–Ahora entenderás por qué es tan importante para mí tener una caseta en la feria. Los gastos de hospitalización de mi abuela se han llevado una gran parte de nuestros ahorros… necesito ese dinero para pagar la casa.
Suspirando, Paula puso las manos con las palmas hacia arriba, una especie de símbolo. Estaba poniendo las cartas sobre la mesa para que Pedro las viera. Sólo esperaba que fuese un hombre decente.
–¿Y qué pasará si no consigues el dinero? –preguntó él, mirándola a los ojos.
–Pues que mi abuela tendrá que seguir en la residencia y nuestros planes se verán retrasados un año, quizás más. Nosotros, los feriantes, ganamos dinero en verano sobre todo. Y con los gastos de la residencia, tendré que trabajar todo el verano para conseguir la cantidad que necesito.
–Pero eso no cambiaría tus planes a largo plazo, ¿No?
–No. Aquí es donde está enterrada mi madre y aquí es donde mi abuela quiere vivir el resto de sus días. Ella me lo ha dado todo en la vida y esto es lo único que me ha pedido, así que voy a conseguirlo como sea.
–¿Aunque tardes un año?
–Aunque tarde un año.
–¿No sería más fácil alquilar un departamento en Lubbock?
Paula se encogió de hombros.
–Sí, seguramente. Pero eso no es lo que quiere mi abuela. Y evitar que tenga una caseta en la feria no evitará que mi abuela se instale en Blossom, alcalde. Sólo retrasará lo inevitable y la única que sufrirá será mi abuela – Paula se inclinó hacia delante, mostrando más escote del que debería–. Y tú no querrás hacer sufrir a una anciana, ¿Verdad, Pedro?
–No, claro que no –contestó él, tragando saliva–. Desgraciadamente, este pueblo también ha sufrido lo suyo. Estamos empezando a recuperarnos y… por mucho que yo entienda tu problema o cómo haya respondido el público a esos trucos tuyos, tengo que pensar en Blossom antes que nada. Tu presencia en la feria podría cargarse lo que hemos conseguido en los últimos dos años.
–Sé lo que pasó con ese estafador. Siento mucho que la gente del pueblo sufriera por un canalla, pero yo no soy así. Mi abuela vivirá aquí y te prometo que yo no haré nada que cause problemas.
Por su expresión, Pedro supo que Paula Chaves consideraba esa promesa como su as en la manga. Y decía mucho de ella. Aunque, en realidad, él no era del todo imparcial con la preciosa Lady Pandora. Sería mejor esperar a que Marcos le diera el informe policial completo, pensó.
–No sé si puedo arriesgarme.
En lugar de mirarlo con expresión de tristeza, Paula sonrió.
–Pues piénsalo. Es lo único que tengo por ahora, ¿No?
–No te hagas ilusiones –le advirtió Pedro–. Seguramente no cambiaré de opinión.
Ella soltó una carcajada.
–No lo estropees, hombre. De hecho, estoy tan contenta que voy a decirte lo que Rikki quiere para su cumpleaños.
Pedro la miró con expresión suspicaz, pero ella levantó los ojos al cielo.
–Por favor, tu hija me contó lo que quiere.
Así era Camila.
–No hace falta, ya tengo una lista con todas las cosas que quiere: una Barbie, una muñeca que anda, un poni, un libro para colorear, un vestido nuevo y un hermano.
Paula se mordió los labios para no soltar una carcajada.
–Pues entonces, supongo que no puedo ayudarte.
Él hizo una mueca.
–Ya le he dicho que con respecto a lo último iba a llevarse una desilusión.
–Ah, yo me refería al poni –dijo Paula.
El comentario lo hizo reír. Aquella chica tenía una forma de decir las cosas que desarmaba a cualquiera.
–Zapatos de princesa –dijo entonces.
–¿Zapatos de qué?
–De princesa, eso es lo que Camila quiere para su cumpleaños –sonrió Paula.
–Zapatos de princesa –repitió Pedro. No tenía ni idea de lo que era eso y no pensaba preguntar–. Gracias.
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