–No tengas miedo de hablar con Camila sobre su madre, Pedro. Cuéntale cosas, muéstrale fotografías. Háblale de lo que le gustaba o le disgustaba. No de una manera forzada, sino natural. Puede que ahora no lo entienda, pero cuando sea mayor recordará lo más importante.
Pedro la miró, sorprendido.
–Tu abuela devolvió la vida a tu madre para tí.
–Sí, lo hizo de muchas maneras. Y me alegro mucho de que así fuera. Nunca conoceré a mi madre, pero sé quién era. Es el mejor regalo que podría haberme hecho.
–Lo tendré en cuenta.
–Deberías, te vendrá bien –sonrió Paula, señalando alrededor con la mano–. No es necesario decir adiós para dejarlos ir, ¿Sabes?
Inmediatamente, Pedro se cerró. Su expresión, su lenguaje corporal decía que se había apartado de ella.
–No soy un niño. No necesito ese tipo de consejos.
–No te enfades, hombre. Mi trabajo consiste en darle consejos a la gente. Y siempre les digo que la muerte no es un adiós definitivo. Uno nunca pierde el tiempo que ha vivido con sus seres queridos. Pero hay que evitar que la pena dirija tu vida.
Pedro no dijo nada y Paula metió las manos en los bolsillos de la cazadora.
–En fin, de todas formas, gracias por venir a saludarme.
–¿Por qué estás buscando una casa en el pueblo?
–Invítame a un café y te lo cuento.
–Muy bien.
Diez minutos después estaban en el BeeHive con sendas tazas de humeante café frente a ellos.
–¿Cómo lo haces? –preguntó Pedro entonces.
–¿Cómo hago qué?
–¿Cómo sabías que de pequeño me llamaban «general»? ¿Cómo sabías que Luciana estaba embarazada o que Tamara tendría una niña?
Otra vez estaba intentando probarla. Pero como Paula no tenía una respuesta que él estuviera dispuesto a aceptar, decidió no intentarlo siquiera.
–Es magia.
–¿Ésa es tu respuesta? ¿Magia?
–¿Creerías otra cosa?
–Inténtalo.
Paula se encogió de hombros.
–La verdad es que no tengo una explicación racional. A veces sé cosas, nada más.
–¿Eso es todo?
–Sí. Tengo este don desde que era pequeña y sería como intentar explicar por qué respiro. Así que ya ves, es más fácil decir que sólo es magia. Heredé ese don de mi abuela.
Como Pedro no contestó, Paula decidió que no tenía sentido esperar. Quizá hablarle de su abuela lo suavizaría un poco, se dijo.
–Antes has preguntado por mi abuela. Está en una residencia, en Lubbock. Hace un año se cayó y tuvieron que operarla de la cadera.
–¿Y sigue necesitando cuidados después de un año? ¿La operación no salió bien?
–La han operado tres veces. Y ha tenido más complicaciones de las que puedas imaginar –suspiró Paula, bajando la mirada–. Ha sido un año un poco difícil para las dos.
No podía soportar que su abuela sufriera. Era tan valiente, tan fuerte. Nunca se rendía, nadie la convencería jamás de que no iba a volver a caminar. Cada día se acercaba un poco más a su objetivo, pero no era fácil. Y ella no podía estar a su lado para ayudarla.
–Me imagino que lo será para una mujer que ha pasado su vida en la carretera.
–Según el médico, lo de la carretera se ha terminado. Mi abuela volverá a caminar, pero no tendrá la agilidad de antes. Y ella está de acuerdo. Tiene más de setenta años y dice que ha llegado la hora de sentar la cabeza. Así que yo estoy aquí para hacer precisamente eso.
–Entiendo. ¿Y ha elegido sentar la cabeza en Blossom?
–Su hija está enterrada aquí, Pedro.
–Ah, es verdad. Perdona.
–No pasa nada.
–¿Y tú? –preguntó él entonces.
–¿Yo qué?
–¿Tú también vas a sentar la cabeza en Blossom?
Lo había preguntado con aparente tranquilidad, pero a Paula no la engañaba. Al alcalde no le hacía ninguna gracia tenerla por allí.
–No te preocupes, no viviré aquí. Alguien tiene que pagar la hipoteca, así que yo seguiré yendo de feria en feria.
Era curioso, Pedro no parecía tan aliviado como ella había esperado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario