–¿Dónde está Paula?
–¿No está en el jardín? –preguntó su hermana–. Fue a llevarte la salsa barbacoa hace rato.
–No la he… ¡Maldita sea! –exclamó él, saliendo a toda prisa de la cocina.
Paula debía de haberlo oído hablar con Bainca y seguramente se habría hecho su propia composición de lugar. Cuando salió a la puerta comprobó que su camioneta había desaparecido… y con ella cualquier oportunidad de disfrutar de la fiesta.
–Maldita sea.
Pedro se abrió camino entre roulottes, camiones y coches. El recinto ferial estaba muy tranquilo a esa hora. Las luces estaban encendidas en las roulottes y había algunas personas sentadas fuera, disfrutando del fresco de la noche. Fue directamente a la roulotte de Paula. No tenía tiempo que perder. Tenía que disculparse con ella y explicarle lo que había pasado. La luz de su roulotte estaba encendida, de modo que llamó a la puerta, nervioso.
–Paula, soy Pedro. Sé que estás ahí.
–Vete –dijo ella.
–Quiero hablar contigo.
–No tenemos nada que hablar.
–Sé que oíste algo en mi casa… quiero que hablemos de eso.
–Parece que tuviste oportunidad de hablar y no lo hiciste –respondió ella, sin abrir la puerta.
–Sé que eso es lo que piensas, pero…
–No –suspiró Paula–. Es lo que oí.
–Por favor, déjame entrar. Deja que te lo explique.
–No hace falta que me lo expliques. Lo entiendo muy bien. Tendrás que soportar a Bianca mucho después de que yo me haya ido de Blossom, así que debes quedar bien con ella. Y aunque mi abuela se instalara aquí, tú y yo no tendríamos por qué vernos para nada. De hecho, lo más fácil sería evitarnos por completo. Y sugiero que empecemos a hacerlo ahora mismo.
–Mira… Bianca es amiga de mi madre y de verdad lo hacía con buena intención. Pero te aseguro que le dije lo que pensaba de sus comentarios sobre tií
–¿Ah, sí?
–Sí. Mi madre me va a matar cuando vuelva, pero le dije a Bianca que se metiera en sus cosas. En mi casa hago lo que quiero e invito a quien me da la gana…
–Claro, tú eres el alcalde y tienes que pensar en todo.
–Por favor, Paula, déjame pasar.
Pero ella seguía sin abrir. Pedro se golpeó la cabeza contra la puerta un par de veces, frustrado. Camila llevaba alegría a su vida, pero no recordaba la última vez que se había reído con una mujer. Su corazón podía decirle que eso era una traición a Jimena, pero su cuerpo y su mente no querían que aquello acabase. Pero entonces la puerta se abrió y Paula apareció vestida de cuero, con dos cascos en la mano.
–Vamos a dar un paseo.
Apretado contra su espalda, volaron con la Harley por la carretera oscura, iluminada sólo por los faros de la moto. Pedro disfrutaba como un loco de la velocidad y del viento en la cara. Si pudiera, seguiría adelante para siempre… Por fin, Paula dió la vuelta y él le indicó cómo llegar a uno de sus sitios favoritos: una colina desde la que podía verse el río.
–Gracias por venir aquí conmigo.
–Yo también he disfrutado del paseo –murmuró ella.
Y entonces, sin decir nada más, tomó su cara entre las manos y buscó sus labios. Pedro no necesitaba otra invitación. La envolvió en sus brazos y empezó a besarla con una pasión que casi había olvidado, una pasión que lo cegaba… Suspirando, la tumbó sobre la hierba tocándola por todas partes, pero cuando Paula empezó a tirar de su camisa, la detuvo.
–No podemos seguir.
–¿Por qué no?
–Porque no llevo preservativos.
–Ah, qué pena.
–Desde luego que sí –suspiró él–. Me encanta este pantalón de cuero.
–Pues si te gusta el pantalón, deberías ver mi tatuaje.
–¿Tienes un tatuaje o sólo lo dices para torturarme?
–La frustración me vuelve malvada.
–Me gusta eso de tí.
La verdad era que le gustaban muchas cosas de ella.
–Esto sería más fácil si pudiéramos ver el futuro. ¿Qué ves para nosotros, Paula?
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