Cuando salía del BeeHive, Paula empujó la puerta y se encontró frente a frente con Pedro Alfonso.
–Ah, vaya, Lady Pandora. ¿Sigue en el pueblo?
–Señor alcalde –sonrió ella. Algo que no resultaba nada difícil porque el alcalde era un regalo para los ojos–. Por supuesto que sigo aquí. No pienso irme a ninguna parte. Tengo una cita con la feria en un par de días.
Él entornó un poco los ojos.
–No debería hacerse ilusiones. No pienso cambiar de opinión.
–¿Se puede saber por qué?
–Ya se lo dije. No quiero que la gente de Blossom vuelva a sufrir por su culpa.
Paula sonrió, a pesar de que acababa de insultarla.
–Yo tengo mucho cuidado de no hacerle daño a nadie. Cuando se tiene un don como el mío, se aprende enseguida que con ese don está también la responsabilidad de evitarle a la gente ciertas respuestas.
–Muy honrado por su parte. Pero está perdiendo el tiempo. Yo no creo en sus dones especiales –replicó el alcalde, apartándose para saludar a dos mujeres–. Señora White, señora Davis, buenas tardes.
Las mujeres eran completamente opuestas la una a la otra: una alta, delgada y morena, la otra bajita, gruesa y rubia. Después de saludar al alcalde, miraron a Paula con interés.
–Buenas tardes –sonrió Paula–. ¿A que el pastel de manzana estaba riquísimo?
La mujer más alta se llevó una mano al corazón.
–Desde luego que sí. Hoy estaba delicioso.
–Maravilloso, maravilloso –asintió la otra–. Pero quizá le habían puesto demasiada canela.
–Oh, María Elena, todo tiene demasiada canela para tí.
–Es que no me gusta la canela –replicó su amiga.
Las dos mujeres se alejaron calle abajo, hablando de los méritos y deméritos de las especias. Paula, distraída, no se percató de que el alcalde seguía observándola hastaque se colocó delante de ella.
–Venga, por favor. ¿Cree que eso ha sido una demostración de mis poderes? No ha sido nada… Las ví comiendo pastel de manzana y como tenía buena pinta, yo también lo pedí. Si quiere una demostración, hable con su secretaria. ¿Encontró el documento que buscaba? Tenía algo que ver con un edificio oficial, creo recordar… la biblioteca, me parece.
Oh, sí, lo había encontrado. Podía verlo en la expresión del alcalde.
–Y puedo hacerlo mucho mejor –dijo Paula en voz baja.
Con cuidado para no tocarlo, porque eso sería demasiado atrevido, alargó la mano para rozar su corbata con la punta de los dedos. Un suave escalofrío la recorrió de arriba abajo. Eso no le había pasado antes. Sin dejar de mirarlo, dejó que sus sentidos se abrieran un poquito… y no tardó mucho en conectar con su energía. Una de las maneras más rápidas de convencer a los no creyentes era ayudarlos a encontrar algo. Al fin y al cabo, casi todo el mundo había perdido algo en algún momento de su vida. Y era más fácil encontrar algo que el individuo pudiera recordar de inmediato. En la mente de Pedro Alfonso vió un anillo. Una alianza. El alcalde estaba casado. Algo dentro de ella se encogió ante esa revelación. Pero no. Había estado casado. Era viudo entonces. Porque la pena que veía en sus ojos hablaba de muerte. Paula se vió bombardeada por una serie de emociones: tristeza, dolor, rabia, soledad. Deseo. Culpa. Y una total resolución de mantenerla alejada de la feria. Lástima. Soltó la corbata y dio un paso atrás. Demasiado rápido, demasiado personal. Había visto más de lo que normalmente se permitía ver. Por respeto hacia él, y para defenderse, puso mayor distancia entre los dos.
–Lamento su pérdida –dijo por fin.
El alcalde frunció el ceño, sorprendido.
–¿Qué?
–Que lo siento –dijo Paula–. Pero encontrará lo que ha perdido debajo de la mesilla, al lado de su cama. La de la derecha, detrás de una de las patas.
Sabiendo que había dicho más que suficiente, se dió la vuelta y se alejó calle abajo, convencida de haber dejado al alcalde de Blossom con dos palmos de narices.
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