–La familia Alfonso creó el pueblo de Blossom hace más de cien años – empezó a decir, intentando distraerla–. Abrieron el banco, las primeras tiendas… levantaron esta comunidad con sus propias manos. Siempre ha habido un Alfonso en la Alcaldía. Blossom prosperó y en 1889 se convirtió en el pueblo más importante de la zona. Ésta es la primera vez que me siento avergonzado de mis conciudadanos.
–No digas eso. Yo soy una extraña aquí –suspiró Paula–. No puedes condenar a todo el pueblo por la locura de unos cuantos.
Pedro no dijo nada. No podía decir nada porque tenía razón.
–Ven, vamos a tomar un café.
El comisario llegó poco después y, mientras inspeccionaba el desastre, tomó algunas fotografías.
–Preguntaremos por ahí. Quizá alguien haya visto algo.
–¿Van a tomar huellas?
–Sí, pero no podemos hacer mucho más. Los llamaré en cuanto sepa algo.
–Muy bien.
–Ya puede volver a entrar en la caseta, señorita. Si quiere, puedo darle el nombre de una persona que sabe coser telas fuertes como ésta.
–No, lo haré yo, gracias.
–A su servicio. ¿Puedo hablar un momento contigo, Pedro?
–Sí, claro.
Los dos hombres se alejaron de la tienda y Paula volvió a entrar, suspirando.
–Paula, espera. Enseguida voy a ayudarte.
–No hace falta.
–Yo creo que sí –insistió Pedro.
Luego se volvió hacia Marcos.
–¿Se puede saber qué hay entre la adivinadora y tú? –le preguntó su amigo.
Pedro se cruzó de brazos.
–Desgraciadamente, nada.
–Pues a mí no me lo parece.
–¿Qué? ¿Mi madre te dejó encargado de vigilarme mientras estaba en Europa?
–Venga, Pedro. Ya has visto a los del Comité en la carretera. La mitad de las pancartas son en contra de Paula. Y si los ven juntos se agravarán las protestas.
–No voy a vivir mi vida dependiendo de lo que digan esos insensatos.
–No seas idiota. Esto no tiene nada que ver contigo. Sólo quieren crear problemas entre la gente de Blossom y los feriantes, los de aquí y los de fuera. Necesito que me apoyes en esto.
–Te aseguro que no hay nada entre Paula y yo. Pero eso no significa que vaya a dejarla a merced del Comité. Especialmente si hay gente que lleva cuchillos. ¿Te lo puedes creer? –murmuró Pedro, pasándose una mano por la cara.
–¿No pensarás que ha sido Bianca Dupres? Esto lo han hecho unos gamberros, usando la disputa para crear problemas.
–Muy bien, demuéstramelo. Mientras tanto, quiero que haya dos alguaciles vigilando la feria. No podemos registrar a todo el mundo, pero quiero que estén alerta.
–De acuerdo, pero recuerda lo que he dicho. Por Paula, sobre todo.
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