jueves, 9 de abril de 2020

Pasión: Capítulo 5

Pedro le dió la espalda a la ventana y agarró la chaqueta. El crepúsculo se cernía sobre la ciudad y todos los despachos estaban vacíos ya. Normalmente ese era su momento preferido para trabajar, cuando todo el mundo se había marchado ya. Le gustaba oír el silencio. Era reconfortante. Era algo tan distinto a esa ensordecedora cacofonía de la juventud. Justo cuando iba a salir del despacho, sonó el teléfono. Dió media vuelta y contestó. Escuchó lo que le decía la persona que estaba al otro lado de la línea y su cuerpo se tensó de inmediato.

-Que la traigan aquí -dijo, casi escupiendo las palabras.

Fue hacia el ascensor y vio cómo se iluminaban los números de las plantas. Alguien preguntaba por Gonzalo Schulz. Hubo una pausa cuando el ascensor se detuvo y, justo antes de que se abrieran las puertas, Pedro sintió que el corazón le daba un vuelco, como si algo importante estuviera a punto de ocurrir. Las puertas se abrieron por fin. Ante él apareció una joven menuda vestida con una camiseta gris, unos vaqueros viejos y una especie de rebeca atada a la cintura. Una mata de pelo rojo recogido en una coleta le caía sobre un hombro, llegando casi hasta sus pechos. Tenía la cara pálida, con forma de corazón. Las pecas se le veían más que nunca. Sus ojos, enormes y marrones, tenían reflejos dorados y verdes. No tardó ni una fracción de segundo en reconocerla. Sin saber muy bien lo que hacía, la agarró de los brazos y tiró de ella.

-¡Tú!


-Tú. -repitió Paula con un hilo de voz-. ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó, anonadada.

Pedro tiró de ella y la sacó del ascensor. El corazón se le salía del pecho. Sus manos fuertes eran como cepos sobre sus pequeños brazos.

-Este edificio es mío -masculló él, taladrándola con la mirada-. Creo que la pregunta adecuada es por qué estás tú aquí. ¿Por qué buscas a Gonzalo Schulz?

Paula se dió cuenta de que él se acordaba perfectamente de ella. Un chorro de adrenalina corrió por sus venas al ver la cara de Pedro Alfonso. Gonzalo debía de estar muy lejos de allí, y debía de tener graves problemas. No podía hablar. Solo podía mirar embelesada al hombre más apuesto que jamás había visto, por segunda vez en menos de una semana. Él la agarró con más fuerza, clavándole las yemas de los dedos en la piel.

-¿Qué haces aquí?

-Yo. Pensé que podría estar aquí. Quería encontrarle.

-Creo que podemos estar seguros de que Gonzalo Schulz puede estar en cualquier parte, bien lejos de aquí, si es que tiene media neurona por lo menos. Ha hecho lo que hacen todos los delincuentes, salir huyendo y esconderse.

El corazón de Paula dió un salto. Sus sospechas acababan de confirmarse de la peor manera posible, pero su espíritu protector salió en defensa de su hermano, aunque su conciencia le dijera otra cosa.

-No es un delincuente.

-¿No? -Pedro arqueó una ceja-. ¿Y cómo llamarías a alguien que roba un millón de euros? ¿Qué relación tiene contigo? ¿Es tu amante? -le preguntó en un tono agresivo.

Paula sacudió la cabeza y trató de apartarse; un movimiento inútil. Tenía que proteger a Gonzalo a toda costa.

-Solo estoy preocupada por él. Pensé que podría estar aquí.

-No es muy probable que vuelva a la escena del crimen. No creo que sea tan estúpido como para intentar robar otro millón de euros en el mismo sitio.

Paula se sintió atrapada, claustrofóbica, pero un fuego repentino subió por su garganta.

-¡No es ningún estúpido!

Logró liberarse y dio media vuelta, buscando una vía de escape desesperadamente. Vio la salida de emergencia a lo lejos y echó a correr.  Pedro masculló un juramento a sus espaldas. Justo cuando estaba a punto de tocar la barra de la puerta, alguien la agarró de los hombros y la hizo darse la vuelta con violencia. Él acababa de acorralarla contra la puerta y la fulminaba con la mirada. Tenía las manos apoyadas a ambos lados de su cabeza. No había escapatoria posible.

-Es evidente que tú también estás en esto, hasta el cuello. La cuestión es. ¿Por qué has vuelto aquí? Debe de haber sido para buscar algo importante.

Ella sacudió la cabeza y su rabia se desvaneció tan rápido como había surgido. De repente se sentía mareada.

-Señor Alfonso, le juro que no estoy involucrada en nada. Solo estoy preocupada. Vine porque pensé que Gonzalo podría estar aquí. No sé nada más.

-Ya sabías quién era la semana pasada cuando nos conocimos -el rostro de Pedro se endureció aún más.

-No. No lo sabía. No tenía ni idea. Hasta que llegó ese hombre y mencionó su nombre.

-Estabas allí con Chaves. Eras su cómplice -le dijo Pedro, como si no la estuviera escuchando-. Han hecho esto juntos.

Paula volvió a negarlo todo con un gesto. La cabeza le retumbaba. Pedro volvió a mirarla fijamente. Se puso erguido y la agarró del brazo con brusquedad. Ella empezó a forcejear.

-Espere. Mire, por favor, señor Alfonso. Puedo explicarle.

-Eso es exactamente lo que vas a hacer -dijo él, lanzándole una mirada siniestra y apretó un botón del ascensor.

Un miedo atroz la hizo callar. Él la metió en el ascensor de un empujón y entró detrás de ella, sin soltarla. El silencio, espeso y tenso, pesaba a su alrededor. No quedaba ni rastro de ese hombre amable y seductor al que había conocido unos días antes. «Oh, Gonzalo. ¿Por qué has hecho esto?», pensó para sí, asustada. Su hermano la había llamado un rato antes.

-Paula, no me preguntes nada. Solo escucha. Ha pasado algo. Algo muy malo. Estoy en un buen lío, así que tengo que irme.

Había oído ruidos extraños por el teléfono, y Gonzalo parecía distraído.

-Mira, me voy y no sé cuándo podré volver a ponerme en contacto contigo, así que no intentes llamarme, ¿De acuerdo? Te mandaré un correo electrónico o algo cuando pueda.

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