El martes, el primer día oficial de la feria, amaneció con un cielo brillante. No había una sola nube en el horizonte. El aire olía a café y a canela, dispuesto a tentar a los vecinos del pueblo cuando se abrieran las puertas. Paula iba tomando un café mientras se dirigía a su caseta. Las primeras actividades de la feria darían comienzo en quince minutos. La mayoría de las ferias ambulantes decidían empezar a trabajar un día de diario para poder solucionar los problemas de última hora antes de que llegase el grueso de la gente durante el fin de semana, cuando tenía lugar la gran inauguración oficial. Y algunas actuaciones, como la de las bailarinas, tenían lugar sólo después de la puesta de sol. Cuando su abuela trabajaba con ella se dividían. Una trabajaba por la mañana y la otra por la tarde-noche. Trabajando sola, había planeado empezar temprano y cerrar la caseta alrededor de las ocho. Podría tener un horario flexible si fuera necesario, pero generalmente la gente estaba más interesada en comer y beber a partir de la puesta del sol. Además de la lectura del tarot, las manos, etcétera… vendía algunos objetos místicos como bolas de cristal, polvo de hadas y barajas del tarot. Afortunadamente, no había llevado todas esas cosas a la caseta antes de que la destrozaran, pensó. También enseñaba el tarot y las clases eran muy populares.
–Hola, Paula –la saludó Diego, uno de los ayudantes de Carlos.
–Buenos días. ¿Qué te trae por aquí?
–Quería pedirte ayuda –contestó él, nervioso.
–Dime –sonrió Paula, señalando una silla.
–Es que verás… es sobre una mujer de Blossom, una morena con el pelo hasta aquí –contestó Diego, señalándose el hombro–. Y siempre me mira mal, no sé si sabes a quién me refiero.
Paula no lo sabía, por supuesto.
–Lo siento, pero no tengo ni idea.
–Yo sé que la conozco de algo. No sé de dónde, pero tengo la impresión de que hay algo raro en ella. Por eso esperaba que me ayudases a recordar dóndela he visto antes.
–Puedo intentarlo. Pero ¿Qué quieres decir con eso de «hay algo raro en ella»?
Diego se encogió de hombros.
–Algo raro, no sé, fuera de lugar. Y no me gusta nada, es un poco siniestro.
–Bueno, vamos a intentarlo. Lo que necesito es que visualices a esa mujer. Concéntrate… piensa en ella.
Paula intentó concentrarse también para entrar en su mente, pero algo la bloqueaba. Había alguien entorpeciendo su lectura. Una mujer, desde luego, pero no había nada siniestro en ella.
–¿Ocurre algo, Paula?
–Lo siento, Diego. Veo algo, pero… es una mujer muy triste, no una mujer malvada.
–No te preocupes. Vendré a verte más tarde, a ver si conseguimos algo.
–De acuerdo.
Diego salió de la caseta y, un segundo después, Melisa, la chica embarazada, entró a toda prisa.
–Hola, Melisa –la saludó Paula, sorprendida.
–Hola, Pandora. He traído dinero para que me leas el futuro –dijo la joven, tuteándola.
–Melisa… –Paula la llevó hasta una silla y se sentó frente a ella–. No puedo aceptar tu dinero. Necesito el permiso de tu padre para leer tu futuro.
–¿Y no puedes decirme sólo si él piensa volver? –preguntó la chica, angustiada.
–¿Por qué no me dices quién es?
Paula sabía que no debería intervenir, pero la pobre parecía tan perdida que no pudo evitarlo. Esperaba que Melisa se animase con su pregunta, pero en lugar de eso, la chica miraba fijamente la mesa con las cartas.
–¿No vas a usar las cartas?
–No voy a leerte el futuro. Ya te he dicho que no puedo hacerlo sin el permiso de tu padre. Sólo vamos a charlar un rato. Háblame de tu novio.
–No es mi novio –murmuró Melisa–. Bueno, lo era, pero mi padre lo estropeó todo.
–¿Cómo lo estropeó todo?
–Porque me llevó de vuelta a casa.
–¿Por qué?
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