martes, 28 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 26

-¿Que pasa? -Paula tenía los brazos cruzados, como si eso fuera a protegerla del influjo que ejercía el hombre que tenía delante.

-¿De qué estás hablando?

-Acabo de conocer a la nueva ama de llaves. ¿Eso en qué me convierte?

Pedro metió las manos en los bolsillos. Rodeó el escritorio y se apoyó en una esquina.

-He contratado a la señora Jones porque no quiero que hagas nada más en la casa.

-¿Entonces soy libre? -le preguntó ella, fingiendo entusiasmo.

-Ni hablar. Nunca has sido menos libre -había un tono cortante en su voz que hizo temblar a Paula.

-Entonces. ¿Qué? ¿Me han dado un ascenso? ¿He ascendido a tu cama?

-Sí. Te han ascendido a mi cama -dijo él, esbozando una sonrisa cínica-. Me gusta cómo suena eso.

-Bueno, pues a mí no me gusta. No soy un juguete.

-Lo sé. Eres una gatita con garras de tigresa.

Paula parpadeó, sorprendida.

-No sé si eso es un insulto o un cumplido.

-Oh, es un cumplido. Créeme -se puso en pie y fue hacia ella. Miró a un lado y a otro-. Tenías razón. ¿Sabes? Sobre lo del cristal. Lo hice poner así para poder verlo todo cuando quisiera. Me pone nervioso no saber quién viene o qué está pasando. Pero por una vez me gustaría tener cortinas o cristales tintados. Cerraría la puerta con llave y te llevaría al sofá. Te haría acostarte, te quitaría la camisa y te tocaría los pechos. Después deslizaría mis manos lentamente por dentro de tu pantalón hasta llegar a tus braguitas. Y seguiría adelante hasta sentir esos rizos suaves. Me pregunto si ya están húmedos.

-¡Basta! -grito Paula, apretando los brazos con tanta fuerza contra su pecho, que casi no podía respirar.

Estaba sudando. Su corazón latía con rapidez. Miró a su alrededor. Estaban rodeados de gente que trabajaba con la cabeza baja. Volvió a mirar a Pedro y se sintió mareada. Cualquiera que los observara desde fuera solo lo vería con las manos en los bolsillos, charlando con una chica cualquiera que había empezado a trabajar para él. Bajó la vista. Los pantalones de Pedro apenas podían ocultar la fuerza de su potencia masculina.

-La cocina. -dijo, intentando reconducir la conversación y evitando la mirada de Rocco-. Esta mañana. ¿La señora Jones?

Pedro le agarró la barbilla. Se había acercado más. Olía a calor, a sexo, a lujuria.

-No. Lo recogí todo yo.

Una ola de alivio inundó a Paula por dentro.

-No sé por qué no te puedo imaginar haciéndolo.

-Sé recoger cosas del suelo -le dijo él, soltándole la barbilla-. No soy tan inútil.

Paula se estremeció. No era ningún inútil. Era una especie de depredador urbano, magnífico e imponente. De repente se lo imaginó recogiendo sus braguitas del suelo, y ese vestido desgarrado. Reprimiendo un gruñido, dió media vuelta.

-Espera.

Lentamente ella se dió la vuelta. Él estaba de pie detrás del escritorio. Paula respiró.

-¿Tienes el pasaporte en regla?

Ella asintió, preguntándose a qué venía eso.

-Bien. En ese caso nos vamos esta tarde a Tailandia un par de días. Y de ahí a Nueva York.

Paula apenas podía creerse lo que estaba oyendo. Sacudió la cabeza.

-¿Tailandia?

-Es un país que está en el sureste de Asia.

-Ya lo sé -le dijo ella con impaciencia. Tenía que ser una broma-. Pero. ¿Por qué?

-Porque tengo negocios que hacer y quiero que vengas conmigo.

-¿En calidad de qué?

Él apoyó las manos en el escritorio. Había una mirada felina en su rostro.

-Como mi amante, por supuesto.


Horas más tarde, Paula seguía sin dar crédito. Iba en la parte de atrás del coche de Pedro, con las piernas estiradas por delante. Tenía el pasaporte en la mano y miraba por la ventanilla, contemplando el paisaje campestre de las afueras de Londres. El avión de él estaba en una pista privada. De repente le quitaron el pasaporte de las manos.

-¡Hey! -exclamó, dándose la vuelta.

Llevaba toda la tarde evitándole, desde que había regresado al departamento para recogerla. Él la había mirado de arriba abajo con desprecio y había murmurado algo antes de hacer una llamada. Después, la había llevado al coche sin decir ni una palabra más.

-No has viajado mucho, ¿No? -le dijo en ese momento, examinando su pasaporte.

Paula trató de quitárselo, pero Pedro lo sujetó en alto. El movimiento del coche la hizo caer hacia atrás, pero él la agarró de la mano en el último momento y la atrajo hacia sí. Con las mejillas encendidas, trató de guardar la compostura. Quería tocar su boca. Estaba tan cerca. Pedro enredó los dedos en sus rizos, sujetándole la cabeza.

-Paula. -dijo con voz ronca.

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