jueves, 2 de abril de 2020

La Adivina: Capítulo 45

Pedro estaba sentado frente a la barra de El Alibi, un bar de mala muerte de carretera, recordando una y otra vez su conversación con Paula. Evidentemente, ella pensaba que podía haber hecho mejor las cosas y seguramente tenía razón. Después de ponerse del lado del reverendo, seguramente jamás creería que la amaba. ¿La amaba? Echó la cabeza hacia atrás, como si le hubieran dado un puñetazo en la barbilla. ¿De dónde había salido eso? ¿Era cierto? ¿Amaba a Paula? Esperó la oleada de pena que lo abrumaría de culpa al pensar en Jimena, pero no llegó. Y cuando el miedo de perder a Paula fue lo único que era capaz de sentir, recordó lo que había dicho sobre ver un nuevo matrimonio como un tributo a la felicidad que compartió con Jimena. No como una traición. Y él había traicionado a Paula. Paula Chaves, una mujer alegre, segura de sí misma, divertida. Y, sin embargo, también ella tenía sus inseguridades. No había estudiado por eso. Y que él se hubiera puesto del lado de los vecinos… en dos ocasiones, no debía de haberla hecho sentirse precisamente muy segura de sí misma. ¿Qué podía hacer?, se preguntó. ¿Cómo podía convencerla? «Dile que la quieres», le sugirió una vocecita interior. Eso era lo más importante, sí. Y la obligaría a escucharlo. No dejaría que se fuera de Blossom sin abrirle su corazón.



Al día siguiente, Paula cerró la caseta y se dirigió a la noria. Carlos la había llamado para decirle que necesitaba su ayuda. Cuando terminase se iría a su roulotte para cenar. O no. La verdad era que no tenía hambre. Cuando llegó a la noria, recortada contra el precioso cielo anaranjado de Texas, encontró a Carlos en cuclillas sobre el motor.

–¿Qué ha pasado?

–Ah, hola. Parece que esto se ha estropeado y necesito tu ayuda.

–Muy bien. Dime qué tengo que hacer.

–¿Puedes subirte a uno de los coches y comprobar que no roza el entarimado cuando baja?

–Claro –Paula subió a la plataforma y entró en uno de los coches como le había pedido–. Ya estoy.

–¿Lista?

–Sí, dale cuando quieras.

–Yo también estoy listo –dijo Pedro entonces, sentándose a su lado.

La enorme noria empezó a moverse de inmediato.

–¿Qué haces aquí?

–No querías hablar conmigo, así que he tenido que usar un pequeño truco.

–No tenemos nada que hablar, Pedro.

–Puede que tú no, pero yo sí tengo algo que decirte –insistió él–. Significas demasiado para mí, Paula. No puedo dejarte ir.

–Mira, déjalo, sólo estaríamos retrasando lo inevitable…

El coche había llegado arriba del todo y, de repente, la noria se detuvo. Paula estaba tan preocupada por la presencia de Pedro que no se había percatado de que Carlos estaba metido en el ajo.

–Paula –murmuró él, tomando su mano para llevársela al corazón–. Escúchame, por favor.

Bajo la tela de la camisa, Paula sintió los latidos de su corazón. Qué interesante. No estaba tan sereno como quería aparentar.

–Primero, quiero pedirte disculpas por lo que pasó ayer. Fueran cuales fueran mis motivos, te hice daño y no sabes cómo lo siento.

Ella suspiró.

–Sé que no lo hiciste a propósito. Pero ésa es la cuestión, tú eres así, Pedro. Y no vas a cambiar. Tú tienes tus obligaciones…

–Sí puedo cambiar.

–No tienes por qué hacerlo. Podemos ser amigos si quieres, yo no te guardo rencor…

–Yo no quiero ser tu amigo, Paula. Quiero ser tu amante, tu marido, el amor de tu vida.

–Pedro… ¿Tú sabes lo que estás diciendo?

–Claro que lo sé. Y eso es lo que espero que digas tú también.

Ella negó con la cabeza.

–Hay tantas cosas que nos separan…

–Y hay tantas cosas que nos acercan. El amor que siento por tí, por ejemplo.

–¿Tú… me quieres?

–Te quiero, Paula. Te quiero con todo mi corazón. Anoche, cuando pensaba que te irías de Blossom y no volvería a verte nunca más… esa idea me partía el alma.

En ese momento se encendieron todas las luces de la feria. Todas a la vez, como si fuera el día de la inauguración. Y abajo, Paula pudo ver a Carlos, a Darío y a Bernardo, a la señora White y la señora Davis, a Mónica, a Mariana Tucker… estaba casi todo el pueblo. Salvo la gente del Comité, claro. Ése era un problema que tendría que solucionar poco a poco. ¡Pero allí estaba su abuela! ¡Con Camila sentada sobre sus rodillas! ¿Qué era aquello? ¿Qué estaba pasando?

–Pedro…

–¿Paula, quieres ser mi mamá? –le llegó la voz de Camila.

Paula no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta y el corazón parecía querer salírsele del pecho. ¿Sería verdad? ¿Estaría soñando? Aquello no podía estar pasando. Era como la escena de una película.

–Pero… Pedro… has traído a mi abuela.

–Quiero hacerte feliz. Y, por cierto, me ha dicho que esto es algo que habría hecho el príncipe azul.

–¿Te ha dicho eso? –sonrió Paula, con los ojos llenos de lágrimas.

–Sí. Y también me ha hecho prometer que la llevaríamos de vuelta a la residencia mañana por la mañana. ¿Quieres casarte conmigo, Paula Blossom Chaves? ¿Quieres ser mi mujer y la madre de Camila?

–Sí, sí, sí… lo deseo tanto –contestó ella, echándose en sus brazos–. No sabes cómo. Sí, sí, sí y sí. ¿Estás seguro? –le preguntó entonces.

–Cariño, la primera vez que te ví, pensé que había llegado un problema a Blossom. ¡Y menudo problema! La clase de problema que me hace reír, que me hace pensar, que me hace sentir. Tú me has devuelto a la vida, Paula. Y sí, estoy seguro de que quiero vivir esa vida contigo.

–La primera vez que te toqué supe que eras mi alma gemela, ¿Sabes?

–¿Sí?

–Por eso salí corriendo, porque me asusté.

–¿Y sigues asustada?

–No, ya no –se rió Paula.

La noria empezó a moverse entonces.

–¿Qué tal si subimos a toda la familia? –les preguntó Carlos cuando llegaron abajo.

Unos minutos después, la noria estaba en acción de nuevo, pero ahora todos los coches estaban ocupados. Camila gritaba de alegría, Paula tenía la cabeza apoyada sobre el hombro de Pedro… Cuando volvió a ver Blossom desde arriba tuvo que sonreír. El pueblo aún necesitaba curar sus heridas, pero tenía una buena premonición sobre su futuro. A Blossom le esperaban buenos tiempos.





FIN

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