jueves, 19 de marzo de 2020

La Adivina: Capítulo 28

–No puedes perder el amor que sentíais el uno por el otro –dijo, a modo de consuelo–. Siempre será parte de tí. Yo he leído algo sobre psiquiatría y muchos informes dicen que la persona que sobrevive en una relación suele volver a casarse. La conclusión es que están buscando esa feliz unión otra vez. Puede que tú nunca te cases, pero si lo haces deberías verlo como un tributo a la felicidad que compartiste con Jimena. No como una traición.

Él no contestó, pero asintió con la cabeza. Paula le había dado algo en lo que pensar. Sólo esperaba que lo ayudase. Mientras tanto, para distraerlo, lo llevó hacia el departamento de ropa infantil.

–Luciana es quien suele comprarle la ropa.

–Venga, hombre, no es para tanto. ¿Cuándo es la fiesta?

–¿Camila no te lo ha dicho? El sábado.

–Ah, sí, es verdad –sonrió Paula, tomando un vestido rosa y otro azul–. ¿Cuál?

–El rosa –contestó Pedro, sin dudar, tomando aquella cosita llena de puntillas y encajes–. Le va a encantar.

Poco después salían del almacén y se dirigían de nuevo hacia el recinto de la feria. A Paula no le apetecía decirle adiós. Sabía que no había futuro para ellos, pero eso no podría impedir que robase algunos momentos para estar con él. Cuántas oportunidades iba a tener, no lo sabía. Varias personas del pueblo habían parado a Pedro para saludarle o para mirarla a ella con curiosidad. Todos habían sido agradables, por supuesto, pero también había recibido algunas miradas de desaprobación. Recordando esas miradas, le dijo a que la dejase a la entrada del recinto para no tener que encontrarse con los que estaban manifestándose en contra de la feria. Sin embargo, él insistió en acompañarla hasta su caseta. Pero cuando se acercaban, notó que había algo distinto. Alguien había estado dentro. Lo supo antes de abrir. En el interior, los pocos muebles estaban patas arriba, los carteles arrancados, los pañuelos hechos jirones. Además, habían restregado algodón dulce por el suelo y las paredes, dejándolo todo completamente pringoso.

–Dios mío… ¿Quién haría algo así? –murmuró, recogiendo un pañuelo de su abuela que estaba en el suelo.

Pedro sospechaba que el responsable de aquel acto de vandalismo era alguien del Comité. Habían hecho una abertura con un cuchillo en la parte de atrás de la tienda. Un cuchillo de buenas dimensiones para que penetrase la fuerte tela.

–¿Te falta algo? –preguntó.

Paula miró alrededor, nerviosa.

–No –murmuró, con lágrimas en los ojos, intentando colocar la mesa.

–Déjalo –dijo Pedro, envolviéndola en sus brazos–. Llamaré al comisario McCabe. Tenemos que informar de esto.

–¿Y para qué va a servir? El daño ya está hecho…

–Hazlo por mí. Quiero que quede constancia de lo que ha pasado. Y te aseguro que intentaré encontrar al culpable.

–No, de verdad…

–Es importante para mí.

Suspirando, Paula asintió con la cabeza.

Pedro sacó el móvil y llamó a Marcos para contarle lo que había pasado.

–Sí, te espero aquí –dijo antes de colgar.

–Estoy acostumbrada a que recelen de mí –murmuró Paula después–. Pero nunca me había pasado algo así. No tiene ningún sentido. Y no me gusta nada.

A él tampoco le gustaba en absoluto. No le gustaba ver a aquella mujer tan orgullosa, tan alegre, angustiada por un acto tan cobarde. Había intentado olvidarse de ella, de sus besos, del olor de su pelo. Pero le resultaba imposible. No debería pensar en Paula Chaves, ni desearla. Su vida era su hija y los asuntos de Blossom. Pero…

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