Ella deseaba un beso, desesperadamente. La tensión crecía sin cesar. Quería que la tocara. Transcurrieron unos segundos. y entonces oyeron unos golpecitos en la ventana. Se apartó de inmediato. Bajó del vehículo y aterrizó en el asfalto sin gracia ninguna. Pedro se limitó a mirarla con una expresión divertida. Salió del coche y avanzó por la pista, rumbo al avión. Paula dió un pequeño traspié, pero Pedro se detuvo y le tendió una mano. Ella miró esa mano durante unos segundos, como si fuera lo último que esperaba. Y entonces puso la suya encima. Por mucho que quisiera negarlo, el momento estaba cargado de emoción.
Pedro miró a Paula. Estaba sentada en un cómodo butacón, al otro lado del pasillo. Miraba por la ventanilla, como si fuera la primera vez que veía un aeropuerto. El avión empezaba a moverse, se deslizaba por la pista. De pronto vió que ella no se había abrochado el cinturón. La llamó. Le hizo señas para que se lo abrochara. Ella bajó la vista, confundida.
-El cinturón.
-Oh -buscó los dos lados de la cinta y trató de unirlas con manos torpes.
De pronto Pedro recordó ese pasaporte casi vacío. No había viajado mucho. Se incorporó rápidamente y le abrochó el cinturón. Lo apretó bien.
-Yo podría haberlo hecho.
Pedro se echó hacia atrás y la miró.
-Nunca habías viajado en avión, ¿Verdad?
Ella se sonrojó. Sacudió la cabeza y apretó los labios. Sentía vergüenza.
-¿Y entonces por qué tienes un pasaporte nuevo? ¿Ibas a algún sitio?
Un segundo después de haber hecho la pregunta sintió un sudor frío por la espalda. Su deseo de confiar en ella le estabadelatando.
-Dií -exclamó, sin darle tiempo a contestar-. ¡Claro que sí! Debías de estar planeando un viaje con tu hermano, con el millón de euros que les robó a mis clientes.
-Eso es. Estábamos pensando en Australia. Un nuevo comienzo, de cero. ¿Es eso lo que quieres oír, Pedro? Porque puedo decirte lo que quieres oír hasta quedarme azul. Pero no por eso será verdad - se volvió hacia la ventana y respiró hondo.
Gonzalo. Una punzada de culpa la atravesó como una lanza. ¿Cómo había podido olvidarse de su hermano de esa manera? Una imagen de la noche anterior fue la respuesta a su pregunta. No tenía forma de saber dónde y cómo estaba y, por primera vez desde su llegada a la casa de él, deseaba que sus hombres le encontraran. Por lo menos de esa manera sabría que estaba a salvo y podría protegerle de la ira de Pedro. Paula siguió mirando por la ventana, con los ojos fijos en un punto lejano.
Una hora más tarde Pedro suspiró, frustrado. Se mesó el cabello. La tensión entre Paula y él era tan espesa que casi se podía cortar con unas tijeras. No podía dejar de sentirse tremendamente culpable, como si le hubiera hecho un daño irreparable.
-Paula.
Ella ni se inmutó.
«Porque puedo decirte lo que quieres oír hasta quedarme azul. Pero no por eso será verdad.». Mascullando un juramento, Pedro dejó a un lado los papeles en los que no se podía concentrar y se levantó de su asiento. Se inclinó sobre ella y contempló sus mejillas pálidas. Estaba dormida. Sus pestañas, largas y oscuras, contrastaban con su piel casi transparente. De repente reparó en el rastro de una lágrima sobre su mejilla. Sintió que se le encogía el estómago. Ella había estado llorando. Mascullando otro juramento, le desabrochó el cinturón de seguridad y la tomó en brazos. Ella se despertó poco a poco y empezó a moverse.
-Shh. Te has quedado dormida. Solo quiero que estés más cómoda.
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