martes, 17 de marzo de 2020

La Adivina: Capítulo 24

Cómo había deseado aquello, besarla, tenerla entre sus brazos. Sabía tan dulce como el chocolate y su cuerpo era tan cálido, tan deseable… Sin pensar, la empujó suavemente para apoyarla contra la pared del establo. La necesidad de llevar aire a sus pulmones no parecía detenerlos, pero unas voces lo consiguieron. Dejaron de besarse, pero no se soltaron. Paula estaba temblando. En lugar de demostrar que no sentía nada por él, aquel beso había… le había demostrado que era real, que Pedro Alfonso era su alma gemela, el hombre de su vida. Cuando se tocaban, sentía un escalofrío desde la cabeza a los pies y en todas partes entre uno y otro sito. Pero no podía ser más equivocado para ella. Era un hombre arraigado en Blossom, con varias generaciones detrás de él. Ella era una mujer que siempre estaba en la carretera. No podían ser más diferentes.

–Muy bien, me parece que esto no ha sido buena idea.

–No sé si ha sido mala idea, pero a mí me ha sabido muy bien –murmuró Pedro–. Creo que me he hecho adicto.

–Ya, yo también. Una pena que no pueda volver a pasar.

–Sí, una pena.

–Entonces, ¿Estás de acuerdo en que no hay futuro para esto?

Pedro dejó escapar un suspiro.

–Ni siquiera sé qué es esto.

–¿Una aberración? –se rió Paula.

–No sé, supongo que podríamos llamarlo así –sonrió él.

–Ése es el problema. Que esto no va a funcionar. A menos que tú tengas interés en un romance de verano.

–Los romances temporales no son mi estilo. Y tengo la impresión de que tampoco el tuyo.

–Normalmente no –le confesó Paula–. Pero nunca había sentido algo así. Podemos llamarlo… un cortejo de algodón dulce.

–¿Qué? ¿Tienes un nombre para esas cosas?

–No, no, se me acaba de ocurrir. Sería… no sé, un cortejo de algodón dulce, algo que está lleno de aire, de nada. Algo dulce, pero que dura poco.

–Ya. ¿Y cuántas veces has vivido algo así?

–Una o dos –contestó ella–. Hace años, cuando era más joven y más tonta. Aunque sabía que todo iba a terminar después de unas semanas, siempre acababa con el corazón roto.

Pedro tuvo que sonreír, mientras apartaba un rizo de su cara.

–Si no fuera el alcalde… pero tengo que pensar en la gente de Blossom. Sobre todo en el Comité de Comportamiento Ético.

–¿No habías dicho que eran inofensivos?

–Sí, en general lo son. Pero que el alcalde tuviera una aventura con una echadora de cartas generaría demasiados rumores. Mi familia lleva generaciones en Blossom, Paula. Nosotros levantamos este pueblo y no quiero problemas. Además, tú y tus amigos de la feria se llevarían la peor parte.

–Entiendo –murmuró ella–. Entonces, ¿Estamos de acuerdo en que esto no puede volver a pasar?

–Es lo mejor.

–Sí, claro –dijo Paula, intentando disimular la tristeza que le producía ese sombrío acuerdo–. ¿Dónde está Camila?

–Con una vecina. Y debería volver con ella.

–Sí, claro.

Ninguno de los dos se apartó, todo lo contrario. Paula lo abrazó, sabiendo que debería apartarse, pero incapaz de hacerlo.

–Será mejor que te vayas –dijo por fin.

–No, vete tú –murmuró Pedro–. No me había sentido tan excitado… y tan en paz desde que murió mi mujer.

Una combinación extraña, desde luego. Pero Paula sabía lo que había querido decir.

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