Pedro Alfonso examinó el artículo que le habían dedicado en el suplemento de economía del periódico e hizo una mueca. La caricatura de su cara le hacía más masculino y siniestro. Pero cuando vió su foto junto a la bellísima Micaela Winthrop, sintió una descarga de satisfacción. Sabía que hacían buena pareja, blanco y negro. La instantánea había sido tomada en la fiesta benéfica organizada por su empresa en el London Museum, la semana anterior. Aquella noche se había embarcado en una campaña con la que pretendía consagrar su lugar en la alta sociedad de forma permanente. Y eso solo se conseguía a base de seducción. Su sonrisa se volvió dura y despiadada al recordar el entusiasmo de la señorita Winthrop; fácilmente hubiera podido llevársela a la cama. Pero hasta ese momento se había resistido a sus encantos. Esa noche había decidido que su objetivo sería casarse con ella y el sexo no podía arruinarle el plan. Su sonrisa se desvaneció cuando reconoció que no le había costado mucho esfuerzo resistírsele. De repente, el recuerdo de una pelirroja pequeña y pizpireta se presentó en su memoria. La imagen fue tan vívida que le hizo levantarse de la silla en la que estaba sentado. Se detuvo frente a la ventana panorámica de su despacho, que ofrecía las mejores vistas de Londres. Apretó la mandíbula, rechazando el recuerdo con contundencia. Después de dar aquel discurso, en vez de dirigirse hacia Micaela, se había ido a buscar a aquella joven misteriosa directamente, pero ella había desaparecido. Todavía podía recordar lo mucho que se había sorprendido, indignado. Nadie, y mucho menos una mujer, huía de él de esa manera. En los quince años que llevaba fuera de Italia, jamás se había desviado de sus planes, siempre cuidadosamente forjados. Jamás. hasta ese día. Y ella ni siquiera era hermosa, pero tenía algo. Algo en ella había apelado a sus instintos más primarios. Se había pasado casi toda la velada buscándola, sin dejar de pensar en ese encuentro fortuito. A esas alturas tendría que haber estado a años luz de aquella vida del pasado. Estaba a punto de subir el peldaño decisivo, el que le llevaría a la esfera más alta, al estrato más elitista, lejos del pasado.
Un tanto agobiado, Pedro se frotó la nuca. Ese momento de introspección tan intenso se debía al problema de seguridad que había habido recientemente en su empresa. Se había descubierto rápido, pero le había hecho abrir los ojos, le había hecho darse cuenta de lo peligrosamente complaciente que se estaba volviendo. Había contratado a Gonzalo Schulz un mes antes, simplemente porque le había dado buenas vibraciones, lo cual no era una práctica habitual en él. Pero se había dejado impresionar por las ganas y la inteligencia del muchacho. Y algo en él le había recordado a ese joven emprendedor y luchador que una vez había sido. Su currículum no decía mucho, pero había decidido darle una oportunidad de todos modos. Y Gonzalo Schulz se lo había pagado transfiriendo un millón de euros a una cuenta ilocalizable y se había esfumado de la faz de la Tierra. Solo habían pasado siete días desde la fiesta de la empresa. Fue como una bofetada en la cara, y le recordó que no podía permitirse bajar la guardia ni por un segundo.
Todos le darían la espalda si se mostraba como un empresario débil y vulnerable. Y si eso llegaba a ocurrir, Micaela Winthrop lo miraría con desprecio y jamás aceptaría una proposición de matrimonio. Llevaba mucho tiempo teniendo el control absoluto y de repente le había dado por seducir a mujeres con vestidos de saldo y contratar a empleados por instinto. Estaba poniendo en peligro todo aquello por lo que tanto había luchado. El dinero le hacía poderoso, pero la aceptación social era lo único que podía mantenerle en el poder para siempre. Esa pequeña grieta que había aparecido en su armadura de hierro le preocupaba mucho. La gente ya empezaba a sentir curiosidad acerca de su pasado, y no quería darle ningún motivo a la prensa sensacionalista para que ahondaran un poco más en su pasado. Su equipo de seguridad no había logrado encontrar a Gonzalo Schulz. Pero no descansaría hasta que dieran con él para darle su merecido.
Me atrapó esta historia!
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