Ella levantó la mirada, miró sus labios, sus ojos negros, que la atravesaban con una expresión intensa.
-No me mires así.
-¿O qué? -le preguntó ella, sintiendo una repentina y extraña confianza en sí misma.
-O te saco de aquí ahora mismo y hago algo al respecto.
Paula levantó la mirada, sintiéndose atrevida.
-Yo no voy a detenerte.
Pedro la tomó de la mano y se la llevó a través de la multitud. Unos minutos más tarde, estaban en la parte de atrás del coche, con la persiana cerrada. Paula se entregó a los brazos de él, buscando sus labios con desesperación. Un rato más tarde, cuando entraron en el ascensor, de vuelta al hotel, vió la cara de ella reflejada en la superficie de acero. Estaba roja, avergonzada. Le había hecho detenerse un instante al bajar del vehículo.
-Lo van a saber. -le había dicho en un susurro.
Tenía el pelo suelto y alborotado, los labios hinchados; sujetaba su mano con fuerza. Casi había sentido ganas de meterla de nuevo en el coche y de hacerle el amor otra vez. De repente sintió preocupación por ella. Algo poco habitual en él. ¿Qué le estaba pasando? Él no le hacía el amor a mujeres en la parte de atrás de un coche, ni tampoco se iba de un evento antes de tiempo por ir detrás de una mujer. Cuando llegaron a la suite Paula se soltó y fue a quitarse el collar automáticamente.
-¿Qué haces?
-Quiero quitármelo.
Pedro sintió una presión en el pecho. A lo mejor él no era el único al que le temblaba la tierra bajo los pies. Dió un paso adelante, le quitó el collar, y ella le entregó los pendientes.
-Deberíamos meterlos en la caja fuerte o algo -le dijo, mirando a su alrededor, todavía evitando su mirada.
Pedro suspiró con impaciencia, pero buscó la caja y puso las joyas dentro. Al volver al salón se quitó la pajarita y la chaqueta. Paula había desaparecido, pero las puertas correderas estaban abiertas. Salió. Ella estaba parada al borde de la piscina, descalza. Su vestido brillaba contra el cielo nocturno, su piel resplandecía como el nácar. Él sintió que caía, caía.
Paula oyó los pasos de Pedro a sus espaldas. Y por fin sintió algo de control. Mientras caminaban por el vestíbulo del hotel, se había sentido como si todo el mundo pudiera ver la vergüenza reflejada en su rostro. ¿Cómo se había convertido en esa mujer atrevida que había seducido a Pedro y le había convencido para hacer el amor en un coche? Él estaba a su lado. Le miró de lado, sintiéndose repentinamente tímida.
Él estaba contemplando el agua. Ella se preguntó si él también se sentía desbordado por esaintensidad de sentimiento. No, no podía ser. Pedro Alfonso no se sentía abrumado por nada. Habló para romper el tenso silencio.
-El aire parece muy denso, húmedo.
Pedro levantó la vista hacia el cielo.
-Se avecina tormenta. La lluvia va a empezar a caer en cualquier momento.
Paula levantó la vista y vió nubes que amenazaban con descargar un aluvión de agua. A lo lejos se oían truenos.
-¿De verdad es cálida la lluvia cuando cae?
-Sí.
Paula respiró hondo y se volvió hacia él.
-¿Qué pasó? Cuando estábamos en la fiesta, en el coche. Me asusta un poco. La forma en la que perdemos el control.
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