Mientras volvía al hostal, Paula iba pensando en la escena que acababa de tener con Pedro Alfonso . Pero no había caminado más que unos metros cuando se dio cuenta de que alguien la seguía. La sensación de ser observada no la sorprendía porque había llamado la atención sobre sí misma durante los últimos días, de modo que era el centro de atención de Blossom. Pero aquella mirada era diferente, desesperada. Y por el sonido de los pasos, cada vez más acelerados, la persona se estaba acercando. Se detuvo de golpe para darse la vuelta.
–¿Quería algo?
–Oh –su perseguidora se detuvo también de golpe, sorprendida–. Perdone.
Una chica, más bien una adolescente, la miraba con cara de admiración. Era atractiva y llevaba ropa ancha para ocultar un cierto sobrepeso. Tenía el pelo rubio muy claro sujeto en una coleta, con dos mechones cayendo a cada lado de su cara, como un escudo que la separase del mundo. Pero no conseguía ocultar su mirada de desesperación y soledad.
–No pasa nada. ¿Querías preguntarme algo?
La chica miró a un lado y a otro de la calle.
–¿Es usted Lady Pandora? ¿La señora que acertó la rifa de Tamara?
–Sí, yo soy Lady Pandora. ¿Cómo te llamas?
–Melisa –contestó la joven–. ¿Puede decirme si va a volver? Sólo quiero saber si él va a volver.
No había que preguntar quién era «él». Aquella cría desesperada estaba esperando un hijo y preguntaba por el padre. Paula entendió entonces la ropa ancha y el nerviosismo. Estaba ocultando su embarazo, de modo que seguramente ni siquiera había ido al ginecólogo. Le habría gustado ayudarla, pero era tan joven, tan inmadura… Mucho tiempo atrás, descubrió de la peor manera posible que nunca debía meterse en algo así. Su interferencia raramente ayudaba a nadie en esas circunstancias y a menudo sólo empeoraba la situación.
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