–No lo sé. No puedo leer mi propio futuro. Y tú eres como una pared. Puedo ver algunas cosas de tu pasado, pero nada más.
Pedro apoyó la barbilla en su hombro.
–Bueno, en el fondo es un alivio.
–Ya me imagino.
–Pero estaría bien saber la respuesta.
–La vida no es tan fácil.
–Dímelo a mí –sonrió Pedro.
Paula le contó entonces su sueño de convertirse en comadrona y por qué no se había hecho realidad nunca.
–Pero entonces eras una niña. Ahora eres una mujer… inteligente y valiente. Eres capaz de conseguir todo lo que te propongas.
–No soy valiente. Tengo miedo. Y no sólo del sistema educativo.
–¿Qué te da miedo?
–Dejar sola a mi abuela, por ejemplo. ¿Y si le ocurre algo? ¿Y si está sola y se vuelve a caer? Hemos estado juntas toda la vida –suspiró Paula–. Tiene más de setenta años y… no quiero perderme estos últimos años con ella.
–Pues entonces quédate en Blossom –dijo Pedro.
No podía creer que lo hubiera dicho, pero no se arrepentía en absoluto.
–Sí, claro. Y podría abrir un local de adivinación en la plaza, ¿No? –se rió Paula.
–Bueno, quizá no en la plaza precisamente.
–No, será mejor que siga haciendo lo que de verdad sé hacer.
Los dos se quedaron en silencio porque Pedro, como alcalde, no podía animar a una echadora de cartas para que abriese un negocio en Blossom. Por mucho que quisiera acostarse con ella.
Como era de esperar, Paula no pudo pegar ojo en toda la noche. A las cinco de la mañana dejó de intentarlo y encendió la cafetera. Mientras se hacía el café se dio una ducha rápida y, después, guardó las fotografías de la casa amarilla en un sobre y se dirigió hacia Lubbock para visitar a su abuela. Rosa la recibió con los brazos abiertos.
–Cuánto te he echado de menos.
–Y yo también a tí, abuela. ¿Cómo estás?
–Mejor que nunca. En unos minutos puedes venir conmigo a la sesión de terapia y te demostraré lo bien que camino. Prácticamente no necesito ya la silla de ruedas.
–¿En serio? ¡Pero eso es maravilloso! ¿Cuánto tiempo ha dicho el médico que tienes que estar aquí?
–Dice que dos semanas más, por lo menos. Luego puedo marcharme cuando quiera. Pero necesito un sitio al que ir, claro. Tendré que seguir haciendo terapia durante unos meses… pero eso es más bien para recuperar la fuerza en los músculos.
–Genial. He traído fotografías de la casa de la que te hablé.
A su abuela le encantó la casa, como ella había imaginado.
–Preciosa, es preciosa. Y ahora dime por qué has venido.
–Tenía que verte –suspiró Paula–. Para recordar quién soy y cuál es mi propósito en la vida.
–Ah, comprendo. Cuestiones profundas –sonrió Rosa–. El príncipe azul, ¿Verdad?
–Estoy enamorada de él, abuela –suspiró Paula. Decir eso en voz alta fue como quitarse un peso de encima–. Y no sé qué hacer.
–Pues agarrarte a él con las dos manos, hija.
–Lo supe en cuanto le toqué, como te pasó a tí con el abuelo.
Rosa le tomó una mano a su nieta.
–Recuerdo muy bien ese momento. La atracción, la sorpresa, cómo me decía a mí misma que no podía ser verdad…
–Eso es, a mí me pasa lo mismo. Y me da pánico. Somos de dos mundos diferentes. Literalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario