mejor Pedro no se había levantado todavía. Al llegar a la puerta de la enorme cocina, se lo encontró sentado frente a la mesa. Su corazón se detuvo un instante. Estaba leyendo Financial Times. Tenía el pelo húmedo y se lo había echado hacia atrás. Su piel bronceada resplandecía a la luz de la mañana. Estaba impecablemente vestido con una camisa azul y una corbata a juego. De repente él levantó la vista. Bebió un sorbo de la pequeña taza, que parecía diminuta en su enorme mano.

-Buenos días.

-Buenos días -repitió ella vagamente, como si hubiera sido un huésped cualquiera, y no una prisionera.

Pedro hizo un gesto señalando la cocina.

-Me temo que tendrás que servirte tú misma. Estoy sin ama de llaves.

Paula se sirvió un poco de café y una tostada. Las manos le temblaban, pero no podía controlarlo. No le tenía miedo a casi nada, pero a él sí. Se quedó parada frente a la enorme isla en el medio de la cocina.

-Ven a sentarte. No muerdo.

Ella apretó los dientes, agarró su taza y su plato y se sentó en el otro extremo de la mesa. Se comió la tostada con esfuerzo, esquivando su mirada con sumo cuidado.

-Investigué un poco a tu hermano anoche y encontré cosas muy interesantes.

Paula se quedó helada. Dejó la taza sobre la mesa. Al revelarle su nombre real también le había dicho el de Gonzalo. Lo miró a los ojos fijamente. Pedro casi parecía estar aburriéndose mucho, pero percibía la rabia que bullía debajo de esa superficie aparentemente en calma.

-Tiene un historial impresionante. Tres años en la cárcel por tráfico de drogas, por no mencionar el hecho de que falsificó papeles para conseguir un empleo en mi empresa. Sus delitos no hacen más que aumentar, Paula.

-Él no es así -le dijo Paula, desesperada-. De verdad estaba intentando empezar de nuevo. Quería usar su talento, su inteligencia, darle un giro a su vida. Hizo una carrera. Tiene que haber una buena explicación para lo que ha hecho. No se habría arriesgado a ir a la cárcel de nuevo.

Pedro parecía más serio que nunca.

-Creo que muchos estarían de acuerdo en que un millón de euros es una muy buena razón.

Paula se echó atrás en la silla y se miró las manos. Temblaban sin parar, así que las entrelazó con fuerza. Sentía el escozor de las lágrimas en los ojos. Oyó suspirar a Pedro, pero no levantó la vista.

-No obstante, no creo que estés a punto de llamarlo para decirle que lo deje, ¿No?

Reprimiendo la emoción, Paula levantó la vista.

-Sí que hablé con él ayer, pero no quiso decirme dónde estaba, o adónde iba, y cuando traté de devolverle la llamada su teléfono estaba apagado. Creo que lo tiró.

Decidió no mencionar que su hermano le había dicho que trataría de contactar con ella cuando pudiera. Paula se prometió a sí misma que si eso llegaba a pasar, le diría que se mantuviera lejos y que no volviera nunca. Pedro se puso en pie y extendió una mano.

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