–Quiero que esa mujer se vaya del pueblo –dijo Pedro, sentándose frente al comisario, que estaba tomando un café tranquilamente.
Marcos Mc Cabe, moreno, de ojos pardos, parecía el típico vecino de al lado, con el pelo cortado al estilo militar, eso sí. Poseía dos cosas que Pedro quería en el comisario de Blossom: calma en las situaciones de crisis y la perseverancia de un bulldog.
–Muy bien.
–¿Qué has encontrado sobre ella?
El hombre señaló la puerta por la que acababa de irse Paula Chaves.
–¿Esa ella?
–Sí –suspiró Pedro, nervioso después de su encuentro con la problemática adivinadora.
–Pues parecía muy simpática contigo.
–¿Qué has encontrado sobre la tal Lady Pandora?
–Bueno, para empezar su nombre auténtico es Blossom Paula Chaves, pero se hace llamar Paula. Y ahora viene lo interesante. Nació hace veintiséis años aquí mismo, en Blossom, de ahí el nombre. Su madre murió por complicaciones durante el parto. Además de eso, sólo he encontrado un par de tonterías durante su adolescencia, pero nada más grave que alguna multa de tráfico.
Sorprendido por la revelación de que había nacido en Blossom, Pedro dijo:
–La ví llegar en una Harley esta mañana.
Marcos se encogió de hombros.
–Eso no es ningún delito.
–Lo sé, pero… ¿Nació aquí? Qué coincidencia, ¿No?
–Sí, demasiada. Pero no he encontrado nada sobre ella, así que… Su dirección es un apartado de correos de Florida. Además de la Harley, tiene una roulotte y una camioneta Ford a su nombre y al de Rosa Chaves, su abuela. Ella obtuvo la custodia de Paula cuando su madre murió. Trabajan juntas en las ferias.
–¿Y dónde está su abuela ahora?
Marcos dejó el café sobre la mesa.
–No sé mucho sobre ella. Sólo que suelen viajar juntas, de modo que seguramente estará en la última feria en la que hayan trabajado. He hecho mis comprobaciones y esta troupe tiene muy buena reputación, pero volveré a hablar con ellos para comprobar si de verdad tienen contratada a una echadora de cartas.
Pedro asintió con la cabeza.
–Mientras tanto, vigílala, ¿De acuerdo? Si se va del pueblo, llámame.
–Tú serás el primero en saberlo.
–Comisario, alcalde, justo las personas a las que estaba buscando –Bianca Dupres se sentó a la mesa sin esperar invitación.
Bianca era una mujer de cierta edad, pálida y rubia, con un traje de chaqueta oscuro. Seguía de luto por su marido y, para ocupar su tiempo, se dedicaba a comprobar que todos los niños de Blossom estaban permanentemente vigilados. Junto con un grupo de ciudadanos exageradamente aprensivos, había formado el Comité de Comportamiento Ético de Blossom. Una causa importante, desde luego, pero si por ellos fuera los niños del pueblo estarían todo el día envueltos entre algodones y en sus casas, a salvo de todo mal.
–Buenas tardes, Bianca –la saludó Marcos–. ¿Qué ocurre ahora?
–Necesito saber si tenéis alguna noticia para mí sobre la solicitud del Comité de prohibir la feria este año.
–Bianca… –Jason suspiró, buscando paciencia–. Ya te hemos explicado que es demasiado tarde. La feria ya está contratada.
–Sí, pero yo creo que la moral de los niños de este pueblo es más importante que el dinero que costaría romper el contrato.
–Es mucho dinero, Bianca. Y la economía de Blossom no puede soportar otro golpe.
–Entonces, ¿Da igual que los niños del pueblo se vean expuestos a un elemento pernicioso como la feria? Todo el mundo sabe que esos feriantes son poco menos que delincuentes. Mira lo que le pasó a la pobre Melisa Tolliver.
–Pero Bianca… tú no sueles juzgar a la gente de esa forma tan dura – intervino Marcos, para calmar los ánimos–. Además, te aseguro que estos feriantes son los mejores del país. Viajan de pueblo en pueblo, pero son muy profesionales.
–Me temo que eso no es suficiente –insistió la mujer–. El problema es lo que son: unos desarraigados. Y te aseguro, Pedro, que volverás a saber del Comité si no haces algo.
Colocándose el bolso gris al hombro, Bianca inclinó la cabeza.
–Buenas tardes, señores.
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